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El crimen que no cesa

Sólo defienden el honor de Israel ese puñado de intelectuales israelíes que firman impotentes cartas de condena contra Sharon

Antonio Caballero
23 de mayo de 2004

Le decía a un periodista español un palestino de Gaza, Mahmoud Abu Tabad, uno de los varios millares que acaban de ver demolidas sus viviendas por las máquinas excavadoras del gobierno de Israel:

"Lo he perdido todo en una noche. Mi casa, mi trabajo, cualquier futuro. Sólo me queda una cosa: la venganza".

El gobierno de Israel, encabezado por ese criminal de guerra que es el general Ariel Sharon, responsable -según las comisiones de investigación israelíes- de las matanzas de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, en Beirut, está sembrando venganzas en toda Palestina. Varias veces he empezado un artículo diciendo: "Lo que hace con los palestinos el gobierno de Israel es un crimen". Así es, desde hace más de 50 años. Y añado ahora: es un crimen cada día mayor, no sólo porque se prolonga indefinidamente en el tiempo sino porque se agrava día a día en la forma. El ejército de Israel, ese Tsahal que en las guerras defensivas contra sus vecinos fue heroico y ganó gloria, se comporta actualmente como una pandilla de gángsters. No mata enemigos en combate, sino que asesina a sangra fría a gente desarmada. No conquista territorio en la guerra, sino que roba tierras y destruye casas. No se defiende: expulsa de su país a un pueblo entero.

Lo que hace el gobierno de Israel con los palestinos es un crimen. Pero no sería posible si no contara con el apoyo incondicional e irrestricto de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos, que lo alimentan en armamento, en dinero y en respaldo diplomático. Y no sería posible, aun con ese apoyo de la única potencia mundial, si no contara además con el silencio cómplice del mundo entero. Un silencio cobarde, tanto de los gobiernos -yo qué sé: de todos los gobiernos que mantienen con el de Israel relaciones diplomáticas-, como de la prensa, casi universal. Sólo critica al gobierno y al ejército israelíes la prensa antisemita. La cual, por ser antisemita, se deslegitima a sí misma.

Sólo defienden el honor de Israel ese puñado de intelectuales israelíes que firman impotentes cartas de condena contra Sharon. Y, sobre todo, ese puñado de valientes oficiales del ejército israelí que se han negado a seguir asesinando "selectivamente" palestinos desde sus aviones o sus helicópteros, y en consecuencia han sido expulsados o degradados.

Y el honor es importante, sí. Pero no es lo único que importa. Importa más, de modo más urgente, esa matanza diaria que está sembrando cada día nuevas ansias de venganza. Porque todos sabemos -incluso ese asesino que es Sharon, incluso ese tonto que es el presidente norteamericano George Bush, que respalda a Sharon mientras los dos comparten risotadas en la Casa Blanca-, todos sabemos que el problema entre israelíes y palestinos no se resuelve a tiros. No se resuelve con los asesinatos selectivos -o no tanto- del ejército israelí, ni con los atentados suicidas de la resistencia palestina. Ni con el terror de Estado ni con el terror contra un Estado. Así que llegará un momento en el que sea no sólo necesario -que lo es ya-, sino además inevitable -que no lo es todavía-, negociar.

¿Con quién? Pues con los palestinos, por supuesto. Maruan Barguti, diputado palestino, uno de los jefes de Al Fatah (el partido de Yaser Arafat), detenido hace dos años por los militares israelíes, acaba de ser condenado por un tribunal de Tel Aviv a nada menos que cinco cadenas perpetuas. Si se muere cuatro veces en la cárcel, todavía le quedará una vida entera por pagar. Pero como explica Mohamed Barake, un diputado palestino en el Parlamento israelí (pues hay palestinos con nacionalidad israelí), "finalmente Barguti será liberado, como Nelson Mandela en Suráfrica. E Israel negociará con él como líder del pueblo palestino".

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