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El cuentero

El verdadero milagro que encierra todo esto es que, objetivamente hablando, nada en el país ha cambiado en el año de gobierno de Santos.

Antonio Caballero
23 de julio de 2011

El presidente Santos está haciendo milagros. No se trata de milagros prácticos ni especialmente útiles: no camina sobre las aguas ni ha sido capaz de multiplicar los panes y los peces. Al revés: las aguas del invierno siguen estando ahí, estancadas y pútridas mientras él las sobrevuela en su helicóptero, y panes y peces hay cada día menos. Los suyos son milagros políticos (por no llamarlos politiqueros).

El más reciente ha consistido en obtener que el vágulo y blándulo partido llamado de los verdes, cuyo inepto candidato fue el principal rival de Santos en las elecciones de hace un año, haya entrado a formar parte de la coalición de su gobierno de Unidad Nacional. ¿Cobrará en ministerios, en apoyos para alcaldías, en embajadas? Todavía no se sabe cuando esto escribo (jueves por la noche): pero se oyen rumores. En todo caso lo cierto es que con ese apoyo el santismo ya suma el 95 por ciento de los partidos representados en el Congreso, desde los liberales y los conservadores tradicionalmente frentenacionalistas hasta el cristológico Mira y el carcelario Pin, y el Cambio que se decía "radical", y ese exuribismo vergonzante que se llamaba "de la U" y fue bautizado por Santos en persona para honrar la inicial de su entonces caudillo Álvaro Uribe y ahora le ha vuelto el culo para ponerse sin vergüenza el nombre de Partido Social de Unidad Nacional, que no significa nada. Solo queda por fuera de la unión la izquierda del cada día más derretido Polo Democrático, quebrado en por lo menos tres pedazos enemigos de los cuales uno o dos están a punto de acogerse al ancho paraguas del santismo triunfal. Burocracia obliga.

Eso, en cuanto a las fuerzas políticas. En cuanto a las económicas, a Santos lo respaldan todas, tanto locales como multinacionales: es un neoliberal convencido de la autodenominada "tercera vía": es decir, un hombre de confianza. ¿Y las sociales? Esto es más asombroso todavía. Según los sondeos de opinión, Santos cuenta con un sorprendente 76 por ciento de aprobación ciudadana y un increíble (o que yo no creo) 83 por ciento de "favorabilidad": muy por encima de los índices que tuvo Uribe cuando era presidente, y justo antes de que se le derrumbaran al salir del poder. En lo que toca a la opinión publicada, o sea, a la prensa, prácticamente toda la tiene a favor (y me incluyo yo mismo en muchas de mis columnas de esta revista). Jamás se había visto en Colombia una unanimidad semejante a favor de un gobernante (y ni siquiera en contra).

Y no solo en Colombia. Santos ha realizado además el milagro de reconciliarse con sus vecinos de Venezuela y el Ecuador, Hugo Chávez y Rafael Correa, y de ser amigo a la vez del izquierdista peruano Ollanta Humala y del derechista panameño Ricardo Martinelli, al tiempo que obtenía sin resistencias la Secretaría de Unasur para María Emma Mejía; y todo eso sin perder ni por un instante la benevolencia del presidente de los Estados Unidos.

Solo dos figuras escapan al hechizo santista. El senador Jorge Enrique Roblado, que denuncia por internet que Santos es igual a Uribe. Y el expresidente Álvaro Uribe, que denuncia por Twitter que Santos no es igual a él. Y los dos están en lo cierto.

Porque el verdadero milagro que encierra todo esto es que, objetivamente hablando, nada en el país ha cambiado en el año de gobierno de Juan Manuel Santos. Promesas sí ha habido. A diario. Y se han aprobado, o van camino de aprobarse, leyes muy importantes: la de tierras y víctimas, la de regalías. Y se anuncian reformas de fondo: la de la salud, la de la justicia, la reforma política, la batalla contra la corrupción. Pero nada de eso ha pasado del papel a la práctica, y el paisaje sigue siendo igual. (O peor, por los estragos añadidos del invierno). Continúan las guerrillas, los paramilitares se llaman ahora bandas criminales, prosiguen los desplazamientos, aumenta la inseguridad, no se detiene la destrucción ambiental, el narcotráfico sigue tan campante, la corrupción crece a ojos vistas, el desempleo no da tregua. Y no han cambiado ni un ápice las políticas económicas, militares, sociales, educativas, diplomáticas. Ni siquiera han cambiado las palabras. Solo ha cambiado el tono de las palabras.

Y pensar que lo único que no sabía hacer Santos era hablar.

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