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El derecho a la locura en 2018

Bienvenido es el derecho a volverse loco. El 'coach' de vida Andrés Aljure Saab cuenta como crear situaciones que lo saquen de la rutina y permitan sorprenderlo.

Andrés Aljure, Andrés Aljure
13 de enero de 2018

“Si yo no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco”, dijo alguna vez  el poeta chileno Vicente Huidobro. Y cuando lo recuerdo pienso en una noche de viernes de 1995 en Bogotá. Época de fin de carrera universitaria en la que las expectativas, los sueños y las ambiciones eran especialmente intensos y gran parte de los descubrimientos de mi vida estaban por desplegarse. La energía característica de la juventud nos invitaba, a mis amigos y a mí, a bailar y a disfrutar con pocas prevenciones, poco dinero, y una disposición desbordante. En esa etapa de mi vida la aceptación de la incertidumbre permitía más fácilmente que el miedo se transformara en aventura.  

Esa noche de Ley Zanahoria, en la que los horarios de la rumba no se extendían más allá de la 1 a.m. en los bares y discotecas con la finalidad de reducir los índices de accidentalidad y muerte causados por el consumo de alcohol, nos encontrábamos disfrutando del ritmo salsero de Anacaona, un bar de no más de 40 o 50 metros cuadrados en la carrera Séptima con calle 49, en plena zona universitaria de Chapinero en Bogotá.

Siendo la 12:30 de la noche, Cielo y Alfredo, sus propietarios, iniciaban a pasar las cuentas de cobro para poder desalojar el bar y cerrar antes de la 1 a.m., evitando así la posibilidad de multas o problemas con la Policía.

A esa hora, temprana para nuestros ímpetus rumberos, la energía estaba casi intacta. Entusiasmados por la euforia del momento, la música y uno que otro traguito encima, nos pareció de lo más normal decirle a las cerca de 35 personas que aún estaban allí, que siguiéramos la fiesta en el apartamento en donde vivíamos, a una cuadra y media del lugar. Fue así como nos vimos media hora más tarde rumbeando en casa.

Ya allí y luego de un rato, cada uno de nosotros, alerta como guardias de seguridad, estábamos más pendientes de cuidar el apartamento y sus cosas que de disfrutar la rumba con estos cerca de 30 desconocidos que aceptaron la invitación y que, a decir verdad, y como ya imaginará, no hubiésemos invitado “ni locos” en circunstancias normales. Esta es una de las locuras que, luego de casi 23 años, recordamos con mis amigos y compadres de Neiva, Tico y Jaime, con quienes compartíamos apartamento.

¿Por qué le cuento esta historia? Porque en estos días, una muy querida amiga me hizo la siguiente pregunta mientras compartíamos una copa de vino: “Andrés, cuéntame qué locuras has hecho en tu vida”.

En un principio la pregunta me dejó totalmente descolocado y de primera mano no encontré respuesta alguna. Luego, con un poco de concentración y mente abierta, fui haciéndome consciente de una lista, llamativa para mí, mientras recorría y escarbaba en los recuerdos de diferentes etapas de mi vida desde la adolescencia.

Charlando un rato y compartiéndonos algunas de las respuestas a esa particular pregunta, entre las cuales estaba la anecdótica noche de Anacaona, noté que efectivamente sí he hecho una que otra locura. Y la verdad, ¡me alegraba y me alegra saber y sentir que así ha sido! Luego de identificarlas descarté la idea inicial que me asaltó al querer responder y no lograrlo fácilmente: Qué vida más plana y monótona.

Fui consciente de que esas locuras que recordé, vividas en diferentes momentos de mi vida, tienen una particularidad. Evidencié que fueron más frecuentes hasta cierta edad, más o menos mis 35, y que, aunque luego de ello han seguido existiendo, su frecuencia es ostensiblemente menor.

Como está expuesto en un escrito en el Museo del Caribe, en Barranquilla, haciendo referencia al carnaval: bienvenido es el “derecho a volverse loco” o como lo manifestó San Agustín: “Una vez al año es lícito hacer locuras”. Con esta referencia a la locura, me quiero centrar en una acepción sana, en la que provoquemos situaciones que nos saquen de la rutina, que nos permitan sorprendernos y que nos lleven a vivir con plenitud, mas no en la acepción relacionada con aquello que atente flagrantemente contra nuestra conveniencia o que vulnere a otros.

Por supuesto, el listado de locuras por el que podríamos optar es diverso, innumerable y a la medida de cada quien, sin estar supeditado a la juventud. Una visita repentina a un ser querido, un tour en bicicleta o motocicleta a lo largo de la zona costera o de varios países, tomar un bus el fin de semana a cualquier nuevo lugar, desconectar en un carnaval, dormir en el campo o en la playa, probar un nuevo look o decir a alguien algo que no nos hemos atrevido. ¡Qué sé yo!

Ahora bien, regálese un ratico para pensar e identificar las locuras que ha hecho en su vida y, sobre todo, regálese el rato y el permiso para pensar en cuáles revitalizantes locuras querría vivir en 2018. ¡Bienvenido sea el nuevo año! Ojalá con salud y con muchos logros con propósito, manteniendo relaciones positivas, realizando actividades en las que nuestras habilidades encuentren un terreno propicio para ser utilizadas y aprovechadas y, por supuesto, como quiero invitarle a hacerlo explícitamente con esta columna: con la capacidad de adaptarnos a los retos, haciendo de la incertidumbre aventura y ¡viviendo una que otra locura!

@andresaljure

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