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El derecho a la tortura

Estamos en pleno delirio semántico como el profetizado por Orwell: guerra quiere decir paz, terror quiere decir confianza. La tortura comienza a llamarse "maltrato"

Antonio Caballero
12 de febrero de 2006

Para seguir hablando sobre (contra) la reelección del presidente Álvaro Uribe todavía queda tiempo. Lo de la tortura, en cambio, hay que intentar pararlo ya. Quiero decir: lo de la legitimación de la tortura, que nos viene ahora desde las alturas del gobierno de los Estados Unidos. Una legitimación, una banalización (la "banalización del mal" de que hablaba en su libro sobre el? criminal nazi Adolf Eichmann la filósofa Hannah Arendt) que ya veo reflejada en la prensa colombiana, cuando llama "de la línea dura" a los congresistas norteamericanos que insisten en exigir respeto para los derechos humanos. ¿Línea dura? Esa inversión del sentido de las palabras la anunció hace medio siglo George Orwell en 1984. La tortura no es nada nuevo, claro está. Se ha practicado siempre. Lo novedoso, en el eterno retorno de la Historia, es que asistimos de nuevo a su reconocimiento y justificación por parte de quienes pretenden encarnar los más altos principios de la civilización, como en los tiempos del Derecho Romano o de la Inquisición católica. Uno de los pocos triunfos que logró la Ilustración gracias a la Revolución Francesa fue el de la abolición de la tortura legal, ya fuera del Estado o de la Iglesia. Desde entonces, e incluso bajo los nazis en Alemania o en el gulag soviético, la tortura era un fenómeno clandestino, vergonzoso y vergonzante. Después de Voltaire y de Beccaria nadie se atrevía ya a publicar un Manual de Inquisidores con técnicas de tormento como el que le dio fama al dominico aragonés Nicolau Eymerich. Había manuales así, sin duda, y cada vez más refinados: la CIA norteamericana educaba con ellos a sus socios entre los militares de América Latina, en la Argentina, en Guatemala, en Colombia en las caballerizas de Usaquén, en tiempos del presidente Julio César Turbay. Pero negaba que tales manuales existieran. El propio Turbay aseguraba que los presos de Usaquén "se autotorturaban para desprestigiar a su gobierno": porque sabía que el uso de la tortura desprestigiaba. Y es eso lo que ahora está cambiando. El uso de la tortura ha vuelto a ser, como en los tiempos más feroces, un recurso legítimo del gobierno y de la justicia. El Senado de los Estados Unidos, tan manso en tantas cosas, acaba de restaurar su prestigio al votar abrumadoramente (por noventa votos contra nueve) un añadido a la ley de presupuesto militar. Un añadido que, por iniciativa del senador John McCain (antiguo prisionero de guerra torturado en Vietnam durante sus cinco años de cautiverio), prohíbe "el tratamiento cruel , inhumano o degradante" de los prisioneros en cárceles norteamericanas, dentro o fuera del territorio de los Estados Unidos (como la de Bagram en Afganistán, la de Abu Ghraib en Irak o la de Guantánamo en Cuba), o las que según revelaciones de los últimos días tiene la CIA en 'agujeros negros' de sus aliados árabes o del antiguo bloque soviético. No se trata de una prohibición nueva: figura en la Constitución de los Estados Unidos. Pero el actual gobierno de George Bush ha conseguido soslayarla acudiendo a trucos semánticos: los prisioneros no son tales, sino "combatientes ilegales"; las cárceles no dependen directamente del gobierno, sino de otros gobiernos amigos; una base militar como la que alberga la cárcel de Guantánamo está en territorio extranjero; etcétera. La enmienda a la ley propuesta por McCain impide que se usen esos trucos, y restablece la primacía de la Constitución. Ante lo cual, George Bush amenaza con utilizar -por primera vez en sus cinco años de gobierno- su poder presidencial de veto para impedir que la ley sea aprobada en el Congreso, y con ella la enmienda. Porque la tortura, en opinión de su gobierno, es una herramienta necesaria en la lucha contra el terrorismo. Es al revés, claro está. La tortura es un instrumento del terrorismo de Estado que el gobierno de Bush se arroga, por sí y ante sí, el derecho de utilizar cuando le convenga. Pero estamos en pleno delirio semántico como el profetizado por Orwell: guerra quiere decir paz, terror quiere decir confianza. La tortura, que ahora ya están empezando a llamar discretamente "maltrato" (en inglés "abuse"), será pronto llamada "autodefensa" si Bush y los suyos se salen con la suya. El senador McCain y sus ochenta y nueve colegas son, naturalmente, la primera línea de resistencia contra esa monstruosa aberración moral que nos amenaza a todos: pues todos podemos llegar a ser llamados "combatientes ilegales". Pero no hay que dejarlos solos. Y creo que la prensa colombiana (por ejemplo) podría también participar en esa resistencia al mal dejando de llamar "duros" a los que simplemente no son insensatos.

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