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El Dilema de la Diáspora

Eduardo Plata analiza las consecuencias –las positivas y las negativas– que ha traído para Colombia el que cerca del 10 por ciento de su población haya emigrado.

Semana
8 de julio de 2006

Tres millones trescientos mil es el estimado de colombianos que han abandonado el país, según cifras del DANE. Entrada la segunda mitad de los 90, Colombia sufrió una gran estampida emigratoria de la que aún no sale, a pesar de que el volumen de personas que dejan el país en estos días es menor que hace, digamos, cinco años.

Para cualquier nación, el que cerca del 10 por ciento de su población se mude fuera de sus fronteras trae cambios a corto plazo y consecuencias a mediano y a largo plazo. Para un país en las condiciones de Colombia, por ejemplo, que pasaba por una crisis económica profunda, la emigración de tan alto porcentaje de sus ciudadanos fue sin duda un alivio inmediato. Un alivio en aspectos tanto cuantificables como incuantificables.

Empezando por los cuantificables, encontramos la avalancha de divisas que de un momento a otro empezaron a fluir hacia Colombia, provenientes de Estados Unidos, Francia, España, Reino Unido, Australia, Alemania y muchos otros lugares en los cuales se ha repartido la diáspora nacional. La cuantía de este ingreso extra que recibe hoy la Nación supera los ingresos nacionales de divisas por cualquier otro rubro; Colombia, ante la debilidad del café y la escasez de petróleo, encontró un producto de exportación que le ha sido muy lucrativo, la mano de obra.

Sin duda, las remesas internacionales han apalancado el resurgir de la economía nacional, que seguramente nunca se habría dado sin ellas. Sería bueno que así lo reconociera el gobierno y prestara un servicio consular óptimo a los colombianos en el exterior, en lugar de usar los puestos diplomáticos para contentar delfines y jefecillos políticos.

Siguiendo con lo incuantificable, aunque prácticamente imposible de medir, la emigración de nacionales también tuvo un efecto decisivo sobre la tasa de empleo y el ingreso del ciudadano de a pie. Simplemente porque se pasó de tener una gran cantidad de población desempleada o subempleada, a tener la misma cantidad trabajando en otro sitio y enviando dinero que no le cuesta al país producir. La reducción en los índices nacionales de empleo se debe en gran parte a que mucha de la gente que necesitaba empleo, ya no lo necesita porque lo ha conseguido, pero afuera de Colombia. Del mismo modo, los ingresos de los trabajadores nacionales han mejorado también por simple cuestión de oferta y demanda, a menos oferta de trabajadores, aumenta el precio que hay que pagar por los servicios de los mismos.

Si los millones de colombianos que residen en el exterior decidieran regresar a Colombia, el país no tendría la capacidad de recibirlos. Además de dejar de recibir los importantes ingresos provenientes de las remesas, se enfrentaría con más de dos millones de personas a las que habría que encontrarles empleo, y no lo hay. Regresaríamos a 1998 inmediatamente.

Sin embargo, en el largo plazo habrá consecuencias negativas. La emigración de ciudadanos trae consigo lo que comúnmente se conoce como fuga de cerebros, y cuando hablamos de tres millones de emigrantes, son muchos los cerebros que se van. Todos ellos representan una inversión en capital humano que hizo el país durante muchos años. Son médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, científicos y demás que se suponía impulsarían el desarrollo nacional, que ahora impulsan el desarrollo de otros países. Estados Unidos, por ejemplo, es un país construido con base en la fuga de cerebros de todas partes del mundo. No hay capital más importante y decisivo para el desarrollo de un pueblo que el capital humano.

Si Colombia es capaz de enfrentar la fuga de cerebros de manera ingeniosa, podría neutralizar esta situación y voltearla a su favor. Los países asiáticos son un ejemplo en esto. Allá han repatriado a una gran cantidad de nacionales que al migrar hacia los países desarrollados, adquirieron educación tecnológica y social. Así, los emigrantes de ser un pasivo social, se convertían en una inversión que a la vuelta de una década, les da grandísimos frutos.

India, para nombrar uno de ellos, ha alcanzado índices de desarrollo ejemplares. Hoy día, la democracia más grande del mundo vive un proceso de avance admirable. La que hace no mucho era una de las naciones más pobres del mundo ha logrado montarse en un tren de progreso que poco a poco ha ido arrastrando a su población fuera de la miseria, mejorando el nivel de vida y los ingresos personales de sus ciudadanos. Tratándose de una nación con mil millones de habitantes, el camino es largo y aún les falta mucho por recorrer.

Para Colombia, que no tiene mil, sino 40 millones de personas, y que no parte de una miseria tan extrema como la que aún hay en muchas partes de India, el camino sería mucho más corto. Todo depende de cómo logre enfrentar el país el dilema de la diáspora.

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