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El drama de ser familiar de un político

Cuando Chávez dijo que no permitiría el paso a su país de ciudadanos fronterizos supuse que se refería a los miembros del gabinete y no pude dormir

Daniel Samper Ospina
7 de noviembre de 2009

Permítanme empezar por una confesión: hasta el momento ninguna experiencia me había parecido tan difícil de sobrellevar como estar embarazado de Fabio Valencia Cossio. Ninguna es ninguna: ni cuando Marta Lucía Ramírez vivía en Europa y me llamaba collect a hacerme visita telefónica; ni cuando confundí en un festival cultural a Óscar Collazos con Alfredo Gutiérrez; ni siquiera aquella vez que tuve que hablar con Raimundo sin perder la concentración a pesar de estar mirándolo a los ojos.

Contextualizo: como algunos saben, preocupado por mi gordura, visité al médico, le rogué que me hiciera una ecografía y en la pantalla salió un vacío salpicado de manchas borrosas por culpa del cual ahora estoy seguro de que el padre de la criatura es Fabio Valencia Cossio. No es descabellado. Si violó sigilosamente la Constitución, que es sagrada, ¿por qué no iba a hacer lo mismo conmigo?

A pesar de que al comienzo la noticia me causó grave impresión, debo reconocer que mis prevenciones se han ido desvaneciendo y ahora ya no veo en Fabio al turbio ministro que compra apoyos en el Congreso sino, qué quieren que les diga, al padre de mi hijo. Finalmente, lo queramos o no, tendremos que vernos por el resto de la vida y debemos mantener una relación amistosa para que el bebé no crezca con traumas. De lo contrario, puede terminar trabajando en el Palacio de Nariño, como le sucedió al mismo Fabio, que creció sin cariño.

Ahora veo las noticias desde una dolorosa y humana perspectiva familiar que me causa angustia. Pongo un ejemplo: cuando Chávez dijo que no permitiría el paso a su país de los ciudadanos fronterizos, supuse que se refería a los miembros del gabinete y no pude dormir. Afortunadamente el Presidente Uribe suavizó la situación advirtiendo que no se va a construir un muro entre los dos países. Supongo que eso significa que sí quieren hacerlo, pero que encargaron de la construcción al Ministro de Transporte.

Ser familiar de un hombre público no es agradable. Uno sufre mucho. Nadie sabe del dolor con el que se han enriquecido Tomás y Jerónimo, por ejemplo: miren con qué estoicismo se meten en lotes, en puertos, en negocios que regula el Estado. Pobres muchachos. Y pobre su tío Mario, que salió beneficiado con Agro Seguro. Y pobres los Turbay, que viven con la incertidumbre de no saber en qué embajada los rotarán. Y pobre María Eugenia, que tiene que bregar para que sus hijos, Iván y Samuel, no se peleen por el presupuesto público, sino que lo compartan por las buenas. Y pobres los hijos de esos políticos costeños a los que el gobierno de Uribe ha mandado al servicio diplomático: un Dager, un Name: ¿cómo sufrirá uno como papá de saber que su chiquito se va a Washington sin saber hablar inglés?

La realidad nacional, que a muchos divierte, a los parientes de los funcionarios nos hiere como un cuchillo. Pongo otro caso: allá donde la opinión veía a un tipo gordo y sudoroso que vociferaba en un atril del Congreso, y que con cada grito salpicaba un granizo de babas que llegaban hasta las curules de atrás y se alcanzaban a mezclar, incluso, con las de Juan Manuel Galán; allá donde algunos veían a un ministro que parecía un chofer de bus, rojo de la combustión, a punto de darse varilla y al que le temblaba grotescamente un mechón canoso tras cada alarido, yo veía al padre de mi hijo: al hombre que va a velar por él y por mi futuro. Porque una cosa sí hay que reconocer: y es que Fabio es bastante irresponsable, pero sólo con el país, jamás con la familia. Al revés: sé que, cuando el niño nazca, él va a poner la cara, lo cual me preocupa porque lo va a asustar. Lo bueno es que su papá siempre ha sido dado a ayudarles a los de su sangre y, con sólo nacer, mi bebé ya tendrá cargo público con camioneta y buen sueldo.

Aquella vez que gritaba en el Congreso me puse muy nervioso:

--Le va a dar algo -le dije a mi mujer, que se ha portado como una santa en toda esta situación-: que alguien llame a un doctor, o por lo menos a un profesor de urbanidad.

Era una solicitud ingenua: cualquiera sabe que desde que el uribismo consiguió las mayorías en el Congreso, en la sede ya no hay médicos: sólo paramédicos.

--Le va a dar algo -insistí- y no quiero ser papá soltero.

--¿Puedes dejar de pensar que estás embarazado de Valencia Cossio? -me dijo más fría que nunca.

--Te pido el favor de que seas comprensiva -le imploré-: no es fácil estar en mi situación.

Preocupado por la salud del papá de mi hijo, llamé al despacho del ministerio para averiguar cómo estaba.

Pero esos políticos parecen de otro planeta, y los insultos que se ganan, y que a uno como familiar lo atormentan, a ellos no les producen sino risa: unos instantes después Fabio ya me estaba mandando un mensaje de aliento para que no me preocupara. Habría preferido que fuera un mensaje de ánimo: de aliento no, porque Fabio se come al día dos o tres dedos de salchichón cervecero, y eso se nota cuando habla con uno.

No le deseo a nadie tener un familiar metido en la política. Habría preferido ser una persona común, un tipo corriente, un ciudadano ordinario. Aunque nunca tan ordinario como Name Terán.

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