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Una hermana mía decía que el problema del Ministerio de Defensa era que no tenía a la cabeza una buena ama de casa.

Antonio Caballero
17 de junio de 2002

De los ministros que ha nombrado el nuevo presidente Alvaro Uribe (¿dónde anda ahora el que teníamos?) hay varios de quienes no sé casi nada. Cecilia Rodríguez en Medio Ambiente: no opino. Marta Pinto en Comunicaciones: no comento aunque me gusta que reconozca con franqueza que ella no sabe nada de eso: cuando nombran a alguien que sí sabe, el oscuro negocio que se ve venir eriza el espinazo del más valiente). De Luis Ernesto Mejía, en Minas y Energía, sólo conozco el dato parco —aunque preocupante— de que ha sido funcionario del actual gobierno. De Andrés Uriel Gallego, el de Transporte, sólo el de que fue secretario de Obras de Antioquia con Uribe, cuando allá se hicieron obras: un buen dato. (Aunque, ya en esas, ¿no hubiera sido mejor confiarle el Ministerio al encargado de obras de las Farc en el Caguán, donde se abrieron tantas carreteras y hospitales hoy bombardeados patrióticamente por las Fuerzas Armadas? En fin: no quiero parecer provocador).

En Salud y Trabajo, Juan Luis Londoño, coordinador de la campaña presidencial de Noemí Sanín: de malas el hombre (o de buenas, según se mire). En Desarrollo y Comercio Exterior, Jorge Humberto Botero, a quien tampoco conozco, pero que mmmphhh…: fue presidente de Asobancaria, y los banqueros llevan décadas extorsionándonos a los contribuyentes rasos y a sus propios cuentahabientes. Carlos Gustavo Cano en Agricultura: excelente persona, sin duda, pero con un historial de fracasos difícil de igualar: Fedearroz, la SAC, la Caja Agraria de los tiempos de Samper, el diario El Espectador. No sé si un gafe así sea el hombre más indicado para rescatar de la ruina el agro colombiano. En Cultura, María Consuelo Araújo, que como directora del Jardín Botánico sembró muchos árboles, pero taló otros tantos. Así que a ver…

Ha sido muy discutido el nombramiento de Fernando Londoño como ministro bicéfalo del Interior y de Justicia. Entro en esa discusión. No por la persona: Londoño es un abogado brillante que, aunque ha dedicado lo mejor de su talento a ganarle a la Nación pleitos ruinosos, tiene la virtud de que los gana en vez de perderlos, como es costumbre entre los abogados del Estado colombiano. Así que me parece más conveniente tenerlo a favor que en contra. Se lo acusa de carecer de escrúpulos morales, pero eso les pasa a casi todos los abogados: si no, no serían abogados (y mucho menos ministros del Interior). Lo que me preocupa, pues, no es Londoño, sino la bicefalia de su Ministerio: no se puede ser a la vez un eficaz ministro del Interior y un responsable ministro de Justicia, porque las funciones del uno y del otro son casi contradictorias. Me temo que de ese coito contra natura va a salir muy mal- parada la ya tan vapuleada y deshecha justicia colombiana. Ojalá me equivoque.

A Carolina Barco, la nueva Canciller, no le veo en cambio ningún pero. Ha sido durante años una excelente directora de Planeación del Distrito, y además tiene un par de virtudes que, aunque parezcan frívolas, son muy importantes en el frívolo mundillo de la diplomacia: es bella y habla idiomas. Y tampoco le encuentro defectos a la nueva ministra de Educación, Cecilia María Vélez. Por el contrario: ha sido la mejor secretaria de Educación que ha tenido Bogotá en toda su historia (o, para decirlo con más propiedad, la única buena). Sólo falta saber si ahora, a escala de la Nación, le van a dar o no plata para invertir en el tema educativo: el más grave y profundo que tenemos, pero no el más inmediato. Y el presidente Uribe, como el país en general, es inmediatista y no tiene más prioridad a corto plazo que la del orden público. Con lo cual pasamos a Marta Lucía Ramírez, ministra de Defensa.

Otra mujer. Cuentan que es tan mandona como un sargento. Qué alivio: mejor que un general. Una hermana mía decía hace años, cuando su hijo estaba prestando inútil y peligrosamente servicio militar, que el problema del Ministerio de Defensa era que no tenía a la cabeza una buena ama de casa. De ahí venían el caos, la ineptitud, la ineficacia, el despilfarro, la corrupción de las Fuerzas Armadas: esas compras de fragatas y corbetas en vez de lanchas patrulleras; de submarinos capaces de circunnavegar la Antártida en vez de ‘voladoras’ de río de tierra caliente; de aviones cazas a reacción en vez de helicópteros de transporte de tropas; de tanques blindados de oruga en vez de botas de campaña para los soldados. Me dicen que Marta Lucía Ramírez, cuando era ministra de Comercio Exterior, se comportaba como una eficientísima ama de casa, capaz de ahorrar en Pomona para poder hacer mercado en el Ley. Ojalá siga así en su nuevo cargo.

El que de verdad me inquieta es Roberto Junguito, nuevo ministro de Hacienda. Ya lo fue alguna vez, y fue tan malo como todos. Pero ahora será aún peor, porque viene de ser virrey para Colombia del Fondo Monetario Internacional, ese organismo perverso que lleva medio siglo destruyendo deliberadamente las economías de todos los países pobres del mundo, entre ellos el nuestro. Y digo que me inquieta de verdad porque recuerdo la acertada frase con que respondía a cualquier crítica, con socarronería boyacense, el muchas veces ex ministro Jaime Castro, que por entonces era ministro de algo, con alguien:

—De eso, échenle la culpa al ministro de Hacienda.Y al presidente, claro, que es el que lo nombra.¿O no?

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