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El extremo centro

Por complacer a sus alas radicales, Fajardo y Duque dejaron el campo abierto para el surgimiento de una tercería.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
25 de enero de 2018

A Enrique Santos Castillo, el legendario editor general de El Tiempo, le encantaba decir que no era ni de derecha ni izquierda sino de “extremo centro”. Su comentario siempre provocaba risa. Nadie le creía. Don Enrique nunca fue tímido en expresar sus posiciones políticas, que se resumían en una defensa a ultranza de las Fuerzas Militares, del gobierno israelí y de Estados Unidos. A la entrada de su oficina, desplegaba tres afiches: uno del grandioso Ejército nacional, otro de Israel y el tercero del Tío Sam (“I want you!). Don Enrique era un liberal de derecha, en momentos en que el partido mayoritario colombiano permitía todas las vertientes; no existían los vetos ideológicos de hoy.

Hace unos días escuché a Iván Duque, el candidato del Centro Democrático, referirse a sí mismo de “extremo centro”. Sergio Fajardo hizo lo mismo cuando era precandidato presidencial en 2009. No sorprende la obsesión por ser calificados de centro; son esos votantes los que definirán las elecciones. Sorprende, sin embargo, que en las últimas semanas tanto Duque como Fajardo se están dejando encasillar más por el adjetivo -“extremo”- que del sustantivo.

Desde que ganó la encuesta de su partido, los mensajes de Duque e incluso del ex presidente Álvaro Uribe se han concentrado en los asuntos que más preocupan a los colombianos: vivienda, salud, empleo y educación. En cambio, hubo poca difusión de diatribas contra las Farc o reclamos contra Juan Manuel Santos. De esas de las que se nutren los furibistas (lo que los gringos llaman “red meat”). Ese giro a la moderación, sin embargo, es menos creíble luego de la inclusión formal de Alejandro Ordóñez a la consulta interpartidista del 11 de marzo. Ordóñez es la derecha pura y religiosa. Entre sus simpatizantes se destaca la diputada santandereana Ángela Hernández, quien recientemente anunció que había curado a varios hombres de la “enfermedad del homosexualismo”.

Si bien es explicable la decisión de aceptar a Ordóñez en la coalición, al fin y al cabo fue un jugador relevante en la campaña del No, su presencia debilita el discurso de Duque como representante de una Colombia moderna y joven.  La imagen del señor con tirantes choca con la economía naranja que propone el candidato.

La equivocación de Fajardo precede a la de Duque. Aceptó como miembro pleno de su alianza al Polo Democrático Alternativo, la agrupación que ha representado a la izquierda durante la última década y en cuyas filas está el senador Iván Cepeda, identificado con el ala más radical de la colectividad. Fajardo recorre el país acompañado del senador Jorge Enrique Robledo, adalid de quienes se oponen a la inversión extranjera (“las multinacionales saquean al país”) y promueven el proteccionismo y el regreso a la sustitución de importaciones. Su filosofía económica difiere poco de la de Gustavo Petro. En últimas, Robledo es Petro sin el pasado guerrillero y amistades bolivarianas.

Es evidente que con el Polo, Fajardo busca solventar dos problemas de su anterior aspiración en 2010. Ese año su movimiento no logró elegir ni un congresista, resultado que lo obligó a aceptar ser el segundo de Antanas Mockus. Y la falta de un aparato partidista impactó la afluencia de votantes de la ola verde.

Con Robledo y Cepeda en primera fila, será difícil combatir la percepción de que su coalición es izquierda centro y no al revés.

Con sus movidas, sin querer queriendo como decía El Chavo, Fajardo y Duque abandonaron el centro, un campo fértil para Germán Vargas Lleras, Humberto De la Calle y Juan Carlos Pinzón. Los tres, llamativamente, son las estrellas de la administración de Juan Manuel Santos. Vargas Lleras encabezó la transformación de la infraestructura (puede no ser la panacea para algunos, pero es innegable el avance); De la Calle negoció el acuerdo de desmovilización y desarme de la guerrilla más antigua del continente, y Pinzón, como ministro de Defensa, lideró el debilitamiento militar de las Farc (incluyendo la muerte de alias “Alfonso Cano”) y la aprobación de la millonaria ayuda de Paz Colombia como embajador en Washington.

Cada uno se ha distanciado de Santos. Es comprensible: la aprobación del presidente oscila entre 15 y 28 por ciento. Unas cifras que coinciden con los votos que recibió el primer mandatario en la primera vuelta de 2014 (25 por ciento). Curiosamente, esos porcentajes corresponden a la franja que no se identifica ni de derecha ni de izquierda. No es insignificante. Están en juego 3.3 millones de votos (los que obtuvo Santos) cantidad suficiente para acariciar la segunda vuelta. Sería negligencia política no competir por estos votantes. ¿Santistas?

En Twitter: @Fonzi65