Home

Opinión

Artículo

MARTA RUIZ

El factor Farc

No veo otro antídoto contra el escepticismo que los hechos de paz. Se necesita un gesto que muestre de manera definitiva que la guerrilla abandonará la violencia.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
25 de mayo de 2014

Los resultados de la primera vuelta presidencial demuestran que el presidente Santos no ha logrado convencer al país de las bondades de la paz. Que el candidato uribista, Óscar Iván Zuluaga, se haya impuesto como ganador de esta ronda, con su promesa de seguir en guerra, lo dice todo. 

Tal como lo han mostrado las encuestas de manera consistente, la gente respalda el proceso de paz, pero no cree que vaya a salir bien, ni acepta que haya que pagar ningún precio por ella. No les creen a las FARC, lo cual es lógico dados los intentos fallidos de llegar a un acuerdo con ellas en el pasado. Además, un importante sector de la opinión se tragó el cuento, maliciosamente infundado por Uribe, de que en La Habana se está entregando el país al Castro-chavismo. Su aparato de propaganda negra ha equiparado confidencialidad con marrulla y le ha hecho creer a la gente que estamos siendo acechados por el comunismo. ¡Hágame el favor!

Esa falta de confianza en la palabra de Santos es quizás el obstáculo más difícil que tendrá que remontar el presidente en la segunda vuelta. Y lo peor de todo es que en buena medida su suerte depende de lo que hagan las FARC. No de lo que digan, sino de lo que hagan. Porque infortunadamente si algo le ha faltado a la negociación son hechos que demuestren de manera contundente que estamos en el momento definitivo de ponerle fin a la guerra.

Personalmente no me cabe duda de que esta vez las FARC están decididas a abandonar la lucha armada. Lo creo desde uando firmaron una agenda que muchos hemos calificado de “acotada y realista”. Una agenda que, por lo demás, ya está entrando en su fase final. Sin embargo, en los pulsos de poder propios de una negociación, la guerrilla ha sido cauta, por no decir tacaña, en sus gestos de paz. A lo mejor piensa que si muestra abiertamente su deseo de ingresar a la vida civil, se le considerará débil y perderá capacidad de maniobra en la mesa de conversaciones. Una táctica que le pudo servir hasta ahora, pero que puede ser nefasta hacia adelante. 

La coyuntura ha cambiado. Ya no está en juego un punto o inciso de la agenda sino el todo o nada. O se salva la negociación, con su acuerdo agrario, y de apertura democrática, o se hunde y volvemos a un ciclo de guerra más hondo y desalmado del que hemos tenido por medio siglo. No hay que olvidar que en Colombia a cada proceso de paz frustrado le ha seguido un ciclo más hondo, degradado y brutal de violencia. Así pasó en los 80, luego de la paz de Belisario. En los 90, luego de Tlaxcala, y en el 2002, después del Caguán.

No veo otro antídoto contra el escepticismo de la gente que los hechos de paz. Se necesita un gesto que muestre de manera definitiva que la guerrilla abandonará la violencia. No son muchos los gestos que abonarían esta confianza. Posiblemente un cese unilateral y definitivo del fuego o ponerle una fecha perentoria a la dejación de armas. 

No se trata de ayudarle a Santos, sino de salvar un proceso de paz que va por buen camino y que, sin embargo, no es todavía un propósito nacional. Un proceso que no tiene un amplio consenso y cuya continuidad, tal como están las cosas, se tendrá que validar en las urnas, voto a voto. 

Si hacen un gesto de paz que realmente convenza a un sector indeciso y escéptico del país de que su voluntad de abandonar la guerra es inquebrantable, a lo mejor se puede salvar el proceso. Si, por el contrario, como se rumora, lanzan una ofensiva militar para celebrar sus 50 años y mostrar un último estertor de fuerza bélica, inclinarán la balanza de las elecciones para la derecha extrema. Aún más de lo que ya está.