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El fin de la guerra… ¿y de los partidos?

Las reglas de juego no están diseñadas para traducir adecuadamente las preferencias generales en resultados políticos.

Julia Londoño, Julia Londoño
11 de marzo de 2017

Los últimos 50 años de la vida nacional han tenido como antagonistas privilegiados a la guerrilla y a los partidos tradicionales. De una parte, las guerrillas tratando de derrotar por las vías armadas las instituciones que representaban el estatus quo. Y del otro, los partidos liberal y conservador configurando y sirviendo de soporte a ese sistema. Tal parece que el fin de la guerra acarreará también el fin de los partidos tradicionales.

El enfrentamiento militar e irregular entre estas dos fuerzas configuró el Estado y la sociedad en la cual vivimos el último medio siglo. Tiene sentido entonces que al desaparecer la confrontación los protagonistas dejen de ejercer el rol que han tenido hasta ahora. Las FARC sin armas ya no son las FARC, serán otra cosa y evolucionarán hasta convertirse en una fuerza política, fusionarse con otras fuerzas de izquierda o desaparecer en la bruma de la historia. Su contraparte, los partidos tradicionales, parecen también destinados a evolucionar o desaparecer.

La encuesta aparecida esta semana, elaborada por la compañía Guarumo, del exregistrador Carlos Ariel Sánchez, muestra que las simpatías políticas de los ciudadanos se inclinan preferencialmente hacia fuerzas nuevas en el panorama político. Por una parte, el Centro Democrático, se ha convertido en el más férreo vocero del estatus quo y de los intereses de los privilegiados, como corresponde normalmente a las fuerzas de derecha y ultraderecha en cualquier sociedad. Que una cuarta parte del electorado se identifique con ellos muestra tanto la capacidad que ha tenido de posicionarse bajo el liderazgo del expresidente Uribe, como el declive de la influencia del conservatismo en la opinión pública, pues la colectividad azul tan solo se acerca al 3 % de la identificación partidaria.

Por otro lado, la Alianza Verde, con el 19 % aparece como la segunda fuerza en las preferencias ciudadanas. Con un claro discurso y sobre todo enorme credibilidad en la lucha anticorrupción, los verdes parecen recoger las fuerzas modernizadoras de las clases medias de las capas urbanas. Igualmente significativo resulta que las siguientes fuerzas que capturan las identidades partidarias sean el progresismo con el 11,5 % y el Polo Democrático con el 7,7 %, es decir que dos alas de la izquierda no ligada a la lucha armada alcanzan también una cifra cercana al 20 %  y sumados a los verdes rayan el 40 %.

Liberales y conservadores suman, respectivamente, 4,1 % y 2,7 %, sus partidos adláteres carentes de cualquier tipo identidad programática, Cambio Radical y La U, obtienen 7,3 % y 1,3 %. Es decir que el porcentaje de ciudadanos que se identifican con las fuerzas tradicionales del establecimiento sólo alcanzan, sumados, el 15,4 % de las identificaciones partidistas.

¿Significa esto que hay que expedirles la partida de defunción a los partidos tradicionales?

No lo creo.

En primer lugar, no hay que confundir las identidades partidarias con las preferencias electorales. Estas últimas están determinadas por el contexto de cada elección. El uribismo, por ejemplo, puede movilizar consistentemente el 20 % del electorado en aquellas contiendas donde Uribe está implicado, pero sin el jefe a bordo su masa electoral se contrae significativamente, como ocurrió en las elecciones locales, donde escasamente obtuvo el 8 % de respaldo popular.

En segundo lugar, hace rato que los partidos tradicionales dejaron de ser votados por identificación partidaria. En la campaña del 2006 el conservatismo tenía el 4 % de identificación partidaria y el liberalismo, el 35 %. Al final el conservatismo obtuvo el 20 % de los votos y el liberalismo, sólo el 18 %.

Tercero, el peso de los personalismos en nuestra política es enorme. Principalmente para la elección presidencial, donde los ciudadanos votan al que les da la gana, independientemente de sus militancias partidistas, pero también en la política local, donde los compadrazgos, el clientelismo y el peso de la corrupción generan más votos que cualquier oferta programática de los partidos.

Por último, las reglas de juego no están diseñadas para traducir adecuadamente las preferencias generales en resultados políticos. Con el voto preferente y el sistema de financiamiento actual de las campañas, sumado a las garantías de impunidad para quienes cometan actos de corrupción, será imposible que las preferencias políticas se reflejen en los resultados electorales.

Por eso parece muy temprano, por ahora, para la misa de réquiem para los partidos tradicionales. Pero las campanas empezaron a doblar.