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El fin del engaño

El gobierno debe mostrarle a chávez que las relaciones se deben regir por el principio de no intervención.

Semana
12 de enero de 2008

Chávez destapó el juego. No lo digo sólo por su solicitud de levantar la calificación de terroristas a las Farc. Otros lo habían pedido. Pero los hechos son tozudos. Las Farc son terroristas, más allá de su inclusión en listas de Europa y Estados Unidos, porque los actos que cometen tienen esa calidad: una y otra vez, realizan ataques recurrentes contra aldeas y pueblos, asesinan civiles inermes, toman rehenes, hacen uso indiscriminado de explosivos, amenazan y ejecutan acciones destinadas a causar miedo en la población. Son esas conductas, definidas en distintos convenios internacionales como actos de terror, las que permiten la calificación de sus autores como organizaciones terroristas.

El epíteto, entonces, no es capricho. Lo ganaron a pulso, como merecen también las calificaciones de crueles, despiadados, sanguinarios, brutales, miserables. Lo prueban, además, las condiciones de cautiverio -cadenas, vallas de púas, dietas de hambre, verdaderos campos de concentración- que narran Clara Rojas y Consuelo de Perdomo y que antes había contado Pinchao, ese héroe sumido en el mutismo. Las Farc han hecho de la violencia indiscriminada y sistemática, con el ánimo de intimidar y coaccionar a la sociedad y al gobierno, su marca de identificación.

Lo preocupante es lo que hay detrás del pedido de Chávez. Antes había hablado de los "prisioneros políticos" de las Farc en manos del gobierno colombiano. Ahora el Teniente Coronel agrega que las Farc son "verdaderos ejércitos que ocupan espacio en Colombia".

La suma de una cosa y otra permite vislumbrar el conejo que saldrá del cubilete: Chávez pretende darles estatuto de beligerancia a las Farc. Su otorgamiento está condicionado. Para acceder al mismo se requiere el cumplimiento de unos requisitos: a) que exista un grupo armado organizado y bajo un mando responsable, es decir, un "verdadero ejército", b) que ese grupo controle parte del territorio, es decir, que "ocupe un espacio", y c) que cumpla con lo que ordena el derecho internacional humanitario, es decir, que no cometa actos terroristas, entre otras cosas.

No nos engañemos: la solicitud de Chávez no es ingenua ni gratuita y se dirige a eliminar el obstáculo que, a su juicio, le impide otorgarles beligerancia a las Farc: la calificación de terroristas y, en consecuencia, de flagrantes violadores del Derecho Internacional Humanitario.

Habrá quien diga que el estatuto es figura desueta (el último del que tengo noticia fue ofrecido por Venezuela, México y Colombia al Frente Sandinista, semanas antes de su toma del poder). Pero es innegable que las Farc siguen en la lógica de conseguirlo y lo han dicho expresa y públicamente muchas veces. Y ahora, de enorme gravedad por su calidad de jefe de Estado y de un país vecino, Chávez está en la misma línea.

Que después el Coronel haya agregado que las Farc tienen un "proyecto político, un proyecto bolivariano que es respetado", pareciera resultado de su deseo de otorgarles beligerancia. Es al revés: Chávez busca ese estatuto para las Farc porque comparten su proyecto político, porque son 'revolucionarias' como él, porque su manera retorcida de entender el 'bolivarianismo' es la misma, porque una Colombia democrática y lejos de la izquierda radical es contraria a su visión 'grancolombiana', porque le incomodan el gobierno Uribe y su relación con Estados Unidos, porque le urge un acceso seguro al Pacífico para el petróleo, porque en su proyecto estratégico la Orinoquía venezolana y el suroriente colombiano están considerados como su retaguardia estratégica.

Frente a esa realidad, no se trata de romper relaciones con Chávez, excepto si se atreviera a dar el paso. Mientras tanto, al gobierno no le queda nada distinto que, con serenidad y no menos firmeza, mostrarle a Chávez que las relaciones entre los dos países se deben regir por el principio de no intervención en los asuntos internos y que con base en ese principio es posible una relación madura entre dos gobiernos tan distintos por su ideología y por su vocación: Venezuela deriva al autoritarismo, acá se profundiza la democracia. Por supuesto, una ofensiva diplomática para explicar lo que está ocurriendo es indispensable. Y, de paso, ¡olvidémonos de darle ningún espacio en relación con el intercambio!

Puntilla: la melodramática Piedad, que habla de "retenidos" para referirse a los rehenes, de manera que suaviza su secuestro, llama "prisioneros de guerra" a los guerrilleros encarcelados. Sólo serían "prisioneros de guerra" si las Farc fueran beligerantes. ¿Coincidencia o parte de la estrategia?

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