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El fin de ETA

El debilitamiento de la ETA es consecuencia de la falta de razones verdaderas para su lucha. Por eso fue doblegada por la acción policial y el creciente rechazo social

Antonio Caballero
25 de marzo de 2006

ETA, que lleva treinta y cinco años matando gente en España en nombre de la independencia del País Vasco, declaró hace unos días un "alto el fuego permanente". Las reacciones han sido variadas, de acuerdo con los intereses políticos de unos y otros; pero entre la gente corriente, harta de violencia, el sentimiento general ha sido de alivio (¡por fin!) teñido de desconfianza (¿cumplirán?).

Eso, en España. Digo que las opiniones son diversas, pero (salvo entre la derecha más fanática, que no puede tolerar que el fin de ETA llegue bajo un gobierno socialista y en consecuencia acusa a éste de haberse rendido ante ETA) son opiniones a partir de los hechos de la realidad. Fuera de España, en cambio, las interpretaciones han sido, me parece, equivocadas: porque se basan en la equiparación mecánica del conflicto vasco a otros conflictos armados que no tienen nada qué ver. Lo de ETA en Vasconia (Euskadi, se llama en euskera, que es como se llama la lengua vascuence en vascuence) no se parece en nada a la guerrilla de los Tigres Tamiles en Bangla Desh, ni a lo del ELN o las Farc en Colombia, ni a lo de los alzados maoístas en Nepal. Y ni siquiera a lo del IRA en Irlanda del Norte, con lo cual lo han comparado incluso algunos españoles, movidos más por el deseo que por el análisis racional.

Lo de Irlanda del Norte tiene raíces religiosas (el choque entre protestantes y católicos, difuminado a medida que ha mejorado la situación económica de éstos últimos) y de independencia nacional (el viejo rencor irlandés, desde los tiempos de Cromwell, contra el ocupante inglés). Lo del Nepal es ideológico: una rebelión marxista contra una monarquía absoluta. Lo de Bangla Desh tiene motivos étnicos. Lo de Colombia, que tuvo un origen político, se alimenta de la inequidad económica y social y del abandono del Estado. La lucha armada de ETA, en cambio, no tiene causas objetivas de ninguna clase. Por eso ha habido que inventarlas.

Para empezar, "lucha armada" es mucho decir. Es (sin entrar en la discusión semántica de moda) crudo terrorismo: asesinatos (más de 800 en 35 años, con trampa-bomba o con tiro en la nuca); algunos secuestros económicos; la extorsión bajo amenazas para el cobro del llamado "impuesto revolucionario"; y la llamada (en euskera) kale borroka, que es violencia callejera "de baja intensidad": vandalismo urbano a cargo de pandillas de jovencitos encapuchados y borrachos. Eso se hace en nombre, ya digo, de la "liberación del pueblo vasco", pero el pretexto no es muy convincente. No hay opresión del pueblo vasco. La hubo, sí, en tiempos de la dictadura franquista, y no sólo sobre los vascos sino sobre todos los españoles; pero hoy en Euskadi, desde hace decenios, gobiernan los nacionalistas vascos. Y no hay represión por parte de las fuerzas del Estado: los muertos de ETA (en choques fortuitos con la Policía, o causados por un grupo paramilitar de breve existencia) no pasan de una docena, frente a las 800 personas asesinadas por ella. El colmo de la represión ha consistido en alejar a los presos de ETA (varios cientos) del País Vasco, donde están sus familias.

Los nacionalistas catalanes, al otro lado de España, usan los mismos pretextos de opresión lingüística desaparecidos con el franquismo. Pero no por eso recurren al terror, pues lo que pretenden se puede intentar por las buenas (aunque tal vez no se logre).

ETA (Euskadi Ta Askatasuna: País Vasco y Libertad) contó en sus inicios con grandes simpatías, no sólo en Euskadi sino en toda España, por razones románticas y políticas. Su primera acción violenta fue el asesinato de un policía torturador, y su presentación de credenciales políticas fue un atentado que acabó con la vida del almirante Carrero Blanco, sucesor designado de Franco. De esos tiempos, y en el curso de sus sucesivas divisiones y subdivisiones, le ha quedado un cierto apoyo sentimental ("estos chicos...") de una parte no desdeñable de los vascos: tal vez un 15 por ciento del censo electoral. Pero su debilitamiento es consecuencia de la falta de razones verdaderas para su lucha. Por eso ha podido ser doblegada por una combinación de acción policial (con la colaboración de Francia, que durante muchos años sirvió de santuario a los etarras), acción judicial y creciente rechazo social. Todo lo cual ha llevado a la organización a este "alto el fuego permanente" que es el reconocimiento de su propia inutilidad.

Porque la retórica sirve para impulsar los cambios en la realidad. Pero no puede sustituir a la realidad: tiene que partir de ella.

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