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El fin de los ‘yuppies’

Se les puede ver en la zona T del norte de Bogotá, rumbeando y gastando, pero siempre al debe, manejando plata ajena

María Jimena Duzán
4 de octubre de 2008

Si nos atenemos al escepticismo con que los analistas económicos han recibido en Colombia la aprobación del paquete de medidas votado el viernes por el Congreso norteamericano, estamos lejos todavía de conjurar la crisis financiera mundial ocasionada por el derrumbe de Wall Street. Esa es la mala noticia. La buena es que en esta hecatombe económica no sólo han caído en desgracia los Bancos de Inversión como Merryl Lynch o Lehman Brothers, sino que con ellos ha caído también una especie del género humano engendrada por ellos mismos a mediados de los 80, para infortunio de los mortales: me refiero a los yuppies, esa tribu urbana que personificó de manera impecable la ambición desmedida que impulsó ese auge de los bancos de inversión en las últimas décadas y que les permitió por muchos años ganar altos rendimientos haciendo millonarias operaciones de compraventa al debe, hasta que se autodestruyeron.

Con la desaparición de los bancos de Inversión, uno sí aspiraría a que los yuppies -la abreviación para Young Urban Professionals, que en castellano se traduciría en "Jóvenes profesionales en ascenso"- queden, si no extintos, al menos reducidos a su mínima expresión. Y eso, repito, no sólo es una buena noticia, sino el fin de una maldición.

En realidad los yuppies son algo más que jóvenes profesionales en ascenso. Son un ejército de consumistas pretenciosos y ególatras que crearon una forma de vida dominada por el derroche y el rápido éxito económico, especulando con el dinero de los otros. Se distinguen de otras tribus urbanas porque su ambición suele ser tan grande como su ropero, en el que, además, todas las prendas tienen que ser de marca.

Para desgracia nuestra, los yuppies no sólo nacieron y se multiplicaron en Wall Street, sino que son especies que aprendieron a sobrevivir en cualquier hábitat. Se les puede ver en la zona T del norte de Bogotá, rumbeando de noche, gastando como si fueran hijos de narcos, pero siempre al debe, manejando plata ajena. Vivan en donde vivan, los yuppies se comportan igual. Todos viven del leasing. Ni su carro descapotable es de su propiedad, ni su apartamento de soltero, ni su televisor plasma. En el fondo no tienen nada, sólo su celular, y unos cuantos gramos de 'perico'. No obstante, viven como si lo tuvieran todo, pensando que la vida es como un videojuego.

A la hora de asumir riesgos, son seres sin hígados. Si los tuvieran, no habrían tenido las agallas de vender títulos que no contenían sino aire -en muchos de esos títulos había ya propiedades cuyas hipotecas pertenecían a carteras morosas- a incautos que los compraron, seducidos no sólo por la labia de estos culebreros modernos, sino por el afán de parecerse a ellos.

La huella de sus estragos en Colombia ya se empieza a sentir con la noticia de que una parte de los fondos de pensiones fue puesta en Lehman Brothers, y se acrecentaría de ser cierto lo que afirma el senador Gustavo Petro en el sentido de que el Banco de la República habría perdido 2.500 millones de dólares en reservas internacionales en el derrumbe de Wall Street, hecho que no ha sido confirmado todavía por las autoridades del Banco. Claro que no hemos necesitado de los yuppies para tener pruebas fehacientes de la ineptidud de los administradores de los recursos ajenos. Ese es el caso de los Fondos de Pensiones que no le han dado a una sola, en las distintas etapas del ciclo económico. A finales de los 90, muchos vimos marchitar nuestros ahorros de toda una vida cuando se estalló la burbuja tecnológica afuera, y la inmobiliaria en Colombia. Luego, cuando se recuperó la economía mundial, nos salieron con la excusa de que la revaluación impedía que esos rendimientos se recuperaran, y ahora, con la crisis internacional, nuestras pensiones se devaluaron.

Sean snobs y arribistas como los yuppies, o veteranos administradores de Fondos, todos hacen fiestas con la pata ajena y el que lleva del bulto siempre es uno. De todas formas, lo deseable es que por cuenta de esta crisis se acabe de desterrar el pequeño yuppie que muchos llevamos dentro.