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El gallo capón

- Vaya a contarle a su madre el cuento del gallo capón! - No te he dicho que me digas "vaya a contarle a su madre el cuento del gallo capón!", sino que si quieres que te cuente el cuento del ga...

Semana
3 de abril de 1989

Un amigo me hace llegar el recorte que reproduzco arriba. Se trata, como ustedes pueden observarlo, de una carta publicada por un periódico de Bogotá, el domingo 24 de febrero, en la sección destinada a las inquietudes de los lectores. A propósito, y dicho sea entre paréntesis: los diarios deberían reservarle un espacio más considerable a esa correspondencia. Por algo un proverbio latino dice que la voz del pueblo es la voz de Dios. Esas cartas representan, ciertamente, la conciencia ciudadana, el palpitar del país, las pulsaciones del corazón colombiano.
En fin: no me distraigo más en divagaciones y, como dicen en Montería, a lo que venimos vamos. Mi amigo me llama por teléfono y pregunta: "¿Recibiste el recorte?". Le doy las gracias. El, haciéndose el gracioso, agrega: "¡Nada de gracias! A mí me pagas el favor contándome el cuento del gallo capón". Le digo que se prepare. Ya está listo.
--¿Quieres que te cuente el cuento del gallo capón?
--¡Claro que sí! --exclama él, emocionado.
--No te he dicho que me digas "¡claro que sí!", sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo capón.
--¡ Hombre, por Dios, obviamente!--replica él.

--No te he dicho que me digas "¡ hombre, por Dios, obviamente!", sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo capón.
--¿Me estás tomando el pelo? --pregunta él, con perspicacia.
--No te dicho que me digas "¿me estás tomando el pelo?", sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo capón.
--Ponte serio, hermano--musita él. Está molesto. Lo percibo.
--No te he dicho que me digas "ponte serio, hermano", sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo capón.
--Vea: mejor lo llamo en otro momento--Ha cambiado el tuteo por el usteseo, o como se llame eso. Está furioso.
--No te he dicho que me digas "vea: mejor lo llamo en otro momento", sino que si quieres que te cuente el cuento del gallo capón.
--¡Vaya a contarle a su madre el cuento del gallo capón!
--No te he dicho que me digas "vaya a contarle a su madre el cuento del gallo capón!", sino que si quieres que te cuente el cuento del ga...
¡Pum! El telefonazo me suena como una ráfaga de recámara en la oreja. Oigo el zumbido a lo largo de la semana. Mi mujer tiene que ponerme unas gotas medicinales porque empiezo a creer que me quedaré sordo por el lado derecho.
Está complacido, señor Peña Orozco, firmante de la carta de Barranquilla, el hombre que me desafió cariñosamente a contar el cuento del gallo capón. Y quedan enterados, además, aquellos lectores que no conocían esta maravilla de historia. Siempre he creído que entre todas las leyendas y tradiciones, entre novelerías e imaginaciones, entre inventos y charadas, entre jerigonzas y prodigios de la gente costeña, el cuento del gallo capón es la mejor de todas esas historias.
Tiene, como se observa a simple vista, una gracia formidable, pero tiene también algo más profundo: tiene filosofía. El cuento del gallo capón es, simplemente, eso: un callejón sin salida, dar vueltas, no concretar nada, no responder, subirse por las ramas, bajarse por las orejas, acabarle la paciencia al interlocutor, hacerlo que pierda los estribos, pero el narrador del cuento mantiene su serenidad por una razón muy sencilla: porque sabe que él tiene la sartén por el mango; porque sabe, en fin, que el cuento del gallo capón no se acaba nunca.
Es un estupendo recurso para quitarse de encima a esa gente impertinente que viene a preguntar lo que no le importa, que sonsaca confesiones y chismes.
Uno, simplemente, les cuenta el cuento del gallo capón que es el único cuento del mundo, que no dice nada, pero que no se agota jamás.
Lo malo -o lo poético de este episodio- es que los costeños hemos resultado víctimas de nuestro propio invento. Gobernantes y dirigentes nos han devuelto el cuento del gallo capón.
--¡Córdoba pide ayuda para atender a los damnificados del invierno! --clama la gente dé por allá.
--No hemos dicho que nos digan "¡Córdoba pide ayuda para atender a los damnificados del invierno!", sino que nos digan si Córdoba pide ayuda para atender a los damnificados del invierno.
El cuento del gallo capón es la expresión suprema del arte de mamarle gallo a la gente. Yo no he dicho que el cuento del gallo capón es la expresión suprema del arte de mamarle gallo a la gente, sino que el cuento del gallo capón es la expresión suprema del arte de mam... Ustedes verán hasta cuándo nos quedamos aquí, con esta espiral interminable, con este incomparable ritornello.

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