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El gobierno de Santos

Los objetivos de Santos son equivocados. Consisten en "seguir avanzando" sobre lo avanzado por Uribe, un retroceso en todos los aspectos.

Antonio Caballero
12 de junio de 2010

Juan Manuel Santos quiere, sin duda, ser un gran presidente (así sea de Colombia). Viene desde la niñez educándose para eso. Y no solo tiene la preparación sino además el talento: un talento en muchos aspectos comparable al que tenía uno de sus predecesores en el cargo, el doctor Carlos Lleras Restrepo. El preferiría, claro, una comparación más glamurosa.

Si no con Alejandro Magno, al menos con Winston Churchill: tartamudo en la infancia, casado con una bella mujer llamada Clemencia y presto a cambiar de partido a la primera oferta ministerial. Y deseoso de ganar una guerra (con uniforme de gala de Gran Lord del Almirantazgo, si fuera posible: para eso aprendió inglés; pero si toca de cachucha con la visera en la nuca, pues de cachucha).

Porque bueno: el caso es que le tocó ser el doctor Carlos Lleras Restrepo, y hasta ahora la reencarnación va cuajando. Tuvo, como su modelo, un patrón presidente: Eduardo Santos aquel, Álvaro Uribe este. No es buen orador, pero habla. No es un gran periodista, pero sabe dirigir periódicos. No tiene arrastre de masas, pero es hábil manzanillo. No es liberal, pero siempre (o casi) se ha llamado liberal. Es enérgico, es laborioso, es estudioso, es arrogante y petulante, funda a troche y moche institutos descentralizados y centros de investigaciones públicos y privados. La gente no lo quiere; pero se hace nombrar, y a la larga, como Lleras Restrepo, se hace elegir. Y con él ha resucitado la antigua 'fila india de los presidenciables', desbaratada un tiempo por el asesinato de Galán. Así que nombrará canciller al rebelde Germán Vargas Lleras, como Lleras Restrepo nombró canciller al rebelde Alfonso López Michelsen. Ya lo verán.

Pero no conseguirá ser un gran presidente -como tampoco lo consiguió Lleras Restrepo- porque le falta una cosa esencial: el rumbo acertado. Juan Manuel Santos no tiene ni siquiera -como sí la tuvo Lleras Restrepo- la sensibilidad política suficiente para darse cuenta de que la raíz de la guerra secular de Colombia es la lucha por la tierra. Este es un país en el que solo se han hecho contrarreformas agrarias, empezando por esa grande y tremenda que fue la de la Conquista, del despojo indígena, siguiendo por la de la Independencia, que privatizó los resguardos, insistiendo por las de las Desamortizaciones eclesiásticas, ahondando por la de la Violencia política, y terminando -por ahora- por la del narcoparamilitarismo que ha desplazado del campo a cuatro millones de personas. Lleras Restrepo vio el problema, pero no se atrevió con él, o no lo dejaron. Santos ni siquiera lo ve. Por eso cree -o al menos dice que cree- que este gobierno de su patrón finquero Álvaro Uribe, el que más ha agravado la sangrienta crisis del campo, es el mejor de la historia. Y así no se puede.

Santos no podrá hacer un gran gobierno, no porque carezca de principios, como le critican muchos. Eso, al contrario, puede a veces ser una ventaja. Así, podemos suponer que llegado el caso su concepto de la lealtad política no lo llevará al extremo de dedicar su gobierno a cuidarle las güevitas a Uribe, si lo persiguen, como se le fue a Ernesto Samper el suyo en cuidarse las propias. Ni tampoco por su desenvoltura en cuanto a los medios, demostrada tantas veces en diversos terrenos: en lo militar, en lo político, en lo diplomático. Y ni siquiera por el lastre de sus alianzas con lo peor de la fauna política uribista, que a su vez arrastra consigo otras alianzas todavía más tenebrosas. Santos no podrá hacer un gran gobierno porque sus objetivos son equivocados.

Consisten en mantener el rumbo que Colombia lleva, y que según él es "la dirección correcta". En reforzar lo que existe o, como él dice, en "seguir avanzando" sobre lo ya avanzado por Uribe: que es, en todos los aspectos, retroceso. Santos es ultraderechista en lo militar, conservador en lo social, neoliberal en lo económico. Cree en la continuación de la guerra a muerte hasta la victoria militar imposible (ya he dicho aquí que nadie gana una guerra civil: todos la pierden), engrosando el presupuesto militar hasta la apoplejía y aflojando el fuero militar hasta la impunidad. Cree en el sometimiento sin condiciones a los intereses del imperio norteamericano: entrega (semiclandestina) de las bases aéreas y navales a sus tropas, obediencia en la guerra perdida contra las drogas, alineamiento contra los adversarios (Chávez) y a favor de los aliados (Israel). Cree en las virtudes del Consenso de Washington, que conducen a que crezcan los ricos y los pobres deban emigrar. Si los dejan.

Con objetivos como esos no se puede hacer un gran gobierno, como querría que fuera el suyo Juan Manuel Santos. La grandeza política no está en el cómo, sino en el para qué. Y el para qué de Santos se limita a la ambición mezquina de que las cosas sigan tal como están. Solo que con él.

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