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El hombre de a caballo

Ya ha puesto en marcha, como quien no quiere la cosa, el segundo centenario de la Independencia, dentro de 13 años. De aquí a entonces le caben tres reelecciones más

Antonio Caballero
11 de junio de 2006

Tendremos, pues, cuatro años más de Álvaro Uribe. Salvo en el caso, claro, de que le dé la ventolera de abandonar a medias su mandato. Al 'chinito' Fujimori del Perú, ese cuyo modelo autoritario pedía para Colombia hace unos años el ex ministro y hoy nuevamente ministro Juan Manuel Santos (que debe estar doblemente contento, por tener Fujimori y por tener ministerio), a Fujimori, digo, le dio por ahí: un día se fue de paseo, y puso un fax desde el Japón renunciando a la presidencia. (Ahora está tratando de volver: todos quieren volver). Y en Colombia tuvimos dos casos parecidos, con los dos únicos presidentes que, antes de Uribe, se autoprolongaron su período: Rafael Reyes llevaba menos de un año de la prórroga cuando cogió un barco para exiliarse en Francia; Rojas Pinilla ni siquiera alcanzó a recibir la suya de su Asamblea Constituyente cuando tuvo que huir a las volandas a refugiarse en España. Un tercero, López Pumarejo, el único que repitió presidencia por las buenas, reelegido de acuerdo con los términos de la Constitución, tuvo que irse también, en su caso a los Estados Unidos. Y así.

Pero estas consideraciones son consuelo de tontos: Álvaro Uribe no tiene las menores intenciones de irse. Tiene, por el contrario, las de seguir quedándose. Ya ha puesto en marcha, como quien no quiere la cosa, la preparación del segundo centenario de la Independencia, que cae en el año 2019. Dentro de trece años: de aquí a entonces le caben todavía tres reelecciones más en el camino.

Tres reelecciones más. Tiemblo al pensar en las cataratas de lambonería que puede despertar un presidente cuatro veces reelecto en Colombia, esta tierra de lambones (para parafrasear a Rubén Darío). En esta tierra en donde al presidente López Michelsen su gabinete lo recibía con vibrantes aplausos cada vez que entraba al Consejo de Ministros. En esta tierra en donde al presidente Turbay lo condecoraron sus propios funcionarios. En esta tierra en donde unos periodistas quisieron fundar un club de fans de la niñita del presidente Gaviria.

Conservo un recorte de prensa de hace unos veinte días: una semblanza del entonces presidente-candidato titulada con arrobamiento: "Cuando Uribe es más Uribe". No salió publicada en el periodiquito áulico de José Obdulio Gaviria, el edecán del Presidente, sino en el diario El Tiempo, firmada por Edulfo Peña. Quiero citar un par de frases que me parecen significativas de tono y de contenido:

"¿O qué del ego que corona de placer a este exquisito caballero que se exhibe sobre su fino corcel a paso de rey, superando la prueba suprema de equilibrio que cualquier jinete soñaría: una pequeña taza de café servida sobre la copa de su sombrero, sin derramar siquiera una gota de líquido?".

Y más adelante:

"Es en una finca, junto al ganado y los caballos, donde sobresale lo más personal de Uribe. Allí aparece el hombre rudo, implacable, el macho, el que habla duro, el fuerte".

Para concluir la semblanza así:

"... Uribe (desafía el hielo a bordo de su potro preferido) para satisfacer lo que más ama: la libertad sobre un caballo".

En nuestra historia republicana, donde hemos visto de todo, era lo único que nos faltaba: el hombre de a caballo. El hombre de a caballo, el "caudillo bárbaro" de que hablaba Arguedas, el presidente vitalicio típico de América Latina, no había existido hasta ahora en Colombia. Ni Bolívar lo fue, pese a la leyenda sobre su callo en las nalgas. Ni Melo, que sólo tuvo tiempo para (justamente) pegarle un tiro a su caballo para que no lo fuera a montar nadie. Ya lo tenemos. Y lo seguiremos teniendo para largo: hasta los fastos del segundo centenario de la Independencia.

Salvo en el caso de que le dé una de sus ventoleras.