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EL HUEVO, LA GALLINA Y LA OPOSICION

Semana
22 de septiembre de 1986

Toda esa discusión política actual sobre si fue primero la gallina que el huevo, es decir, si el conservatismo está en la oposición porque quiso o porque lo obligaron, tiene dos propósitos fundamentales. Por parte del conservatismo, que la responsabilidad histórica de las consecuencias que sobrevengan quede en manos de Virgilio Barco. Y por parte del gobierno, que dicha responsabilidad quede, en lo posible, del lado del Partido Conservador.
Y así han transcurrido las primeras semanas del binomio gobierno-oposición. Los conservadores a demostrar que Barco no los quería, y el gobierno a dejar en claro que los conservadores no quisieron.
Y aunque el argumento utilizado por el Partido Conservador -de que el Presidente Barco violó la Constitución al excluirlos del gabinete y de las gobernaciones- haya resultado ridículo por su evidente falta de consistencia, no hay duda de que la responsabilidad del desmonte anticipado del artículo 120 de la Constitución terminará bajo la marca de Virgilio Barco, para bien o para mal. Si es para bien, Barco pasará a la historia como el más audaz y lúcido Presidente liberal. Pero si es para mal, lo hará como el promotor de la ruptura de la política de entendimiento entre los dos partidos tradicionales.
Y en eso consiste, quizás, el primer gran acuerdo al que, según ha trascendido, han llegado los ex presidentes Misael Pastrana y Belisario Betancur, para asegurar la feliz supervivencia de su común colectividad política: la necesidad de que se produzca un deslinde histórico-doctrinario entre el Partido Conservador y el Liberal, en torno al gobierno nacional, compartido y de entendimiento que defiende el primero, contra la opción del gobierno de partido, exclusivo y excluyente que el segundo ha puesto actualmente en práctica.
Aunque al gobierno no le resulte útil, por ahora, aceptarlo, ya casi nadie guarda dudas sobre la circunstancia de que el Partido Conservador habria terminado colaborando con el actual gobierno si el presidente Barco lo hubiera querido y manifestado.
Pero ni quiso ni lo manifestó. Eso se hizo evidente con la propuesta de "gobierno de partido" que el entonces candidato Barco esgrimió intensamente durante su campaña, y que algunos interpretaron solamente como una táctica electoral para aglutinar al liberalismo.
Pero después demostró que había hablado en serio, cuando el ex presidente Pastrana lanzó su propuesta de oposición reflexiva, y Barco la dejó sin respuesta durante dos meses. Luego vino la elección del contralor liberal en el Congreso, en la que sin duda estuvo representada tácitamente la posición del Presidente. Y más adelante la reunión con el Directorio Conservador, en la que dejó en claro que seguía aferrado a su deseo de hacer un gobierno de partido, y que aunque incómodo, cumpliría con la obligacion constitucional de invitar a los conservadores a participar en el gobierno.
Pero para asegurarse, en caso de que lo anterior no hubiera sido suficiente para disuadir a los conservadores, Barco sólo les ofreció tres ministerios, de doce disponibles. Eso, que equivalía a un 25% del cupo ministerial, era evidente que tenía que resultarles poco justo y equitativo a los conservadores que habían obtenido el 40% de la votación total. Por consiguiente, fue el último "pastorejo" que necesitaba el conservatismo para que lo obligaran a tomar la decisión de relegarse del gobierno
Ahora, el "chévere" ministro Fernando Cepeda, que logró ganar en el Parlamento el primer round gobierno-oposición (con esa mezcla muy suya de preparación, inteligencia, cinismo y garra catedrática) ha advertido que no habrá estatuto de oposición, porque esta función la cumple a cabalidad la Constitución Nacional.
Sin embargo, nuestra Constitución está montada sobre una política de entendimiento de los partidos tradicionales, y no trae la palabra "oposición" ni una sola vez en todo su articulado.
Pero es que la verdadera oposición no consiste en que un partido se pase los días citando a los ministros del Despacho al Congreso, para mortificarlos hasta donde sea posible. Debe convertirse en una verdadera opción democrática para el país, y para ello, es fundamental que existan unas reglas de juego que contengan garantías e instrumentos que dejen ejercer dicha oposición como Dios manda.
Recientemente mi amigo el columnista D'Artagnan, el "brazo periodístico" del actual gobierno citaba un párrafo de una de mis columnas para defender su propia teoría de que es peligroso que el Partido Conservador esté pidiendo que se le garantice su acceso a los medios de comunicación. Y sostenía que los noticieros no son para hacer política sino para informar.
Sin embargo, el caso reciente del Noticiero del Mediodía, cuya dueña dejó prueba escrita de que deseaba orientar politicamente su contenido a favor del actual gobierno, constituye una prueba más de que los noticieros que informan sin hacer política pertenecen a la estructura política del cielo, donde no hay sino un solo partido de gobierno.
Si a la oposición no se le garantiza su acceso a los medios de comunicación -léase noticieros y programas de opinión- nuestra democracia terminara coja, si no manca, ciega y además muda. Por eso, aunque el país esté feliz con el regreso al binomio gobierno-oposición, hay ciertos precios que deben pagarse para que su engranaje funcione sin tropiezos.
Y uno de ellos consiste en que la fórmula que finalmente inspire el próximo reparto de los noticieros de T.V. tendrá que ser más política que nunca.