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El interés nacional, según el presidente Uribe

El interés nacional es el interés del país y de todos los colombianos. No puede depender del gobierno de turno, sino que debe ser política de Estado, dicen los expertos.

Semana
27 de julio de 2010

Si en muchos países, sus dirigentes lograron poner el interés nacional por encima de sus intereses particulares (Mitterrand y Chirac, y Chirac y Sarkozy, en Francia; Bush padre y Bill Clinton y George W. Bush y Barack Obama, en EE.UU.) ¿por qué no lo pueden hacer Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos?

Los internacionalistas bien lo saben: para los llamados Realistas, el interés nacional es el principio de acción del sistema internacional. Orienta, define, rige la política exterior de los países y, en los momentos difíciles, sus dirigentes suelen invocarlo como una especie de polo norte.

El Presidente Uribe no busca dificultar una normalización de las relaciones entre Colombia y Venezuela, sino defender el interés de los colombianos, y “el interés de la estabilidad y la existencia misma del Estado es superior al comercial”, dijo hace poco el ex consejero presidencial José Obdulio Gaviria. El bombardeo contra el campamiento de ‘Raúl Reyes’ en Ecuador fue por “un estado de necesidad (…) Nuestro único interés fue defender al pueblo colombiano. (…) Trabajé por el bien de la patria (…) y sólo pensé en el interés superior de [mis] compatriotas”, declaró el Presidente Uribe en una entrevista reciente.

¿Pero cuál es el interés superior de los colombianos? ¿Cómo se define y quién lo define? El interés nacional es el interés del país y de todos los colombianos. No puede depender del gobierno de turno, sino que debe ser política de Estado, dicen los expertos.

A los realistas, les hubiera gustado pensar que la decisión de revelar nuevas pruebas sobre la presencia de las guerrillas colombianas en territorio venezolano fue una política de Estado. Que Uribe consultó a Juan Manuel Santos y que ambos equipos llegaron a la siguiente estrategia: que era mejor para Colombia que Uribe hablara duro con Venezuela y pusiera en la mesa los temas calientes ahora, para así adelantar una nueva crisis con el país vecino sin comprometer al presidente entrante y de esa manera hacer que Juan Manuel Santos no tuviera que provocar una crisis que muchos consideran como inevitable y pudiera terminar con mayor margen de maniobra frente a Venezuela durante su mandato. Mejor dicho, una especie de repartición de papeles entre el “bueno” y el “malo”, como en las películas policiacas cuando se hace un interrogatorio. Ahora bien, parece que no fue así; puede ser que Uribe quiso genuinamente defender el interés nacional de Colombia, pero queda la impresión que entraron también en cuenta algunas consideraciones personales.

¿Le convenía a Colombia revelar a la “comunidad internacional” más evidencias de la presencia guerrillera en Venezuela? Sí, pero no necesariamente en este momento, ni de esta manera. ¿Le conviene ahora a Colombia buscar restablecer el diálogo con su vecino a pesar de esas nuevas evidencias? También, pero tampoco a cualquier precio.

La prudencia sin virtud no es sino astucia o habilidad; pero la virtud sin prudencia está condenada a la impotencia, decía Espinosa. La ecuación queda entonces planteada: ¿Puede el futuro gobierno colombiano restablecer el dialogo con Venezuela sin debilitar o comprometer el interés nacional de Colombia?

¿Y por qué no? China y EE.UU. lo hicieron en 1972. Israel y Egipto en 1978. Abogar por el diálogo no significa necesariamente ser débil; hablar duro o romper relaciones con su enemigo, socio o vecino, tampoco protege el interés nacional de su país, ni lo hace a uno más “varón”.

A pesar de la Guerra Fría, los EE.UU. y la Unión Soviética nunca rompieron sus relaciones diplomáticas. A pesar de haber entrado en guerra tres veces el uno contra el otro, Pakistán y la India tampoco; y a pesar de las acusaciones del gobierno español en contra de Francia por tener cierta reticencia en luchar contra los militantes de la ETA escondidos en territorio francés, Francia y España siguieron dialogando.

En aquel entonces, sin embargo, nadie acusaba a esos países de tener una diplomacia “babosa”, “cosmética”, “meliflua” e “hipócrita”. A eso se lo llamaba Realpolitik o realismo político.

* Frédéric Massé, Co-director del Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales (CIPE) de la Universidad Externado de Colombia.

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