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El juicio improbable

Antes que descansar de la política Pastrana debería responder por los resultados catastróficos de su frívolo gobierno

Antonio Caballero
2 de septiembre de 2002

Leo que el ex presidente Andrés Pastrana pasa unos días de descanso en casa de su amigo el multimillonario venezolano Gustavo Cisneros, en el Caribe, antes de fijar definitivamente su residencia en Madrid, donde le dieron visa, a pesar de ser colombiano, por recomendación especial de su amigo el presidente español José María Aznar.

Han pasado apenas tres semanas desde la transmisión de mando, y cada día trae una nueva revelación espeluznante sobre la ineptitud y la corrupción del gobierno de Pastrana. Sabíamos que ambas eran grandes: se notaba. Pero ahora viene además el Ministro de Hacienda a contar que el agujero fiscal era el doble de lo calculado. El Contralor a revelar que el robo era el triple de lo adivinado. La Ministra de Defensa a callar lo que va descubriendo, y que se refleja en su mirada de creciente espanto. Los periódicos y las revistas, todavía tímidos, a destapar escándalos de docena en docena. Resulta que el horror que vivimos es todavía peor que el que vemos.

Y el ex presidente Andrés Pastrana veranea en la playa, fumando los últimos puros que le enviaba su amigo el presidente cubano Fidel Castro, y se dispone a hacer unas cuantas visitas de cortesía a otros miembros de su grupo -un príncipe búlgaro, un ex presidente norteamericano, un rey jordano, un sultán asiático, un millonario mexicano- antes de instalarse en el otoño madrileño sobre las frondas doradas del Parque del Retiro. Parece ser que desea, si no retirarse, descansar por un tiempo de la política.

¿Ustedes creen que hay derecho?

Yo creo que no. Me parece que antes de descansar de la política debería venir a responder por los resultados catastróficos de la política que él adelantó durante sus cuatro años de gobierno frívolo y corrompido. Catastróficos resultados subrayados en sus últimos días por la millonaria orgía publicitaria multinacional que se pagó con las raspas del erario para exaltar ante el mundo los logros del cuatrienio. ¿Logros? Que se los cuenten a los cuarenta millones de colombianos rechazados como parias por la mitad de los países del mundo. Que se los cuenten a los diez millones de hambreados. A los cinco millones de arruinados. A los dos millones de desplazados. A los seiscientos mil exiliados. A los quince mil secuestrados. Que le cuenten los logros del gobierno de Pastrana a los muertos.

El frívolo ex presidente, sin embargo, no va a responder por nada de eso. No se lo va a exigir nadie. En su tarea de destrucción tuvo demasiados socios, demasiados cómplices, que además siguen en el poder. Nunca en Colombia ha respondido nadie por las tropelías cometidas. Aquí mismo anotaba yo hace un mes y medio que el único resultado concreto de nuestra independencia política había sido el de abolir los 'juicios de residencia' que la mal gobernada metrópoli les hacía a los malos gobernantes de estas colonias tan mal gobernadas. Desde entonces, aquí nadie responde por nada. No hace mucho otro de nuestros catastróficos ex presidentes, Alfonso López Michelsen, se encogía olímpicamente de hombros ante una pregunta que le pareció impertinente: -Si soy responsable, no me doy cuenta.

Mi primer recuerdo consciente de la vida política colombiana (y no hablo de imágenes infantiles: los refugiados de la Violencia en Boyacá, o los tanques entrando a Bogotá por la carrera Séptima que los niños mirábamos fascinados desde las ramas de los árboles), mi primer recuerdo de adolescente con ciertas entendederas, es el de un juicio de responsabilidades históricas: el del ex presidente Rojas Pinilla ante el Senado. Yo era entonces tan joven y tan iluso que acudí a las barras del Capitolio para embargarme de emoción patriótica. No pude: era una farsa. Lo que había empezado con acusaciones grandiosas y terribles al gobernante caído por indignidad y traición a la patria, por genocidio y saqueo, terminó grotescamente diluido en un proceso aduanero sobre la importación ilegal de diez terneros. Por lo visto, ese había sido el único acto de gobierno en el que el gobernante que estaba siendo juzgado no había contado con la colaboración cómplice de quienes lo estaban juzgando.

De aquel juicio Rojas salió crecido, fundó un partido político, engendró una dinastía electoral que todavía perdura. No sé si llegó a pagar las multas de los terneros, pero sí recuerdo lo que vino después: la resurrección paralela de otras dinastías electorales que, como la suya, hubieran debido hundirse en la mezquindad y la vergüenza de su fracaso histórico: los Ospinas, los Gómez, los Lleras, los López, los Turbay, los Pastrana. (Los Valencia no: ni un voto. Gente rara). Nuestras "familias consulares", como se llamaban en la antigua Roma. Nuestras "casas" reinantes, como las llama la prensa reverente. He visto desde entonces otro par de abortos de juicio de responsabilidades: el que se le anunció al presidente Betancur por la masacre del Palacio de Justicia, el que se le inició al presidente Samper por haber financiado su campaña con dineros de la mafia. El primero ni siquiera llegó a hacerse: los políticos del Congreso encargados de adelantarlo prefirieron abstenerse, alegando que los actos políticos no deben ser juzgados políticamente. El segundo se varó en una preclusión: los políticos a quienes correspondía juzgar al presidente habían llegado a sus cargos con los mismos dineros. Y no recuerdo ni siquiera propuestas de que se enjuiciara al presidente Barco por el exterminio criminal de la Unión Patriótica, ni al presidente Gaviria por la entrega de la justicia al narcotraficante Pablo Escobar. (Las dinastías políticas de los últimos cuatro mencionados apenas empiezan a despuntar).

Por eso no me extraña que, aunque también él se lo merezca, tampoco nadie le quiera abrir un juicio al ex presidente Pastrana.

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