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El legado de muerte y corrupción de Chávez

Ni estadista, ni buen gobernante, el coronel Hugo Chávez Frías era un militar tropero, megalómano y atrabiliario que desató la ruina material y moral de su país y convirtió a Venezuela en una colonia de Cuba

Germán Manga, Germán Manga
3 de mayo de 2017

Afirmar, ante las ruinas materiales y morales de Venezuela, que el coronel Hugo Chávez Frías fue un estadista, un buen gobernante, o como se atrevió a decir el poeta William Ospina en su reciente carta a Maduro: “el hombre más grande y el político más visionario que ha tenido América Latina”, es un exabrupto y una temeridad.

Chávez era un militar tropero, osado, megalómano y atrabiliario, que por ello fue presa fácil de la inteligencia –esa sí de las grandes ligas- de Fidel Castro. En su entrega bobalicona al monstruo convirtió a Venezuela, el país con las mayores reservas de petróleo en el mundo, en una colonia de Cuba.

De esa letal influencia vienen el diseño institucional que aniquiló el aparato productivo, la normatividad que prostituyó el sistema cambiario y desató la corrupción, la perpetuación en el poder, los sistemas de inteligencia y represión y la demencial política exterior del Alba que repartió a manos llenas los ingresos de la bonanza petrolera de los venezolanos.

Como caído del cielo para Castro, Chávez le firmó en el año 2000 un convenio de cooperación médica, deportiva y técnica que puso 40 mil asesores cubanos en Venezuela y a ese país a transferir a la isla 100 mil barriles de petróleo al día (bajó a 70.000 en estos tiempos difíciles).

Chávez es directo responsable del pavoroso deterioro de la seguridad en su país. Desarticuló la Policía y con su insensata “doctrina social” del crimen, el “si yo fuera pobre, robaría”, dio bríos a los delincuentes. Los temibles “pranes” comenzaron a dirigir, desde las cárceles, la delincuencia organizada y sus macabras empresas crecieron con total garantía de impunidad. Venezuela, que era un país apacible y tranquilo, se convirtió en uno de los lugares más peligrosos del planeta con proliferación de asesinatos, robos, secuestros, atracos y masacres. El índice de homicidios, que era de 19 por cada 100 mil habitantes en 1999 cuando Chávez llegó al poder, ya era de 82 por cada 100 mil habitantes en el año de su muerte.

Fue igualmente quien desató la corrupción. Bajo su sombra surgió la “boliburgesía”, los militares y civiles que hacen grandes fortunas especulando –con el dólar, con los suministros, con las decisiones-. Pero además él mismo fue un hombre corrupto que enriqueció a su propia familia y entregó cuotas de poder a su padre, a su mamá y a sus hermanos.

Fue nefasto para Colombia. Convirtió a Venezuela en santuario para las Farc y el ELN. Y a su país en plataforma para la exportación de coca, una actividad dominada y controlada por altos funcionarios de su entorno y por los militares del “Cartel de los soles”. Belicoso y pendenciero, en sus enfrentamientos constantes y oportunistas con nuestros gobiernos echó por tierra el importante comercio bilateral que habían logrado los empresarios.

Pero donde mostró desde el comienzo su mayor nivel de incompetencia fue en el manejo de la economía. Chávez impuso un control de precios que desató el mercado negro y la actividad de mafias en el ámbito productivo. El control del tipo de cambio y los límites a la adquisición de dólares a las empresas y a las personas atizaron la corrupción, el desabastecimiento y la inflación. Dilapidó las reservas de oro y llevó el gasto público y la emisión monetaria a niveles mucho más que irresponsables. Las expropiaciones y la irracional militarización en los altos cargos de las empresas asfixiaron la actividad productiva y deterioraron la industria petrolera que pasó de producir más de 3.6 millones de barriles diarios, a 2 millones.

La cereza con la que coronó el pastel fue dejar en su reemplazo a Nicolás Maduro, más incompetente que él aunque no responsable del modelo y quien se ha limitado a seguir el vasallaje con Cuba y administrar el deterioro con un concierto de malas decisiones -la burla de la Constitución, la violenta persecución de los opositores, la entronización de la justicia de bolsillo, la consagración del delito, la impunidad, la corrupción y la persistencia en el ruinoso modelo económico cubano- que tienen a la gente en pie de lucha en todo el país.

Nada es admirable ni positivo en el legado de Chávez. Produce y angustia y dolor decirlo ante la dimensión y gravedad de los padecimientos y dolores que enfrenta el “bravo pueblo” cuya encrucijada mayor es desarticular los efectos de esa macabra herencia, a través del restablecimiento de la democracia y del imperio de la ley y de acciones profundas como un drástico ajuste fiscal, control del gasto público, eliminar la actual política cambiaria y en general, poner fin a la corrupción y a la asfixiante intervención del gobierno en la economía. Una reforma radical en lo político y económico a la que se resisten y resistirán los chavistas y sus amos cubanos, como lo han hecho hasta ahora, con todos los medios, legales o ilegales a su alcance.