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Dejar robar. Dejar matar

Lo que se conoce menos y conviene examinar, en esta época de transformaciones, es la forma como ese establecimiento ha logrado gobernar y mantenerse en el poder.

Julia Londoño, Julia Londoño
4 de marzo de 2017

El momento más importante de nuestra historia contemporánea es el Frente Nacional. Lo que sucedió durante ese período y lo que vino después como consecuencia de ese pacto sigue determinando la forma cómo se gobierna Colombia… hasta ahora.

La terminación del conflicto armado está abriendo la puerta a profundas transformaciones en nuestra sociedad y en nuestra política. La principal, por supuesto, el cese de la confrontación militar con el cambio de las dinámicas para controlar los territorios, algo que no se siente mucho en las ciudades, pero sí que le cambia la vida a la gente del campo. Al mismo tiempo empiezan a aparecer nuevos temas en la agenda de la opinión pública, por ejemplo, la corrupción.

Durante el último medio siglo desde el pacto frentenacionalista se ha establecido un sistema de convivencia política que permitió compartir el poder, con base en normas, pero con gran arraigo en las prácticas. Los colombianos perciben, con razón, que desde entonces un pequeño grupo de élites, conocido como “el establecimiento”, está a cargo del país. Lo que se conoce menos y conviene examinar, en esta época de transformaciones, es la forma como ese establecimiento ha logrado gobernar y mantenerse en el poder.

Una característica central ha sido el relacionamiento con las élites regionales. Tal como lo han revelado distintos estudios, las élites centrales buscan apoyo electoral en las regiones y a cambio de ello les garantizan impunidad. Gracias a ello, esas élites regionales han podido esquilmar los recursos públicos y eliminar a algunos de sus oponentes, sobre todo quienes consideraban una amenaza porque se consideraban parte de una alianza con los grupos guerrilleros.

De esta manera el lema principal de nuestros dirigentes ha sido “dejar robar, dejar matar” y sobre esta base se ha erigido la gobernabilidad que mantiene el sistema político.

Con el fin de la guerra, el asesinato de líderes sociales continúa, pero las bases sobre las cuales el modelo se mantenía empiezan a naufragar. La impunidad que sustentaba el sistema resulta inviable y el Estado enfrenta el desafío de hacer que la justicia por fin actúe. La opción de dejar matar ya no es viable. Aunque las muertes continúan, la garantía de impunidad del nivel central ya no existe y poco a poco la dinámica asesina cederá.

Por otra parte, el sistema de corrupción pasó de ser un simple mecanismo para desviar recursos en favor de las élites regionales a convertirse en un mecanismo institucional para ganar elecciones y gobernar. La extensión de este problema hace que sea mucho más difícil de superar que el anterior, pues sus beneficios alcanzan múltiples capas del establecimiento.

Ahora cuando la bruma de las balas se disipa en el horizonte, la sociedad parece no estar dispuesta a permitir que el modelo de dejar robar y dejar matar sea el que gobierne nuestra sociedad. El reto, que se puede empezar a resolver en el 2018, está en el cambio de la correlación de fuerzas políticas entre quienes se han beneficiado del modelo anterior y quienes intentarán gobernar de otro modo. Si las cosas continúan por el camino que se vislumbra, por primera vez contaremos con poderosas fuerzas alternativas que realmente no sólo son distintas a quienes nos han gobernado, sino, sobre todo, ofrecen gobernar distinto.

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