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El libro de López

Lo bueno: acaba con Ernesto Samper. Lo malo: revivir la entrevista del Marriott. Lo feo: ser injusto con el presidente Pastrana

Semana
21 de mayo de 2001

Delicioso el libro de López. Consiste exactamente en lo que entrevistador y entrevistado se propusieron que fuera: una amena conversación en la que el ex presidente se desnuda en sus recuerdos, en sus conceptos, en sus resentimientos y en sus diagnósticos, con toda la perversidad que lo caracteriza.

Veamos lo bueno, lo malo y lo feo del libro:

Lo bueno: acaba con Ernesto Samper. Cada tres páginas López le da un garrotazo.

Pero tal vez por culpa de que el capítulo publicado anticipadamente por SEMANA fue el relacionado con la entrevista de López con los narcos en Panamá, los primeros debates sobre el libro tomaron ese rumbo, y poco se ha dicho sobre el valioso diagnóstico que hace el ex presidente acerca del presente y el futuro de Colombia. En ese análisis tienen los próximos candidatos a la Presidencia material suficiente para elaborar un auténtico programa de gobierno, porque hasta ahora sus propuestas parecen haber sido escritas hace dos años.

Me impresionaron especialmente sus conceptos sobre lo desueto que se ha vuelto el criterio rabioso de la constitucionalidad, por culpa del cual creo yo que la Corte Constitucional viene atentando de manera muy grave contra las realidades económicas y sociales.

Con respecto a la crisis actual, pone el dedo en la llaga cuando culpa de sus dimensiones a que “este se volvió un país en donde a nadie se le garantiza una decisión jurídica respetable”.

Advierte que tendremos que poner mucha imaginación para rebuscarnos nuevas fuentes de generación de divisas, porque estamos viviendo la decadencia del café y del petróleo y con respecto al carbón, el negocio ya es de las multinacionales.

En su mirada preocupada al presente y al futuro del país caben además reflexiones muy inteligentes sobre la legalización de la droga, el anacronismo de la reforma agraria, los peligros del paramilitarismo y las equivocaciones en materia del proceso de paz, del que asegura que está varado porque hasta ahora las conversaciones con las Farc se han limitado a lo procedimental y no a lo sustancial, lo que quiere decir dejar por fuera el secuestro y demás atrocidades de la guerra, poniendo en cambio todo el énfasis en la carpintería.

Lo malo: el recuerdo de los episodios del Hotel Marriott en Panamá revuelve el avispero sin que haya nada nuevo: todo estaba contado. Pero cada vez que se ventila ese tema sus protagonistas quedan mal y no se sabe quién queda peor: si López o Betancur.

Y como si fuera poco, se comprueba que la plata de los narcos ya contaminaba la actividad política mucho antes del episodio Samper. Y una crítica de fondo de López a BB: ¿Por qué se apoyó tanto tiempo en su argumento de inconstitucionalidad para no extraditar, para luego pasárselo por la faja?

Lo feo: al referirse a Pastrana, que hace esfuerzos gigantescos por salvar el proceso de paz, es injusto pero en cambio contribuye a agravar la confusión nacional. Y no puede ser vista sino como una travesura costosa para la paz política del establecimiento la forma despectiva como trata tanto a su consentida, Noemí Sanín, como a Horacio Serpa (no sé de dónde salió el concepto de que López es amable con Serpa en el libro, cuando se limita a retratarlo como un tinterillo de pueblo que evitó con sus mañas la caída de Samper).

Pero además, me parece que en muchas de sus evocaciones históricas se le sale un toquecito exageradamente light acerca de unos episodios que definieron el rumbo de la historia de Colombia.

¿Sí será cierto que Laureano Gómez y Eduardo Santos se distanciaron políticamente porque coincidieron en un prostíbulo? ¿Que los Lleras odiaban a López porque era el puente obligado para llegar hasta López Pumarejo? ¿Que en la muerte de Gaitán sólo hubo un lío de faldas? ¿Que Misael Pastrana se distanció de López sin ninguna causa?

También eché de menos en el libro un poco de autocrítica. El entrevistado sólo admite un único error en su larga vida pública: haberle dado al Ejército la función de combatir el narcotráfico, que sólo debía ser misión de la Policía.

El López político, el genial humanista, el mordaz observador de los acontecimientos, todos aparecen retratados en el libro. Pero López, el ser humano, el hombre, tan sólo hace su aparición en las últimas dos páginas, en las que el ex presidente deja escrita una especie de despedida muy personal para la posteridad. No logra, pues, con este libro, resolver su fama de frío y distante. “Fui criado en medio de la familia Michelsen, muy cerrada en sí misma (...) Por eso detesto que me retraten o publiquen asuntos de mi vida privada”. Ojalá, pues, que falten muchos años, y que no haya fotógrafos presentes, a la hora en que comparezca como él lo quiere: en paños menores, delante de Dios.

ENTRETANTO... ¿Cómo hacemos para esconder a Ciro Ramírez, el presidente del Partido Conservador?

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