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El más grande fracaso

Es imperativo darle una oportunidad a las negociaciones de paz antes de que se vuelvan a propagar las llamas.

León Valencia
25 de agosto de 2012

En los meses en que nació SEMANA tomó posesión como presidente de la República Belisario Betancur y pronunció esta oración: "Levanto ante el pueblo de Colombia, una amplia y blanca bandera de paz: la levanto ante los oprimidos, la levanto ante los perseguidos, la levanto ante los alzados en armas, levanto la blanca bandera de la paz ante mis compatriotas de todos los partidos y de los sin partido, de todas las regiones, de todas las procedencias. No quiero que se derrame una sola gota más de sangre de los soldados abnegados, ni de los campesinos inocentes, ni de los obcecados, ni una gota más de sangre hermana. ¡Ni una gota más!".

No pudo alcanzar este sueño Betancur, no lo han podido alcanzar los demás gobiernos. Es el gran fracaso de estos 30 años tachonados de momentos dolorosos y tristes. La oración del presidente Santos es más simple, pero no menos impactante, "¡La victoria es la paz!". Es una nueva ilusión. Nos llega después de no menos de 300.000 muertos. Nos llega después de que un presidente enajenado por el dolor de ver morir a su padre, extraviado en un laberinto de rencores, nos prometió la destrucción inapelable de las guerrillas y alcanzó apenas a espantar temporalmente su influencia de algunos territorios y ciudades.

Solo la plena conciencia del desastre nos dará la lucidez, la fuerza y la generosidad para alcanzar la reconciliación. Solo si nos negamos a olvidar lo ocurrido en estas tres décadas podremos superar la pesadilla. Es mentira que nuestro destino sea la violencia. Es mentira que los mejores días de la patria estuviesen antecedidos de victorias militares.
Los tratados de paz de principios del siglo XX alejaron por más de 40 años el fratricidio. Después vendrían los años de la violencia partidista que tuvieron el pico más alto de la destrucción en 1958 cuando liberales y conservadores se atrevieron a la paz. Empezó una curva descendente en la muerte por motivos políticos que se frenó en 1978. Ahora, con la distancia, podemos ver que el Frente Nacional no fue venturoso en la inclusión y la democracia, pero lo fue en amainar la confrontación.

Belisario adivinó el incendió que se avecinaba en los ramalazos de fuego que saludaron la década del ochenta. Se apresuró a conjurarlo. No pudo. Solo los acuerdos parciales de paz de los noventa, la nueva Constitución y una dura carga sobre los carteles de la droga dieron un respiro que sembró una esperanza. Nada más un respiro.

Porque después vendrían los diez años más oscuros. Entre 1995 y 2005, en una guerra subterránea, invisible, se produjo un verdadero holocausto. Si alguien quiere ver el más grande repertorio de dolor que ponga los ojos en el 2001. Solo en ese año. Para que se haga a una idea de lo que ocurrió en la Colombia profunda. Para que mire como en un caleidoscopio la barbarie, el despojo, la diáspora, la muerte, aunadas en los campos y en las barriadas de un país sin ojos y sin reflejos para sentir la infamia.

El esfuerzo militar del Estado y de la sociedad para golpear a las guerrillas y a los paramilitares que protagonizaron esa aterradora escalada de muertes dio frutos importantes, pero no terminó en una solución definitiva. La militarización de la vida nacional con sus desvíos y abusos sirvió para contener, pero no para terminar la guerra. El país no puede cerrar los ojos ante esta realidad. La guerra persiste y hay nuevos ambientes propicios para que crezca. Hay dinero, mucho dinero, en los campos; y el metal es el mayor acicate de la guerra. De la boca de los pozos y las minas sale un nuevo aliento para la inconformidad social. Es imperativo darle una oportunidad a las negociaciones de paz antes de que se vuelvan a propagar las llamas.

Quizás así esta revista emblemática pueda celebrar sus 40 años hablando del triunfo de la reconciliación, quizás pueda promediar 2022 con una colorida portada en la que aparezcan los protagonistas del acuerdo levantado la bandera blanca que anunció Betancur y diciendo con orgullo que efectivamente ¡La victoria es la Paz!