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El más rico

Berlusconi no es sino una restauración de lo ya conocido: que gobierna el más rico, como antes, sin el trampantojo de un termediario

Antonio Caballero
18 de junio de 2001

El hombre más rico de Italia, y uno de los más ricos del planeta —el decimocuarto, según los que hacen esas listas— acaba de ganar las elecciones y va a gobernar su país. El caso de Silvio Berlusconi provoca suspicacias, temores, incluso cierto escándalo. Pero es lo más natural del mundo.

Para empezar, es lo más habitual. El rey de Marruecos es el hombre más rico de Marruecos, el sultán de Brunei es el hombre más rico de Brunei, el emir de Kuwait es el hombre más rico de Kuwait, el dictador de Guinea es el hombre más rico de Guinea. Y así ha sido siempre en la historia humana. El hombre más rico del antiguo Egipto era el faraón, y el más rico de Roma era el emperador. Así es en las tribus primitivas: el jefe es el que tiene más cabras.

No es así, se me dirá, en las democracias modernas. El sistema democrático sirve, entre otras cosas, para evitar que el más rico sea el jefe.

Eso es relativo. Lo muestra el propio caso de Italia, en donde Berlusconi acaba de conquistar el poder de manera impecablemente democrática, mediante elecciones libres. Tan relativo es eso, que el primer presidente de la primera democracia moderna, los Estados Unidos, era el hombre más rico del país, que se llamaba George Washington.

Pero ya no, se me dirá: lo de Italia es una aberración. George W. Bush es rico, sin duda, pero moderadamente rico: no es ni de lejos el hombre más rico de los Estados Unidos. Jacques Chirac, el presidente de Francia, no es ni mucho menos el hombre más rico de Francia, como sí lo era en sus tiempos, digamos, Luis XIV. El caso no se da ni siquiera en democracias tan llenas de carencias como la colombiana: Andrés Pastrana, con todo y su noticiero, no es el hombre más rico de Colombia. Y lo de Berlusconi no es un simple noticiero: son todas las televisiones privadas de Italia, y es la fortuna más grande del país. Más grande que la de Gianni Agnelli, el de la Fiat, más grande que la de… ¿Más grande que la del Papa?

Bueno, no. Pero el Papa es polaco. Y además el Vaticano no es Italia. Y además la Iglesia católica no es una democracia.

Insisto, sin embargo, en que no se trata de ninguna aberración. Es lo normal. Lo que pasa es que en las democracias modernas no gobiernan directamente las personas, sino los partidos: más exactamente, gobierna el partido más rico. George Bush es presidente de los Estados Unidos porque su precandidatura tuvo más dinero que la de sus rivales republicanos, y luego su candidatura republicana gastó más que la de su rival demócrata. De ahí viene, precisamente, una de las principales causas de la corrupción de las democracias modernas, que explica por qué la práctica totalidad de los partidos gobernantes sean investigados por los jueces por financiación ilícita de las campañas electorales. Lo que de verdad caracteriza a las democracias modernas es que no están gobernadas por su respectivo hombre más rico, sino que lo están por un político profesional en régimen de testaferrato. Lo que está sucediendo en Italia con Berlusconi no es una innovación, como creen muchos, sino simplemente una restauración, una reiteración de lo ya conocido: que gobierna el más rico, como antes, como siempre, sin el trampantojo de un intermediario.

Volviendo a lo del Papa: sólo le falta a Berlusconi, ya obtenidos el poder económico y el poder político, que lo elijan Sumo Pontífice en el próximo cónclave, que no podrá tardar mucho dada la precaria salud de Su Santidad en funciones. Así tendrá también el poder religioso. Y con ello Italia se habrá convertido, finalmente, en una verdadera democracia moderna. Como es, por ejemplo, Inglaterra. Donde la mujer más rica del país, que es la reina, es además la cabeza de la Iglesia anglicana.

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