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El método paranoico

La paranoia, fingida o real, es un buen método para el éxito. Es el que ha usado el propio imperio para justificarse con la invención de enemigos imaginarios.

Antonio Caballero, Revista Semana
7 de marzo de 2013

Horas antes de anunciar la muerte de Hugo Chávez, y tras una reunión en pleno de la cúpula chavista política y militar, su sucesor ungido Nicolás Maduro afirmó que el presidente venezolano había sido asesinado. Lo habían matado “los enemigos de la patria”, es decir, los de siempre: el Imperio. ¿Cómo? Inoculándole el cáncer que lo llevó a la tumba.

No sé si médicamente hablando eso se puede hacer. El método es novedoso, pero el caso no: asesinar al adversario es una tradición política que Maquiavelo, en El Príncipe, ilustró con abundantes ejemplos hace ya muchos siglos. Y la historia reciente del más reciente imperio, el norteamericano denunciado por Maduro, muestra varios casos probados en varios continentes: el del dominicano Trujillo, el del survietnamita Diem, el del congolés Lumumba. Y también casos fallidos, como las múltiples tentativas de la CIA para asesinar a Fidel Castro descubiertas y denunciadas, pero piadosamente perdonadas, por el propio Congreso de los Estados Unidos. A tal punto había llegado el desenfreno asesino de la Agencia de Inteligencia que el fugaz presidente Gerald Ford firmó una “orden ejecutiva” prohibiéndole atentar contra jefes de Estado extranjeros, y su casi igualmente fugaz sucesor Jimmy Carter tuvo que reiterarla con otra. Pero vino Reagan y le devolvió esa potestad a la Agencia, que la ha venido usando desde entonces sin obstáculos bajo Clinton y bajo los dos Bush, y últimamente bajo Obama. El asesinato de Bin Laden, que tanto le ayudó a este presidente para su reelección , ocurrió hace apenas unos meses, (y es posible ir a verlo hoy mismo en el cine). 

No solo el Imperio norteamericano practica el asesinato político, por supuesto. Casi todo el que puede lo hace. El libio Gadafi mandaba matar en Londres con un paraguas envenenado, Stalin hizo matar a Trotsky en México, el gobierno de Bulgaria le pagó a un sicario turco para que le disparara al papa en Roma, y el antecesor de este murió envenenado en su cama sin que se supiera por orden de quién. Maduro citó también el ejemplo de Yaser Arafat, cuyo cadáver acaba de ser exhumado para buscar rastros de veneno radioactivo del Mossad israelí.

De modo que la tesis del asesinato puede ser cierta. Es posible que la pruebe la comisión científica anunciada por Maduro o que, por contrario, la rechace, como sucedió hace poco con la del envenenamiento de Bolívar, cuyos restos había hecho desenterrar el presidente Hugo Chávez. Pero cierta o falsa, lo interesante es que Maduro la haya lanzado. Significa que considera útil mantener y aún exacerbar el juego del enfrentamiento retórico con los Estados Unidos. Porque aunque el asesinato no sea cierto, la paranoia que inspira la sospecha es políticamente productiva. Además de denunciar el supuesto crimen, Maduro anunció a la vez la expulsión de dos diplomáticos de la embajada norteamericana, sospechosos de otra conspiración.

Juego de enfrentamiento, digo, porque hasta ahora no ha pasado a mayores. Nunca las denuncias de Hugo Chávez contra la prepotencia imperial de los Estados Unidos han llegado a la ruptura, como sí ha sido el caso, desde hace decenios, de la Cuba de Fidel Castro. Durante los 14 años de gobierno de Chávez el petróleo no ha dejado ni un instante de unir a los dos países, y no de separarlos. Los Estados Unidos siguen siendo el principal comprador del petróleo venezolano, y Venezuela sigue siendo el tercer proveedor del que los Estados Unidos importan: nunca se les ha ocurrido a los gobiernos de los dos países hacerse daño mutuamente cerrando el grifo. Tan no va en serio la cosa que, aunque hace más de dos años uno y otro retiraron a sus embajadores respectivos, los dos diplomáticos expulsados por Maduro eran nada menos que agregados militares.

Pero la paranoia, real o fingida, justificada o no, es un buen método para el éxito. Es el que ha venido usando el propio Imperio norteamericano desde hace más de 60 años para justificarse mediante la invención de enemigos imaginarios. Ya el pintor surrealista Salvador Dalí se había jactado de haber inventado el ‘método paranoico-crítico’ para fabricar obras de arte. Y le había ido bien.

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