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El momento de la verdad

El presidente Ernesto Samper es buen discípulo de Nixon y Bush, pero apenas principiante si se lo compara con Álvaro Uribe

Antonio Caballero
14 de marzo de 2009

Dan en Bogotá una película titulada Frost/Nixon sobre las famosas entrevistas de televisión con el presentador inglés David Frost en las que el ex presidente Richard Nixon confesó arrepentido en 1977 que había dicho mentiras en 1974. Nada parecido ha vuelto a suceder desde entonces. Nunca más ha vuelto a reconocer ningún político que no es verdad lo que dice, o lo que anuncia, o lo que cuenta, lo que promete que hará o lo que asegura que hizo. Ninguno ha hecho un acto público de contrición como el de Nixon, si se exceptúan, claro está, las abyectas "autocríticas" forzadas por la tortura o la amenaza, o compradas con la promesa de recompensas y beneficios judiciales. Como, digamos, en los Procesos de Moscú de los tiempos de Stalin o en las "versiones libres" de la Ley colombiana de Justicia y Paz del alto comisionado Luis Carlos Restrepo. A Nixon la confesión de sus culpas, lejos de servirle de algo, terminó de hundirlo ante su país y el mundo. Cobró por ella 600 mil dólares, pero eso lo desprestigia doblemente: por negociante, y por mal negociante.

La película no es buena. Pero vale la pena por esa lección de historia viva, calcada al pie de la letra de la entrevista original, por ese raro momento de la verdad en el que el político norteamericano que más fama de mentiroso ha tenido reconoce que sí, que lo era, y pide perdón por ello, en una retahíla de autoflagelación como de alcohólico que quiere dejar el trago:

-Defraudé a mis amigos -dice Nixon: I let down my friends-; defraudé a mi país, defraudé nuestro sistema de gobierno, defraudé los sueños de toda esa gente joven que debería estar ocupándose del gobierno pero va a pensar que todo está demasiado corrompido. (...) Defraudé al pueblo norteamericano, y tengo que llevar conmigo esa carga por el resto de mi vida.

Tal vez a esa "gente joven" que quería dedicarse a la política el mal ejemplo de Nixon les ensuciara los sueños. Pienso: ¿qué edad tenía entonces algún político primerizo como, digamos, Álvaro Uribe Vélez? Veinticinco años. Lo acababan de nombrar jefe de Bienes de las Empresas Públicas de Medellín. Tal vez a esa gente lo de Nixon les nubló los sueños, pero les abrió los ojos. Richard Nixon, llamado Tricky Dick, Ricardito el Tramposito, se convirtió en el modelo a imitar: todos querían ser como él fue, salvo en su melancólico final. Por eso le copian sus aciertos, pero tienen buen cuidado de no repetir sus errores. Su acierto, que fue uno solo: llegar al poder con trampas. Sus errores, que fueron tres: el primero, dejarse coger en la trampa; el segundo, soltar el poder; el tercero, reconocer su culpa.

Siguiendo esa lección no renunció a la presidencia Bill Clinton, pongamos por caso, amenazado como lo había sido Nixon por el impeachment, el juicio parlamentario para la revocación de su mandato, por motivos políticamente menos graves que el espionaje y las persecuciones judiciales de Nixon: por el pecado privado de adulterio. Ni renunció George W. Bush, culpable de faltas aún mayores, empezando por el fraude electoral que lo llevó a la Casa Blanca. Bush, más astuto que el astuto Nixon, llevó a la práctica la doctrina que este expone en teoría (ya desde la renuncia y la derrota) en su entrevista con Frost:

-Cuando el Presidente hace algo ilegal, eso quiere decir que no es ilegal.

Podría dar múltiples ejemplos del éxito que ha tenido el magisterio moral de Richard Nixon entre los políticos de todo el mundo, de Francia a Zimbabwe, de Rusia a Camboya o a Madagascar. Pero tal vez baste con lo que ha pasado en nuestro modesto entorno colombiano. El presidente Ernesto Samper, por ejemplo, no reconoció jamás su culpa en la financiación mafiosa de su campaña presidencial, y tras anunciar "aquí estoy y aquí me quedo" se hizo precluir su juicio por sus áulicos en el Congreso. Buen discípulo de Nixon, y de Bush, pero apenas principiante si se lo compara con Álvaro Uribe. Samper estuvo y se quedó sólo hasta el término constitucional de su período. Uribe, más audaz, se hace reelegir una y otra vez ilegalmente para seguir estando y quedándose para siempre. Única garantía de que ni el Congreso, ni los jueces, ni nadie, vaya a juzgarlo nunca.

Cosa que en su ingenuidad no supieron, digamos, los dictadores militares argentinos, hoy en la cárcel. Ni el propio Augusto Pinochet de Chile, que también acabó preso (así fuera, por fingidas razones de salud, en arresto domiciliario). Ni el 'chinito' peruano, Alberto Fujimori, que ni siquiera se enteró de cómo había tenido que dejar el poder, y al cabo de unos años de vergonzoso exilio está hoy siendo juzgado por los jueces del Perú con posibilidades de ser condenado a cadena perpetua.

Pero no creo que a nuestro Álvaro Uribe lleguemos a verlo es esas afugias de imprudencia. Además de las enseñanzas de Nixon tiene ese ejemplo próximo de Fujimori para ponerlo en guardia. Y la recomendación del refranero:

- El que se va de Sevilla pierde su silla.

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