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EL MUNDO AL REVES

Es probable que Noemí no hubiera podido continuar mucho tiempo montando en el coche.

Semana
13 de noviembre de 1995



NO RESULTA CLARO QUE LAS PERSOnas que han asumido posiciones públicas frente al caso del gobierno de Ernesto Samper hayan recibido el reconocimiento de la opinión por expresar sus objeciones de conciencia.
La primera víctima de esta curiosa situación fue el ex candidato Andrés Pastrana, a partir del día en el que resolvió hacer públicos los famosos narcocasetes. De una votación de tres y medio millones de votos, Pastrana pasó a ser un paria de la opinión, en proceso de transitorio exilio y más impopular en las encuestas que el propio protagonista de las grabaciones, el Presidente. Ni aun durante el proceso de investigación que ha llevado a comprobar la autenticidad de los narcocasetes, Andrés ha podido recuperarse de las acusaciones de deslealtad.
Otro que ha quedado castigado por sus posiciones de conciencia ha sido el ex ministro Juan Manuel Santos, que decidió rompes su cómoda situación de liberal consentido por la de precandidato enfrentado con la mitad de su partido.
Santos tenía parte muy considerable de la maquinaria liberal, y supuso que expresar públicamente sus objeciones de conciencia ante las graves acusaciones que pesan contra la campaña samperista le atraería también el reconocimiento de la opinión. Pero lo que ha sucedido hasta ahora es que resultó perdiendo a casi todos los líderes de su maquinaria, involucrados directa o indirectamente en el proceso 8.000, que se sintieron repudiados por su jefe político, y a cambio de eso, la opinión tampoco se ha mostrado especialmente receptiva. Puede que a largo plazo, es lo más probable, la vertical posición de Santos termine por beneficiarlo políticamente. Pero por ahora la ubicación estratégica de este precandidato está enredada. Por cuenta de una opinión esquiva y de unos caciques demasiado ocupados en defenderse procesalmente.
Pero quizás el caso más patético sea el de la ex embajadora Noemí Sanín. Tenía toda la ventaja del mundo en las encuestas, en un país machista en el que la única forma de elegir una mujer para la presidencia era la de que ésta se convirtiera en el símbolo de la reconciliación en un país polarizado.
Como ella mismá tuvo oportunidad de expresarlo, habría sido mucho más cómodo seguir calladita en su cargo de embajadora en Londres, donde no sólo llenaba el requisito anterior, sino que tenía menos riesgos de gastar el superávit de la chequera de su enorme popularidad.
Al fin y al cabo, ¿qué podría perder? De caerse el gobierno, nadie iba a echarle la culpa, y en su doble papel de mujer conservadora pero funcionaria liberal tenía garantizado el apoyo de conservadores y liberales y la protección de los ex presidentes.
Y si, por el contrario, el gobierno no se caía, lo único que tenía que procurar era no cometer ningún error, y continuar capitalizando su imagen en las encuestas, que llegó a ser superior a 70 puntos.
Pero la voz de su conciencia la llevó a expresar públicamente una opinión y a tomar la determinación de su renuncia. Con ello, Noemí abandonó la cómoda situación de sus encuestas y bajó de las nubes nuevamente a la trinchera. Ya no es la mujer que estaba por encima de las peleas, sino otra vez una protagonista más del acontecer político. Y de su tono conciliador con todo y con todos, más parecería estar expresándose ahora al estilo del secretario de Estado norteamericano Richard Gelbard, de "cortinas de humo" y de "trucos para desviar la opinión " por parte del actual gobierno.
Es muy probable, de todas maneras, que Noemí no hubiera podido continuar mucho tiempo montada en el coche de sus encuestas, y que tarde o temprano hubiera tenido que lanzarse al ruedo político por fuera de la embajada en Londres. Pero es obvio que al escoger este camino, al igual que Santos, de pronto escogió uno de los más arriesgados.
Por último, contrastan estas dificultades con el caso del ministro de Defensa, Juan Carlos Esguerra, que incurrió en la osadía de aceptar su cargo apenas tres días después de que apareció publicada la contundente versión de los hechos de Santiago Medina. No solo reemplazaba a un ministro popular y supremamente capaz, como fue Fernando Botero, sino que además aceptó ocuparse de uno de los ministerios más complicados de un gobierno más complicado aún.
Irónicamente, el resultado ha sido que el ministro Esguerra se está convirtiendo en uno de los colombianos más respetados y populares del país, que se ha ganado la gratitud de su partido y, en general, la de un país aterrado de estar a la deriva.
A éste, el país aparentemente le agradece un gesto de lealtad, mientras que a los demás tiende a castigarlos por todo lo contrario. Es, indudablemente, un mundo al revés.

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