Home

Opinión

Artículo

EL NUEVO BELISARIO

Semana
23 de diciembre de 1985

Era increíble que aquel presidente Betancur, cuya imagen registró en pantalla la televisión por estos días, fuera el mismo Belisario, rollizo, colorado, tremendamente seguro de si mismo, "echao pa'lante", que tomó posesión del Palacio de Nariño hace ya cerca de cuatro años.
El de ahora parecía demasiado delgado entre el contorno del enorme cuello de su camisa. Pálido, ojeroso. Pero sobre todo tremendamente triste. Con una tristeza enorme que le colgaba de los ojos.
Entonces los colombianos se hicieron una pregunta: ¿serán suficientes los proximos seis meses de gobierno para evitar que el Presidente entregue el poder como un político derrotado?
Era de esperarse, desde luego, que el gobernante de un país que en lapso tan corto sufre la embestida de dos tan dramáticos episodios, refleje en el físico demacrado la sensación de impotencia que lo embarga.
Más aún mediando la infinita sensibilidad que caracteriza a nuestro Presidente.
Pero el problema de los gobernantes y de los líderes es que la responsabilidad del Estado les exige un límite en su vocación de seres humanos. Y Belisario ya había violado este límite cuando, ante un país inseguro, expectante y tremendamente pesimista, realizó una desilusionante alocución televisada, plagada de retórica, con el proposito de asumir publicamente la responsabilidad del operativo de rescate del Palacio de Justicia.
La intervención, que dejó un gran vacío frente al nivel de las expectativas, reflejó a un Presidente conmovido por los acontecimientos, pero no, además, a uno firme y seguro de su determinación. Y sin embargo, hasta ese momento el país entero estaba de su lado. Nadie, o casi nadie, dudaba de que había hecho lo correcto. Pero el Presidente no logró proyectar la sensación de que pensaba lo mismo. Su intervencion habría podido asegurarle de manera dramática la solidaridad sicológica del pueblo colombiano. En cambio, me atrevería irónicamente a afirmar que fue la que legítimo, más adelante, los perversos argumentos de sus críticos.
La historia está llena de grandes intervenciones frente a la adversidad.
Entre los que se me vienen a la cabeza está la alocución de De Gaulle, por la televisión francesa, en mayo de 1968, que determinó que todo París se volcara sobre los Campos Elíseos en solidaridad con el Presidente. Y está la intervención de John Kennedy, a través de la T.V. norteamericana, cuando asumió la responsabilidad del fracaso de Bahía Cochinos. El resultado de esta aparición por T.V. le valió la más alta popularidad de un presidente en la historia de su país. Y más reciente está el caso de la intervención del rey Juan Carlos, en la T.V. española, que conjuró dramaticamente el peligro de golpe de Estado cuando el coronel Tejero se tomo el Palacio de las Cortes. Y aquí en Colombia podría citarse la intervención de doce horas consecutivas de Alberto Lleras a través de la radio, cuando López Pumarejo fue hecho prisionero en Pasto.
Caray. ¿Qué le pasó, entonces, a Belisario? Pocos habían demostrado, en sus buenos tiempos, un manejo más habilidoso de la televisión. Rompiendo la regla de oro de los políticos norteamericanos, que pocas veces sobrepasan los quince minutos de alocución televisada (el anuncio del viaje a China de Nixon (!!!!) se extendió escasamente 7 minutos) Belisario, después de ganar las elecciones a través de la televisión, nos acostumbró a pasearse a través de ella, hablando sobre lo divino y lo humano, como amo y señor de la pantalla chica.
Su primer gran desliz lo cometió cuando llamo a lista de elogios al pueblo, a los colombianos, a la patria, a la economía, al país, a los partidos, al futuro. (Qué magnífico... Qué magnífico... Qué magnífico... ¿Recuerdan?)
El segundo gran desliz se produjo cuando utilizó la televisión para invitar a los colombianos a colaborar con el censo. Ese día aprendimos que definitivamente el Presidente podía aparecer por la televisión sin alterar un ápice el destino del país.
Pero... ¡de qué manera colocó a su mejor aliada en su contra cuando, haciendo referencia al rescate del Palacio de Justicia, apareció ante las camaras de televisión como gobernante, testimoniando sus debilidades como ser humano!
La demacrada imagen suya que por estos días vienen proyectando los noticieros de T.V. colabora a hacer más pesimista el panorama.
Por Dios. El presidente Betancur ganó el juicio ante el país. Pero estamos aguardando, ansiosos, a que nos demuestre que no lo perdió ante sí mismo.