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EL OBJETO VOLADOR MAS IDENTIFICADO

Semana
15 de octubre de 1984

Los costeños del Río Sinú no la llamamos cometa, como todo el mundo, sino barrilete. Para nosotros cometa no es femenino sino masculino. Y no está hecho de papel sino de fuego: es un astro errante lleno de luz que hace curvas alrededor del sol.
El barrilete, en cambio, está hecho con varitas de monte, con amor y almidón, con papel de colores y una cola de trapo. El barrilete es hijo del viento con el corazón, es hermano de los pájaros que cuando lo ven volando pasan a su lado y lo miran como a un intruso, un advenedizo, un impostor que les está robando su casa en el aire.
Para los sinuanos, en fin, un barrilete es lo que el resto del género humano llama una cometa. Pero no es lo mismo. A ver si esta nostalgia que me está inundando el alma me permite explicarme. Nostalgia porque hace diez minutos, mientras venía para SEMANA a escribir esta columna, vi a un niño jadeante que corria con su cometa a la espalda, tratando de elevarla entre la veleidad de una brisa esquiva.
Bueno. La cometa no tiene alas. El barrilete si. Las alas se hacen doblando en siete partes un pedazo de papel de colores, del mismo que usaba Prisca Rabeles en San Bernardo del Viento para hacer flores de muerto. Después se le hace al papel, en pleno centro, una picadura con la tijera. Como está doblado, la picadura aparece en catorce partes diferentes, y el ala queda como una mariposa agujereada, como una hoja de matarratón llena de ventanas. Son cuatro alas que se ponen a cada lado del barrilete, dos arriba y las otras dos abajo.
La cometa tiene la cabeza cuadrada. El barrilete, por el contrario, es de caballete triangular, como las casas de tejas. Parece una "A" mayuscula. Las dos bandas de los lados están llenas también de alas y el palito horizontal del centro es una vara arqueada que sirve para darle tensión. Como se puede ver en este breviario de la memoria melancólica, el barrilete no tiene la simpleza elemental de la cometa. Es una pequeña obra de arte llena de zumbidos y runrunes porque hay que ver como suena el viento de diciembre entre los agujeros de las alas. Conozco en San Pelayo un hombre que compuso un porro usando como música los compases de la brisa entre los huecos de un barrilete.
Las cometas, además, las venden en los almacenes de juguetes, listas para elevar. El barrilete es obra de un niño ingenioso, imaginativo, gracioso, que se quema las manos haciendo el almidón en el fogón, con la yuca que le robó a mamá de la alacena, la misma yuca que estaba lista para el sancocho del almuerzo. Es el mismo niño que se hiere las piernas con las espinas, buscando las varitas para la armazón. Y es el mismo niño malvado que le pone una cuchilla de afeitar a la cola para que, cuando se atraviesen los barriletes rivales, les corte la pita y los mande para el chorizo. Hay que ver la fiesta que se arma en un pueblo cuando se revienta un barrilete. Yo he visto a la mitad de los habitantes de San Bernardo del Viento- incluyendo perros, gallinas, niños y mujeres- corriendo en tropel hacia el río, en medio de una polvareda, gritando en coro: ¡Cójanlo, cójanlo, que allá va!
Y mira uno hacia el lugar del aire donde ellos señalan, y lo que ve es un pobre barrilete haciendo maromas cabeceando, sin control, que se precipita a tierra.
La cola de un barrilete es lo más difícil. Porque en una aldea pequeña no es que abunden las tiras de tela. Joaquín Watts, que era el único sastre del pueblo por aquella época -antes de que llegaran Fidel Gamarra, Ruíz y los hermanos Mora- empleaba los sobrantes para establecer una caprichosa categoría estética entre los muchachos: al que se portaba mal no le daba tiras para el barrilete, al que se portaba regular le regalaba apenas los sobrantes de "Coleta Margarita", pero a los que se portaban bien los premiaba con pedazos grandes y envidiables de "Dril Armada" que era lo mejor para hacer la cola. (Lo malo, aquí entre nos, es que los que se portaban bien eran generalmente tan bobos que no sabían hacer barriletes y así las estupendas colas no les servían para un comino).
Joselito Suárez hizo una vez, con papel de envolver, el barrilete más grande que se recuerde en la historia de San Bernardo del Viento. Era blanco con dos estrellas azules y una rosa roja -también de crespones- pegadas en el pecho. Era tan grande que para elevarlo fue menester una cabuya de las de ariscar burros y cinco personas para soltarlo. Todavía en el pueblo se recuerda con pavor que cuando aquella nave sideral empezo a tomar altura, tres ranchos de palma estuvieron a punto de desentejarse y los perros empezaron a ladrar de un modo tan lastimero que mi mamá dijo que aquel aparato no era un barrilete sino el diablo.
Hoy, agobiado por los años y los recuerdos, se me oprime el alma al ver estas cometas modernas compradas en supermercado, hechas por expertos en ingeniería de diseño, fabricadas a base de planos arquitectónicos. Son aerodinámicas pero no tienen entrañas. Entre ellas y el barrilete existe la misma diferencia que entre el palo de mango y el bonsai. La misma diferencia que entre la playa de Cartagena y la piscina con olas de Cali. La misma diferencia que hay entre la mujer de uno y la muñeca inflable con todas sus partes completas que ahora venden en los Estados Unidos.
Pero me queda, por lo menos, un consuelo. Dentro de mil años, cuando esta civilización nuestra haya muerto, vendrán los nuevos hombres -los "homínidos" de que habla Orwell- vestidos con trajes de hojalata y con un sólo ojo en la frente. Y el día en que aterricen con sus naves procedentes de Neptuno, empezarán a investigar lo que fueron nuestras costumbres y encontrarán la foto de un niño elevando su barrilete y escribirán para su propia posteridad:
"Existieron en aquellos tiempos unas naves extrañas tiradas por cordel. Se volvieron tan populares que las llamaron "Objetos Voladores Más Identificados (OVMI) y estaban hechas de una sustancia pobre llamada papel".
Porque un barrilete no es más que eso. Un barrilete es un corazón que vuela...