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El Ossazo

Semana
5 de julio de 1993

FRENTE AL CASO OSSA, LOS COLOMbianos han tenido que escoger entre una de dos actitudes: la censura o la conmiseración. La segunda no es mala. Carlos Ossa es una persona honesta, buena y sencilla, a quien el episodio de la marihuana iba destruyendo de verguenza y de sentimiento de culpa. En una frase, una persona que no merecía protagonizar un espectáculo tan humillante pero, sobre todo, tan públicamente humillante.
Sin embargo, la conmiseración ante el totazo a la dignidad que sufrió la persona de Carlos Ossa Escobar, que es un sentimiento bueno y noble, no debe ocupar todo el espacio de reflexión frente al episodio. Porque Carlos Ossa, el funcionario, merece también una censura, que no es ni muchísimo menos una actitud mezquina frente a su tragedia, sino una posición inteligente que tiende a pedirle cuentas a quien no estuvo a la altura de las circunstancias que implicaba su cargo.
Porque el cargo que ocupa Carlos Ossa es un privilegio. Después de la reforma constitucional, que le otorgó al Banco de la República un vuelo propio en materia de manejo económico que jamás había tenido, su junta directiva se convirtió en una poderosísima institución que prácticamente equivale a la presidencia económica del país.
Sus miembros, que no son sino cinco, poseen una responsabilidad que pocos colombianos han entendido pero de la que, por el contrario, ninguno se escapa ningún día del año. Me pregunto a cuántos colombianos calificados les gustaría ocupar esa dignidad. Una dignidad que se le otorgó a Carlos Ossa, y que lo mínimo que le exige, distinto de eficiencia, es ejercerla con decoro y con responsabilidad.
Eso me parece que fue lo que le falló a Ossa en este episodio. El decoro, y la responsabilidad. Los colombianos, conocidos los hechos, nos pusimos velozmente de acuerdo en que no nos importaba lo que Ossa hiciera puertas para adentro de su casa. Sus aficiones por la marihuana constituyen una alternativa netamente personal y privada que habrían podido permanecer en el plano de la confidencialidad. Pero Carlos Ossa, el funcionario, le debe al país un comportamiento distinto del que sugiere el titular del Miami Herald del pasado jueves 3, en primera página: "Banquero colombiano transportaba marihuana ".
Yo recuerdo, todavía con el corazón encogido, a Carlos Ossa llorando por las emisoras radiales la madrugada de la noche siguiente a la que mataron a Galán. A Galán lo mató el narcotráfico. ¿No supone esto una incómoda correlación? No impunemente se puede consumir droga, así sea regalada, pensar que no se tiene nada que ver con el negocio.
También recuerdo que Carlos Ossa tuvo otro privilegio. El de ocupar la gerencia del Incora, un organismo cuyo principal problema lo constituye la cantidad de hectáreas incoradas que actualmentc se destinan al cultivo de droga. Esa pequeña dosis de marihuana que Ossa llevaba entre su maletín ejecutivo fue sembrada en una de esas hectáreas.
En todo este episodio tampoco logro arrancarme de la mente los esfuerzos del ministro Hommes por convencer al mundo de que Colombia no es una narcoeconomía. Que mereeemos respeto, oportunidades y confianza. En ese contexto, un miembro de la junta del Banco de la República que viajaba en misión oficial a Venezuela logró borrar de un codazo un esfuerzo que todavía no conseguia sus frutos.
A su favor también se ha argumentado que el episodio ha servido para desarchivar el tema de la despenalización de la droga. Ese tema, en el que tarde o temprano el mundo le dará la razón a Colombia en cuanto a que constituye la única salida real que le queda a la lucha contra el narcotráfico, sería preferible debatirlo en los grandes foros internacionales, en lugar de hacer demostraciones en la práctica, a punta de dosis personales olvidadas en maletines ejecutivos.
Todavía queda a su favor un argumento. El del ser humano. El del hombre que se equivocó, y que tuvo la entereza de aparecer ante los medios de comunicación reconociendo su tremendo error y prometiendo un propósito de enmienda. Pero en este punto no puedo olvidarme del episodio de Asprilla, un hombre con mucha menos cultura, que ha recibido menos oportunidades del Estado y, sobre todo, con menos responsabilidades ante el país, distintas de las de llevar en alto el nombre de Colombia ante los escenarios deportivos del mundo. ¿Por qué condenamos a Asprilla, que es apenas un deportista, y nos sentimos tentados de absolver a Ossa, que es un miembro de nuestra clase dirigente? No es fácil escribir estas cosas frente a un caso que despierta tanta lástima y, por qué no decirlo, tanta comprensión. Pero esa parte dejémosla para Carlos Ossa, el ser humano. Lo que es a Ossa, el funcionario, el miembro de la junta del Banco de la República, el depositario de la confianza nacional, el embajador de nuestro buen nombre, no nos queda más remedio que decirle de frente que le falló a su cargo y que nos falló a los colombianos. Y que eso tiene que tener consecuencias. -