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RAFAEL GUARÍN

El pacto

El analista da su punto de vista sobre cómo marchan las negociaciones en La Habana.

Rafael Guarín, Rafael Guarín
8 de junio de 2014

Juan Manuel Santos se hizo elegir con el discurso de la Seguridad Democrática y quiere reelegirse de la mano de la Marcha Patriótica. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué significado tiene?

Con la camiseta de candidato en el 2010 tomó “la posta” de Álvaro Uribe y se declaró opositor de la revolución bolivariana, se enfrentó con Piedad Córdoba, veía al diablo en el Partido Comunista y juraba ante los ciudadanos lealtad a una política que no reconocía legitimidad alguna al asesinato y a las masacres como medios de acción política válidos en la democracia.

Pero todo era pantomima. Santos en el Gobierno prefirió repudiar las tesis con las que fue elegido para quedar atrapado en manos de las FARC. Convirtió a sus amigos en enemigos y a sus enemigos en los principales amigos de su candidatura. Una cosa son las diferencias personales y otra, muy distinta, que un político elegido dé un giro de 180 grados. Eso sólo ocurre por vanidad personal, estupidez o porque realmente nunca fue lo que dijo ser. En este caso es la combinación de las tres cosas.

El anuncio del apoyo de Marcha Patriótica y con ella del Partido Comunista a la reelección revela que en La Habana avanza es un pacto entre dos élites que son las responsables de la violencia, el atraso, la pobreza, la desigualdad, la exclusión y la frustración colectiva. La élite oligárquica, que desprecia al resto, con la élite armada de las FARC, son las que negocian el país y pretenden hacerlo sin apoyo popular.

Esas dos elites tienen en la clase media en crecimiento un enemigo común. Millones que tienen en su trabajo la llave del progreso y que sueñan con un país más democrático y donde no se premie el crimen. Donde se acaben las castas gobernantes y se castigue al asesino. Donde el mérito prevalezca y no la pertenencia a una rancia estirpe o detentar los fusiles.

Ambas elites coinciden en creerse dueñas del país o de una parte al menos y están convencidas que su poder, sea que provenga de las armas y el narcotráfico o del control de los factores que lo determinan en el establecimiento, es suficiente para repartirse la torta a su antojo y arrasar a quienes se resistan. Se escudan en que serán los ciudadanos los que aprueben directamente los acuerdos, pero no niegan que aspiran a conseguirlo a punta de manipulación y coacción. Se trata de imponerlos, no de debatirlos.

Los pactos electorales de las últimas semanas no son por la paz, ¡son por el poder! La paz es apenas el disfraz, la retórica, la excusa. Santos y Vargas la quieren de tabla de salvación procurando evadir la desaprobación general a su gobierno. Ante el fracaso, sólo queda el maniqueísmo y manipular las emociones. Decidieron hacer la política del miedo y apuestan a doblegar a los ciudadanos para que los respalden, so pena del recrudecimiento del terror. Convirtieron la barbarie de las FARC en un chantaje a una sociedad que debe someterse. ¡Deplorable! ¡El presidente en trance de reelección haciendo la tarea a las FARC: debilitar la voluntad ciudadana y de las Fuerzas Militares para enfrentarlas! “¿Quieren prestar a sus hijos para la guerra?” !Pregunta con cinismo!

Esas alianzas están obviamente articuladas a lo dicho por Timochenko esta semana: nos dicen “entréguenos las armas y desmovilícense…, ¡jeh hombre! ¿Y qué le decimos nosotros? Bueno, listo, y ustedes nos entregan el poder”. ¿O acaso alguien cree que la Marcha Patriótica y los camaradas del Partido son ruedas sueltas y que tan generoso apoyo electoral no obedece a una sola concepción estratégica?

Ahí caben todos. Gustavo Petro, preocupado por convertirse en la cabeza del bloque de poder en el que estaría las FARC después de un Acuerdo con Santos, se mete para ayudar a reelegir a quien considera permitiría las condiciones para saltar al poder. Sabe muy bien que con Óscar Iván Zuluaga en la Casa de Nariño nada tiene que hacer. Las FARC y sus socios bolivarianos en la región lo mismo.

El Frente Amplio por la Paz que ahora se promueve no es más que la reedición de la vieja práctica implementada por la extrema izquierda para camuflarse y avanzar. Son los “espacios de convergencia” a los que se refería Manuel Marulanda. Ahora es Vargas Lleras el que lo promueve, finalmente será el punto de encuentro de ambas élites.

El acuerdo entre Santos y la extrema izquierda es claro: Acuerdo de Paz con impunidad total para las FARC, en lenguaje del fiscal Eduardo Montealegre: trabajo social para crímenes atroces en vez de cárcel y participación política total sin importar la gravedad del crimen perpetrado. Eso sí, siempre y cuando se institucionalicen las FARC en el territorio, así sea con otros rótulos y bajo el pomposo nombre de paz territorial. Es fragmentar de hecho a Colombia. Ustedes mandan allá y nosotros mandamos acá. Lo que olvida Santos y compañía es que desde allá se conseguirá en un tiempo el poder de acá.

@RafaGuarin

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