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EL PAIS EN BOLA

16 de noviembre de 1998

En medio de tanto alboroto y no menos angustia sobre lo que le puede pasar al país por la crisis económica y los diálogos de paz con las guerrillas, surge un elemento positivo y es que por ambas razones _paz y plata_ es posible ver el verdadero país al desnudo, sin ropas ni maquillajes. En materia económica la situación es dramática, y ha sido el propio gobierno el encargado de mostrar la dimensión real del problema. Hay que apretarse el cinturón porque el Estado está sin recursos, y Andrés Pastrana y su equipo están empeñados en un tratamiento de choque, hasta donde la situación lo permite. En un país en el cual el ingreso por habitante es de 1.800 dólares al año, congelar los salarios, por ejemplo, implica condenar de tajo a un montón de gente a aguantar hambre. La parte más dolorosa de la crisis está en el desempleo, que hoy muestra cifras que permiten suponer que el año entrante podrá haber algo así como un 20 por ciento de colombianos sin trabajo, lo que constituye un escenario macabro. Y esos desempleados sin plata, sumados a los muchos que temen estarlo y recortan al máximo sus gastos, van a producir un impacto serio en la economía. Súmele a eso el riesgo de contagio por el despelote por los descalabros en las economías de Venezuela y Brasil y el resultado se va a parecer mucho a la frase del ex presidente Alfonso López Michelsen, que pronostica uno de los peores años del siglo. Pero hay algo en esa crisis que deja la sensación de que el ajuste está llegando, pero está llegando parejo. Antes la crisis afectaba al sector productivo, pero no se sentía en el financiero. Sin desearle esa suerte a nadie, el hecho de que los bancos estén siendo golpeados de la misma forma, muestra que de alguna manera todo el mundo está echándose al hombro el peso del ajuste en la economía. Es, al menos, un modo de ver la situación real al desnudo.En el tema de la paz las cartas están también, como en un póker sangriento, destapadas y sobre la mesa. El gobierno pasó el punto de no retorno en su proceso de diálogo con la guerrilla, en una forma que para algunos constituye un paquete de concesiones demasiado grande. Esa actitud no me parece mala en manera alguna. Es ya ridícula la situación generada por la postura de que con la guerrilla es inconveniente echarse al agua para evitar un fracaso eventual, pues por ese camino lo único que se ha logrado es institucionalizar la violencia como una condición inevitable de la vida nacional. El manejo del tema por parte del presidente Pastrana parece serio, y si la negociación se hace con dosis amplias de generosidad y autoridad, se llegará a una de dos situaciones: o se pacifica el país por la vía del acuerdo o se le da vía libre a un proceso de liberación de los territorios ocupados por la insurgencia. Si los esfuerzos de diálogo son lo suficientemente notorios, en esa última eventualidad no sería descabellado imaginar incluso la presencia de tropas de otras naciones.Todo lo que contribuya a hacer ineludible el proceso de paz obliga al gobierno y a la guerrilla a comprometerse más con su desenlace. La presencia de la guerrilla en el Congreso para echar su discurso, la participación de gobiernos extranjeros como facilitadores o testigos de las conversaciones y la buena tónica de los militares, entre muchos otros factores, crean un ambiente de compromiso que le dificulta mucho a cualquiera tomar la decisión de levantarse de la mesa de negociación.Buena parte de lo que está haciendo el gobierno es enviándole el mensaje a la comunidad internacional de su convicción de que Colombia no se puede considerar un país serio si asume como forzosa la presencia de los factores de violencia en el territorio nacional. En nuestra región ya se habla de Colombia como un foco malsano y perturbador por ese motivo, y la verdad es que después de mirar el vecindario es ineludible la sensación de que, por cuenta de la violencia, la nuestra es una republiqueta salvaje con ínfulas de civilizada. Si es cierto el pensamiento oriental según el cual la crisis es la confluencia de las fuerzas de peligro y de oportunidad, nunca antes el país había tenido tantas opciones de salir adelante.

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