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El país de las madres quinceañeras

Por muchos argumentos en contra que se saquen, es obvio que resulta más caro (para el país y para la familia) criar a cinco hijos que a dos

Semana
3 de agosto de 2003

Según las Ultimas proyecciones demográficas la población colombiana ha llegado ya a los 44 millones de habitantes. Por primera vez en la historia podemos estar seguros de que Colombia es un país más poblado que la misma nación que lo colonizó: España. Hace apenas 100 años, según el censo de 1905, la población del país era de cuatro millones. Hemos crecido más del mil por ciento en el transcurso de un siglo, y si contáramos a los compatriotas que se han establecido en otras partes, el crecimiento sería mucho mayor y hoy el número de residentes estaría llegando a los 50 millones. Este crecimiento podría ser visto como una bendición y en realidad es una catástrofe, sobre todo por lo siguiente: de esos 44 millones de personas, más de la mitad, 25 millones, viven en condiciones de extrema pobreza.

La derecha visceral y la izquierda revolucionaria se parecen en una cosa: no les gusta el control de la natalidad. La izquierda calcula (y es un pésimo cálculo, pero allá ellos con sus delirios) que la fuerza del proletariado reside en la cantidad; que cuantos más pobres y desposeídos haya, mayor será la suma de la desesperación y por lo tanto más probable la revuelta social contra la burguesía. Por su parte la derecha, en especial la derecha religiosa, piensa que los hijos son bendiciones del cielo, y que Nuestro Señor hace las cosas muy bien: si Dios quiere una tierra superpoblada, por algo será, esos son los designios inescrutables de la Providencia.

En realidad, la superpoblación no es un regalo de los dioses (los cuales nos mantuvieron al borde de la extinción durante 100.000 años), sino que es hija de los avances médicos y sobre todo higiénicos del último siglo: muy pocas madres se mueren de parto hoy en día, comparativamente; la mortalidad infantil ha disminuido, y la esperanza de vida al nacer ha venido aumentando, pese a la violencia. No obstante lo anterior, nos seguimos comportando, en materia reproductiva, como si todavía estuviéramos viviendo en una época anterior a la medicina moderna, cuando era necesario tener un número elevado de hijos por familia para tener la seguridad de que al menos uno o dos sobrevivirían hasta llegar a la edad adulta. Sobre todo en las capas menos educadas y más pobres de la población, se sigue corriendo ciegamente un programa instintivo de fecundar y parir sin sosiego (ojalá desde muy pronto en la vida), incapaces de aplicar criterios racionales y de control responsable al número de hijos.

Durante algún tiempo el gobierno colombiano comprendió que era necesario limitar los nacimientos. A pesar de los gritos de protesta de los izquierdosos (Marx odiaba a Malthus: "frailuco sicofante de la clase dominante", le decía), y pese a los escándalos de la Santa Madre Iglesia (el Papa ama el celibato, soporta el sexo como algo irremediable, pero odia por encima de todas las cosas al sexo sin procreación, pues abomina el condón, el onanismo y las píldoras anticonceptivas) hubo programas serios de control de la natalidad, y el Icbf era un ejemplo pues el ritmo de crecimiento del país bajó, en buena parte gracias a sus campañas. Pero resulta que muchos de estos programas se han descuidado, quizá por falta de recursos y por falta de apoyo de los gobiernos, y hoy en día el ritmo de crecimiento demográfico, según algunos estudios, vuelve a galopar. Y esto sucede a pesar del éxodo, y a pesar del triste control poblacional que se realiza por medio de la guerra.

Por muchos argumentos en contra que se saquen, es obvio que resulta mucho más caro (para el país y para la familia) educar y alimentar a cinco hijos que a dos. A nivel planetario, la superpoblación está llevando a un suicidio ecológico de la especie, pues los recursos naturales no renovables se agotan a toda velocidad, la pesca disminuye a niveles preocupantes, el agua potable escasea en casi todas partes y el delicado equilibrio atmosférico está en riesgo. El homo sapiens se ha vuelto una terrible plaga planetaria: depredadora de recursos, contaminante, y exterminadora de otras especies.

En este momento tienen éxito sólo los países que consiguieron contener su población. Es triste que aquí (creyendo que nuestro único problema es la guerra) descuidemos tragedias como las de las madres quinceañeras. Se calcula que más del 20 por ciento de las mujeres menores de 16 años de los sectores más pobres del país, o ya tienen hijos o están embarazadas. Uno de los métodos más sensatos de controlar la población consiste en postergar el primer embarazo. Esto quiere decir que las mujeres estudian más, que trabajan y escogen con más cuidado sus parejas. Así podrán criar y educar mejor a sus hijos, cuando decidan tenerlos. Hacer lo contrario (anticipar los nacimientos) como venimos haciendo, es un suicidio social y una catástrofe humanitaria. No es ningún triunfo crecer si lo único que producimos son personas sin oportunidades que tendrán que sobrellevar una existencia indigna y miserable. La desesperación es uno de los mayores acicates para la violencia, y el gobierno no evita que cada año nazcan millones de desesperados.

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