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El papa y la redefinición de progreso

Recién publicada la encíclica Laudato Si en junio de 2015, el papa Francisco anunció la polémica frase “La Tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería y necesitamos una revolución valiente”. Las palabras contundentes del papa revolcaron el avispero religioso y político mundial.

Margarita Pacheco M., Margarita Pacheco M.
31 de agosto de 2017

En países donde la Iglesia católica y el Estado han estado históricamente entrelazados, uno se sorprende que reine el pecado de la corrupción, que aumenten delitos contra la naturaleza, contra las mujeres y homosexuales, que miles de pueblos no conozcan la electricidad. El abandono del Estado en zonas no interconectadas ha generado desplazamientos por la violencia y por el cambio climático. Esta situación del país es la que tiene que cambiar con otro enfoque del progreso. Las proclamas de la encíclica, las metas del Acuerdo de París y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, son una base sustantiva para poner en marcha la Reforma Rural Integral del Acuerdo Final.  

Como el reciente eclipse, hay un nuevo alineamiento de metas y estrategias, llamando al diálogo para repensar cómo se está construyendo el futuro del planeta. Comenta el columnista Manuel Guzmán-Hennessey, “la transición energética no es un problema técnico, es político y depende de la reacción global. Más de 20 cumbres durante la vigencia del Protocolo de Kioto no lograron frenar la tendencia del cambio climático. El Acuerdo de París avanza con la transición energética, incluyendo la responsabilidad climática empresarial”. Este es un buen signo que indica que la “redefinición de progreso” no está estática, sino que está moviéndose desde la ciudadanía. La transición energética del siglo XXI consiste en pasar del uso de la leña a las energías renovables, sin tener que pasar por las energías fósiles.”

Esta es la oportunidad para los 1.728 pueblos de Colombia que viven en una condición económica medieval. El posconflicto es entonces una oportunidad para comprometerse directamente con las energías renovables en las zonas no interconectadas. Es también una oportunidad para las ciudades y regiones vecinas, que tienen todo por hacer en materia de regulación urbanística y energética, para mejorar su ambiente. La rapidez de esta transición depende en gran parte, de la pedagogía que hagan las iglesias y el Estado, con la contundencia que se ejerce desde los púlpitos y las redes sociales.

Efectivamente, hay una luz en el camino de la “redefinición de progreso”. Las voces de la ciudadanía y de jóvenes de la generación del cambio climático están activas. Estas voces están superando el liderazgo acartonado de políticos y gamonales. El nuevo modelo de sociedad, el de la “revolución valiente” que anuncia el papa, está seduciendo a muchos que buscan otros modos de entender la economía, el progreso y la libertad de pensamiento, el respeto por cada cultura en su territorio.

Este cambio de estilo de vida debería darse también en la vida de los corruptos. Muchos de ellos no pierden misa dominical, se golpean el pecho tres veces por “su grandísima culpa”, se sienten perdonados y quedan en paz para seguir con sus andanzas. Ojo: algunos de estos personajes le harán venias y le besarán el anillo al papa en Bogotá, Medellín, Villavicencio y Cartagena. Andan sueltos, amparados por una justicia bien lubricada, y como dice el dicho, tranquilos porque “el que peca y reza, empata”.

Ante el cinismo, vale recordar a Julio Carrizosa, decano ambientalista, quien comentó en la revista Semana Sostenible sobre la encíclica: “El último capítulo, titulado ‘Educación y Espiritualidad Ecológica’ se refiere a la ética. Palabras fundamentales de esta ética son el amor social, la sobriedad, la humildad, el crecimiento sano, la solidaridad, la convivencia, el sacrificio, la bondad, la belleza, la responsabilidad, la compasión, el cuidado. Palabras que pueden conducir  a la unión  del clamor de la tierra con el  clamor de los pobres en uno solo, en  un gran llamado a la modificación de la vida hacia un “amor fraterno que solo puede ser gratuito” y a una “redefinición del progreso”.

El reto es evidenciar todas esas cualidades para ser parte activa de un nuevo paradigma. Es claro que Colombia necesita una profunda reingeniería pues con la actual concepción de “progreso” se están cometiendo muchos pecados capitales. La histórica visita debería entonces iluminar los caminos y meandros más difíciles: el castigo a los corruptos, la atención estatal a pueblos indígenas, afros y campesinos sin tierra, dependientes de combustibles fósiles, la integración de excombatientes y reos a la vida civil, el freno a la deforestación que merma los sumideros de carbono más importantes del mundo. En las ciudades, cambiar el uso intensivo de combustibles fósiles por energías limpias, reciclar los  vertimientos de aguas residuales que hoy afecta la salud de poblaciones vulnerables, aguas abajo. Ojalá Francisco deje mucha luz para poner orden en tantos frentes de la Casa Común.

Si la agenda del papa hubiera incluido la Amazonia del posconflicto, se daría cuenta que allí suceden hechos contra la Casa Común. Se planean carreteras legales e ilegales en sitios sagrados, se amenaza la integralidad de los ríos del cielo y de la biodiversidad, reguladores del clima mundial. Avispados queman “monte” a lado y lado de futuros trazados viales para lucrarse con la valorización y la politiquería local. Esto aumenta la praderización, sin ninguna consideración de interés ancestral y cultural. La acumulación de tierras, la ganadería y los incendios forestales están íntimamente ligados a la deforestación y al mal entendido progreso.  

Resguardos indígenas que han protegido ecosistemas y templos de la naturaleza de la Amazonia y Orinoquia, con su compleja diversidad de climas, culturas y sabiduría, están bajo amenaza. A la selva profunda están llegando por corrientes de agua, residuos contaminados de la minería aluvial. Mineros con cadena de oro y medalla de la Virgen en el pecho, talan la selva y vierten “porquería” como dice el papa Francisco. Ellos deberían también entender que los sitios y caminos sagrados de las culturas ancestrales politeístas, merecen el mismo respeto que los templos de otras creencias monoteístas, que abundan en los pueblos y veredas.   

Ese mar verde esencial para regular las temperaturas del planeta, vital para la Casa Común, está siendo deformado por la poderosa economía del petróleo, la ganadería y el narcotráfico. Es justamente allí, en las zonas no interconectadas, donde hace sentido el modelo de autosuficiencia energética, con energías renovables subsidiadas. Estas opciones deberían permitir dinamizar las economías locales, facilitar el transporte multimodal, por aire, por los ríos y vías terciarias bien planificadas. Poblados afros en Territorios Colectivos del Chocó, entre la selva y el mar Pacífico, que hoy se mueven con el combustible traído de muy lejos, conviven con personajes que buscan salidas clandestinas al mar, por caños y manglares.

Esos poblados sin servicios, con palafitos de madera y teja de zinc, sin agua potable y sin energía, vivirán la visita del papa a través de un televisor alimentado por una planta ruidosa de gasolina. En medio de esas desigualdades, la encíclica expresa un clamor de esperanza: “No todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, pueden también superarse, volver a elegir el bien y regenerarse”.

Tenemos que creer que si existe esa capacidad de resiliencia para poder “redefinir el progreso”, con ética y espiritualidad ecológica. Esto haría posible la “revolución valiente” a la que se refiere Francisco. Bienvenidas sus enseñanzas y cero tolerancia a la corrupción.

P.D. Ministro Murillo: Oportuno plan a cinco años para estudiar impactos del fracking en Colombia. Esto da espacio para introducir y enseñar cómo se usan energías eólica y solar en zonas no interconectadas.

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