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El pataleo

A washington ha viajado ya cuatro veces, o cinco, el mismísimo presidente-presidente Uribe a poner el cuello (no el suyo, el de Colombia) para lo que allá manden: los cuartos de pollo, el café...

Antonio Caballero
8 de julio de 2006

Todavía no se ha firmado, creo. O por lo menos yo no volví a ver nada publicado al respecto. Supongo que ustedes habrán oído hablar, como oí yo, de aquel famoso TLC, Tratado de Libre Comercio, que Colombia iba a firmar con los Estados Unidos y que nos iba a sacar de pobres. Teníamos que firmarlo "rapidito", en la expresión típicamente autoritaria de nuestro presidente-presidente

Álvaro Uribe. (Cuando digo "teníamos" quiero decir que se disponían ellos a firmarlo en nombre nuestro). Y si no "rapidito", en opinión de algunos analistas resignados, más resignados que analistas, teníamos que firmarlo como fuera. Porque, como dice el refrán con filosófica negrura, "a la fuerza ahorcan". Y porque, como dicen que se dicen los unos a los otros en la cola del cadalso los condenados a la horca, "no patalees, que es peor".

Pero ¿peor para quién?

En el Irán actual, el de los ayatolas, se condena a mucha gente a la horca, y se la cuelga, según he visto en las fotos, no de un palo, sino del garfio de una grúa. Pero antes de ejecutar a los condenados los verdugos les enfundan las piernas en un saco de lona, para que no pataleen. O para que, si lo hacen, su pataleo no despierte en los asistentes al espectáculo pensamientos libidinosos que puedan incitarlos a la masturbación o al pecado todavía más nefando de la necrofilia. Pero en el Irán de hace treinta años, el Sha que entonces había se empecinó en patalear: en pedir (a propósito del petróleo que su país producía) no un comercio "libre", sino un comercio "justo". Es verdad que no lo hacía con excesivo énfasis: entendía que en fin de cuentas él mismo sólo podría seguir siendo Sha en la medida en que el comercio libre de petróleo no fuera demasiado justo. Pero lo hacía: pataleaba. Y por eso fue abandonado por sus protectores de Occidente, y en consecuencia derrocado, en el que fue tal vez el único gesto digno de su vida de títere.

Vuelvo a nuestro comercio, no justo, sino, como lo llaman, libre. A nuestro TLC; que por lo visto está atascado vaya uno a saber en qué recoveco de la burocracia imperial. Porque allá en Washington está tan entregado como sea necesario el embajador Andrés Pastrana, para aprobar lo que haga falta. Y allá han viajado no sé cuántos ministros en ejercicio, y un número considerable de ex ministros, para firmar addendas y confirmar cesiones y concesiones, para aceptar los cambios in extremis de las cláusulas ya acordadas, para inclinarse ante nuevas exigencias, para soltar las últimas pequeñas amarras de defensa. Y nada. Allá ha viajado ya cuatro veces, o cinco, el mismísimo presidente-presidente Álvaro Uribe a poner el cuello (no el suyo: el de Colombia) para lo que allá manden: los cuartos de pollo, el café, los derechos de autor del poema El cultivo del maíz en Antioquia de Gutiérrez González, que a partir de ahora tendrá que ser recitado en inglés, y pagando regalías. Todo se ha hecho. Todo se ha entregado.Y nada.

Cómo será la cosa que incluso aquellos que hasta hace pocos meses defendían la firma del Tratado con el único argumento de que lo único peor para Colombia que firmarlo era no firmarlo están ahora angustiados porque no hay con quién firmarlo.

Pero ni siquiera entonces patalean. Les parece de mala educación.

No quisiera terminar este artículo sin hacerles una pregunta a los lectores que tan a menudo me critican mis propias críticas al sometimiento de los gobiernos de Colombia ante los gobiernos de los Estados Unidos. Díganme: ¿qué tratado firmado entre el gobierno de Colombia y el gobierno de los Estados Unidos ha sido respetado por el gobierno de los Estados Unidos?.