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El plan B

El ELN es la carta de reserva de Andrés Pastrana. Cada vez que se enfría el diálogo con las Farc, se aviva el contacto con los elenos

Semana
19 de febrero de 2001

Si tu enemigo es demasiado fuerte, escoge un enemigo más pequeño”. Este consejo de Maquiavelo al príncipe parece escrito para Andrés Pastrana: “Si no logras la paz con las Farc, haz la paz con el ELN”. Los hechos vienen empujando hacia esta opción, con lo que tiene de malo y lo que tiene de bueno. Buena sería la desmovilización de los elenos.

Con 5.000 efectivos y presencia inminente en unos 200 municipios, el ELN sin duda constituye una importante fuerza militar. Pero además, como proyecto revolucionario, este grupo le lleva cuatro ventajas a las Farc. La primera es no ser un ejército de campesinos sino un “partido armado”, lo cual implica más trabajo político, más redes urbanas, más sintonía con los movimientos sociales, más acción sindical... La segunda es actuar en zonas más céntricas y pobladas (Magdalena Medio vs Caguán). La tercera es parasitar y vulnerar un sector a la vez rico y estratégico (petróleo). La cuarta es cierta simpatía internacional, sobre todo en Europa.

Es peor. La derrota que ha venido sufriendo el ELN produce un coletazo de ‘sabotaje económico’ (voladuras) y terrorismo (secuestro del avión, golpes en Cali...) lo cual, así autodestruya su proyecto político, hace más apremiante el dialogar con él.

Esa derrota es militar y también es política. Las AUC, el Ejército y las Farc —en este orden— han golpeado duramente al ELN. Y la cúpula elena, precisamente por ser más ‘política’, entiende algo mejor que las Farc dos hechos básicos del mundo en que vivimos: uno, que no hay lugar para una nueva Cuba, y otro, que apostarle a la droga es un suicidio.

Todo lo cual, sumado, significa que el ELN está bastante más dispuesto a negociar. Y debe negociar antes que las Farc por dos razones sencillas: una, que si se queda solo en el monte, lo liquidan; otra, que después de las Farc ya no le quedarían reformas por pactar.

De suerte que el ELN es la carta de reserva de Pastrana. Cada vez que se enfría el diálogo con las Farc, se aviva el contacto con los elenos. Y ante la ‘catalepsia’ en el Caguán, se concreta el preacuerdo de La Habana, o sea que la carta de reserva comienza a convertirse en carta de mostrar.

Es culpa, sobre todo, de la obtusa intransigencia de las Farc. Pero ayudada por tres hechos más. Uno, que a Andrés se le acabó el tiempo —en los 18 meses que le restan apenas si cabría la ‘convención nacional’—. Dos, que Bush —a diferencia de Clinton— ni siquiera intentaría negociar con las Farc. Y tres, que el Partido Liberal, la Iglesia y las ONG —o sea el ‘Frente Común’— siempre han estado más cerca del ELN, mientras los godos y los gringos han estado más cerca de las Farc.

El preacuerdo refleja esas varias circunstancias y se guía por una idea central: evitar que la ‘zona de encuentro’ repita los errores del Caguán. Consulta previa a la comunidad, territorio reducido, presencia de la fuerza pública, vigencia de la ley, supervisión internacional y plazo fijo son —en efecto— las cosas cuya ausencia produjo el desprestigio de la zona de distensión.

Santo y bueno. Pero cuidado; la obsesión con el procedimiento deja en el limbo la cuestión esencial: ¿qué pasará con los acuerdos adoptados en la famosa ‘convención nacional’? ¿El ELN aceptaría desmovilizarse a cambio de un documento que no obligue a nadie? ¿U obligaría, digamos, al Congreso o a que el gobierno convoque un referendo? Pero entonces ¿quién representaría al Congreso o al pueblo en esa ‘convención’? ¿Con cuántos votos? ¿Y cuántos votos tendría el ELN?

Hay una complicación adicional. Ya se han desmovilizado ocho grupos guerrilleros (M-19, EPL, Quintín Lame, ADO...) sin que la violencia disminuya de manera ostensible. Esto se debe en parte a que la guerra sucia sigue contra los reinsertados, y en parte a que sólo la cúpula deja el monte mientras la tropa se trastea a otra guerrilla. De suerte que esta vez el ELN va a ser muy exigente en cuanto a garantías y el gobierno habría de serlo en cuanto a entrega efectiva de 5.000 guerrilleros.

Y otra complicación, por si faltara: si las reformas se pactan con los elenos ¿qué cosas pactaríamos con las Farc? ¿Y en qué quedó todo aquello de que los dos procesos convergerían “en su momento”?

Si hasta sería posible que la zona de encuentro y la convención no acabaran en nada. O peor, que acabaran revitalizando al ELN, según alega la extrema derecha.

Todo lo cual me cabe en tres moralejas. Una, que el orden de los factores sí altera el producto. Otra, que un error no se corrige con otro error. Y otra, que hay que ir despacio cuando uno tiene prisa.

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