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El propio interés

No hay ‘países amigos’. Los países, representados por sus Estados, no tienen amistades, sino intereses

Antonio Caballero
1 de marzo de 2002

San Miguel Arcangel no va a ayudarle en su guerra a Andrés Pastrana, del mismo modo que Dios no lo bendijo, ni nos bendijo, en los años de su desastroso gobierno; y del mismo modo que el Milagroso de Buga no le hizo al ministro de Trabajo Angelino Garzón el milagro de generarle un solo empleo (como no fuera el suyo). Así que descartada la Divina Providencia las rogativas se dirigen ahora hacia la ONU, hacia los ‘países amigos’, hacia la ‘comunidad internacional’, que según los ilusos van a venir ahora a sacarnos las castañas del fuego. Plan Colombia, cascos azules, Corte Internacional para juzgar a quienes nosotros no cogemos, etc. Antes de hacerse ilusiones sobre la ayuda externa ¿por qué no van y miran?

La ONU. Una organización que se creó al final de la Segunda Guerra Mundial para impedir las guerras, y que no ha evitado ni una sola, pero en cambio ha alcahueteado muchas. No sólo internacionales, sino también civiles, como fue aquella de las dos Coreas en la cual participó el Ejército colombiano a cambio de que los Estados Unidos le ayudaran, con napalm, a combatir sus propias guerrillas locales: aquel brote de fiebre que apareció en Marquetalia. La ONU, esa ONU cuyas agencias especializadas como Unicef o Acnur han sido a veces útiles para paliar las secuelas catastróficas provocadas o auspiciadas por su organización madre, no puede ser más de lo que es: un instrumento de las grandes potencias que la impulsan financiándola, que la controlan mediante el derecho de veto, y que la utilizan (en sus tires y aflojes) para servir sus propios intereses. No los del mundo en su conjunto, ni los de las demás naciones. Vayan y les preguntan a los árabes.

Los ‘países amigos’. ¿Amigos? Pero vayan y miren, por favor. Sí, los embajadores que tienen en Bogotá son gente encantadora, educadísima, y están tan interesados en lo que la Ministra de Cultura llama “lo nuestro” que van a visitarlo desde Cartagena hasta el Caguán. Pero los países que representan no son ‘amigos’ ni en el más lato y laxo sentido del término. ¿Han visto ustedes que la ‘amistad’ de los europeos, por ejemplo, se haya traducido en, digamos, bajar los aranceles del banano o del carbón, dejar de vendernos armas y minas quiebrapatas, dejar de comprarnos drogas o de lavar en sus bancos el dinero negro de nuestra corrupción? No. Si vienen a ‘ayudarnos’ es porque para Francia nuestro petróleo es un negocio, o porque para España lo son nuestros bancos, o etcétera. No hay ‘países amigos’. Los países, representados por sus Estados, no tienen amistades, sino intereses. Los suyos, no los nuestros.

Esto no es un reproche, sino una simple descripción. Y no es una quejumbre tercermundista ante los ricos. Miren ustedes, si no, lo que ha sido una ‘amistad’ entre vecinos, como la de Francia hacia España en relación con el terrorismo de ETA; o entre hermanos de sangre, como la de los Estados Unidos hacia la Gran Bretaña con respecto a la financiación del terrorismo del IRA en Irlanda del Norte.

La ‘comunidad internacional’. Para empezar, semejante engendro no existe. Es sólo el nombre que se han dado a sí mismos los Estados Unidos desde que abandonaron, a raíz del hundimiento del bloque comunista, aquel otro alias de ‘Mundo Libre’ que usaban durante la Guerra Fría. Y vayan y vean cómo se han portado los Estados Unidos con todos sus ‘amigos’ en los últimos 20 ó 50 años. No hablo de pueblos, sino de gobiernos: pues los Estados Unidos llaman “amigos” a sus aliados o clientes, a sus satélites o a sus colonias. Vayan y vean cómo abandonaron al Sha de Irán y al filipino Marcos y les incautaron su fortuna; cómo metieron preso al panameño Noriega; cómo asesinaron al dominicano Trujillo y al vietnamita Diem; cómo traicionaron al congolés Mobutu para conchabarse con su enemigo el marxista Kabyla; cómo persiguen ahora como a perros rabiosos a esos talibanes a quienes financiaron y armaron para que les limpiaran de comunistas a Afganistán. Es más seguro ser enemigo declarado de los Estados Unidos que ser su protegido: vean al iraquí Saddam Hussein, más fuerte y gordo que nunca, vean al cubano Fidel Castro, que ya cumplió tranquilo 40 años en el poder. Tal vez el caso más elocuente sea el del emperador japonés Hiro Hito, que atacó a los Estados Unidos por la espalda pero a quien, una vez derrotado su país, mantuvieron en el trono hasta que se murió de viejo. Si Hitler no se hubiera suicidado precipitadamente en su búnker de Berlín, hoy estaría todavía gobernando Alemania con el apoyo norteamericano.

Repito que no se trata de un reproche: los Estados —y los Estados Unidos no son una excepción— no tienen amistades, sino intereses. Ni siquiera son excepcionales en cuanto a la hipocresía con que disfrazan su interés propio de interés común: así lo han hecho todos los imperios, desde los tiempos del expansionismo hitita en la Mesopotamia de hace 5.000 años. Pero mientras existan los Estados —y eso parece ir para largo— la única manera de que los pequeños defiendan los suyos propios es que se abstengan de confiarles esa defensa a los intereses de los grandes.

Así, sólo cuando los colombianos empecemos a ocuparnos de nuestros propios intereses, en vez de servir los de los Estados Unidos, podremos salir del tremedal de las dos guerras que llevamos décadas librando por cuenta de ellos: la de la droga y la de la subversión. (Y a ese respecto, ha pasado misteriosamente inadvertido el giro radical que acaba de dar El Tiempo, el diario más influyente y más tradicionalmente pronorteamericano del país, en el tema de la droga: ahora reclama editorialmente la legalización, percatándose por fin de que la guerra nos destruye. Por primera vez en 50 años pone El Tiempo los intereses de Colombia por delante de los de Estados Unidos: ¿y nadie lo comenta?).

Un dato para la reflexión: ¿Cuándo empezaron a crecer las Farc? Cuando dejaron de estar al servicio de los intereses estratégicos de la Unión Soviética, y empezaron a actuar en función de los intereses propios de las Farc.

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