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El Santo Halcón

Los antecedentes del nuevo Pontífice lo señalan como un maestro del acomodamiento y el oscurantismo

Daniel Coronell
24 de abril de 2005

La elección de Benedicto XVI es desde luego un paso atrás, pero no para la humanidad sino para la jerarquía católica, que decidió ponerse en contravía de la historia. El Colegio Cardenalicio compró un tiquete al ayer que terminará pagando toda la Iglesia. Siempre que esto sucede, el catolicismo termina debilitado.

Ocurrió, por ejemplo, cuando el Papa León X -en busca de fondos para terminar la Basílica de San Pedro- resolvió vender indulgencias. Con la venia apostólica se podía negociar el perdón de los pecados y la entrada al cielo sin escalas en el purgatorio. Los recursos aumentaron, pero la confianza en la Iglesia desapareció. Un monje alemán se rebeló y empezó una reforma que hoy se mantiene. Su nombre era Martín Lutero.

Los antecedentes del nuevo Pontífice lo señalan como un maestro del acomodamiento y el oscurantismo. Joseph Ratzinger pasó de una posición progresista en los 60, cuando la Iglesia contaba con la guía renovadora de Juan XXIII, a la actitud más retardataria de los últimos siglos.

Como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe -llamada antes el Tribunal del Santo Oficio o la Inquisición- se convirtió en el gran sepulturero del Concilio Vaticano II.

Con autoritarismo logró callar las discusiones surgidas durante la apertura eclesiástica. Jamás se volvieron a tocar temas como el celibato de los sacerdotes, el derecho a la comunión de los divorciados o la fecundación artificial.

Por esa vía, el Panzerkardinal -como es llamado coloquialmente en Roma- elevó a dogma de fe la prohibición a las mujeres para ejercer labores sacerdotales. Una exclusión intransigente que no ha podido encontrar justificación clara en los Evangelios.

El Gran Inquisidor condena la unión homosexual como un "desorden objetivo", pero nada ha dicho sobre los casos de pederastia que implican a sacerdotes y obispos católicos. Le parece más grave la decisión libre de dos personas mayores del mismo sexo, que el abuso contra un niño por un adulto investido de autoridad.

Fue Ratzinger el encargado de reeditar el catecismo. Después de seis años de trabajo lo dejó como al inicio de la Edad Media. Su escrito Dominus Iesus sostiene que la Iglesia Católica es la única poseedora de la

verdad y la redención. Según él, nadie -por bueno que sea- logrará la salvación sin adoptar la fe católica, apostólica y romana.

Bajo su férula fueron silenciados, o expulsados, los sacerdotes que pregonaban que la Iglesia debía estar al servicio de los pobres. La Teología de la Liberación fue borrada de la faz de la tierra.

El peso de su influencia lo sintieron, entre otros, Leonardo Boff, Gustavo Gutiérrez y Hans Kung. Así como seis claretianos españoles que publicaban una revista cuya línea editorial disgustaba a Ratzinger. Ellos terminaron expulsados de la Iglesia por orden del Tribunal de la Signatura Apostólica.

En cambio son amigos y colaboradores suyos algunos curas que ascendieron después de servir a los regímenes militares. Es el caso del cardenal Jorge Bergoglio, denunciado por entregar a dos misioneros jesuitas a la dictadura argentina. Los religiosos fueron secuestrados y sometidos a torturas junto con siete jóvenes que trabajaban con ellos y que siguen desaparecidos.

Los tres grandes impulsores de Benedicto XVI en el Cónclave hacen parte del sector más reaccionario del clero. Julián Herranz, el cardenal español del Opus Dei, y los colombianos Darío Castrillón y Alfonso López Trujillo, que -sin admitirlo- giran en la órbita de 'la obra' y de los 'Legionarios de Cristo'.

Todo esto es coherente con la vida de un hombre que en materia política fue colonizado por el nazismo.

Ratzinger estuvo en las juventudes hitlerianas y fue miembro de una unidad antiaérea del ejército nazi, de la que sólo desertó cuando ya venían los aliados. El Santo Padre asegura que fue forzado a llevar la esvástica, pero varios antecesores suyos -empezando por San Pedro- prefirieron el martirio a la vergüenza de vivir contra sus creencias.

Benedicto XVI, que sentencia "La bondad implica también la capacidad de decir no", nunca le dijo no a Hitler.

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