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El Santos que le falta a Santos

El uribismo procura –desde adentro y desde afuera del gobierno– socavar el ascendiente de Santos sobre las Fuerzas Militares.

Daniel Coronell
19 de mayo de 2012

El presidente Juan Manuel Santos se vio lento, errático y débil en su respuesta política frente al repudiable atentado al exministro Fernando Londoño. Santos no actuó con la agilidad que las circunstancias exigían y, por momentos, el liderazgo estuvo más en las manos de su antecesor que en las suyas.

Mientras Santos presidía largas reuniones a puerta cerrada, Uribe se tomaba el espacio en los medios y en las redes sociales. La lentitud en la reacción presidencial permitió que Uribe le sacara kilometraje político al acto terrorista y vendiera la idea de que el país está sumergido en el caos desde que él dejó la Casa de Nariño.

El argumento es falso y oportunista. En el gobierno de Uribe se presentaron atentados terroristas igualmente graves, tal como el sufrido por Germán Vargas Lleras en octubre de 2005, además de decenas de sangrientos ataques de las Farc y la reorganización de las redes paramilitares rebautizadas como Bacrim para que la propaganda oficial pudiera publicitar el "fin del paramilitarismo".

¿Por qué si esas cosas pasaron durante el gobierno Uribe, existía la percepción -más o menos generalizada- de que la seguridad estaba mejorando? ¿Y por qué ahora la sensación es totalmente contraria?

La respuesta paradójica es que Santos no tiene el Santos que Uribe tuvo.

Como jefe del Partido de la U y como ministro de Defensa del anterior gobierno, Santos fue en la práctica el jefe de propaganda del modelo de seguridad de Uribe. Los asaltos de la guerrilla -cuando llegaban a conocerse- eran minimizados o presentados como los estertores que marcaban el "fin del fin". Los atentados terroristas, como una reacción desesperada ante el avance de las fuerzas del orden. El reagrupamiento de los paramilitares, como la criminalización de un minúsculo puñado de disidentes.

Por un buen tiempo, Santos se encargó de mostrar los modestos resultados de los primeros años de la guerra contra las Farc, como golpes mortales a la subversión. Cada jefe de finanzas capturado era presentado como la mano derecha de Tirofijo. Cada miliciano, como el artífice de sangrientos planes conjurados justo a tiempo.

Para quienes lo hayan olvidado, el primer miembro del Secretariado de las Farc abatido fue Raúl Reyes, esto ocurrió el 1 de marzo de 2008. Es decir, cuando ya habían transcurrido cinco años y medio del gobierno de la seguridad democrática.

En contraste, en menos de dos años de administración, Juan Manuel Santos ha abatido al Mono Jojoy, el más temido cabecilla militar de la guerrilla, y a Alfonso Cano, quien ejercía el mayor puesto de mando del grupo terrorista después de la muerte -por causas naturales- de Tirofijo.

Sin embargo, en términos de percepción, casi todo lo bueno es gracias a Uribe y casi todo lo malo es por culpa de Santos. Los logros en seguridad del gobierno Santos son percibidos como una consecuencia natural de lo que dejó en marcha Uribe. Mientras que los reveses -que, valga reiterarlo, no son nuevos- son atribuidos exclusivamente a Santos.

A diferencia de Uribe, Santos no ha tenido un Santos para cantar sus glorias.

Por el Ministerio de Defensa han pasado dos personas. El primero fue Rodrigo Rivera, un político entregado a Uribe y que llegó al puesto cuando ya estaba eclipsado por su propia lagartería. El segundo es Juan Carlos Pinzón, un joven brillante y estudioso, que no ha podido consolidar su liderazgo, quizá por su tendencia a portarse como si fuera un oficial subalterno de los comandantes y no el ministro que debe señalarles el rumbo político de sus acciones.

Como si le faltaran complicaciones al gobierno, el uribismo procura -desde adentro y desde afuera- socavar el ascendiente de Santos sobre las Fuerzas Militares.

Que si el comandante general es de la Armada, es porque Santos fue cadete naval y quiere quitarle mando al Ejército. Que el gobierno no trabaja para restaurar el fuero militar, entre otras cosas debilitado por Uribe. Que está buscando a hurtadillas la mediación de Chávez con las Farc, sin mencionar que fue Uribe quien autorizó por primera vez al hoy moribundo mandatario venezolano para mediar ante esa guerrilla. Que el marco para la paz desmoraliza a la tropa y que lo único que le mantiene en alto el ánimo es la continuación eterna de la guerra.

Uribe pelecha en la desgracia nacional. Cada asalto o atentado lo capitaliza políticamente y Santos no está haciendo nada efectivo para impedírselo.

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