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EL SINDROME DE LA ESCUELITA

El Colombia los gobernantes mienten sistemàticamente, pero lo que no està claro es si al paìs le gusta...

14 de marzo de 1994

DESDE LA BELLEZA DE CLEOPATRA (era horrorosa) hasta la enemistad de Churchill con Hitler (después de haber intentado, inútilmente, contemporizar con él), la mentira no sólo ha sido una constante de los historiadores. También lo ha sido de los políticos. Solo que en algunas culturas, como la anglosajona, la mentira es un asunto atroz, casi que una cuestión de vida o muerte, a diferencia de otras culturas, y de otros momentos políticos, en los que mentir es una cuestión de supervivencia, o sencillamente de estilo.
Lo del terror anglosajón por la mentira resulta patético en el escándalo sexual más famoso de Gran Bretaña, el del caso Profumo, que sentó jurisprudencia sobre el tema. Confrontado por las noticias de su relación con quien a su vez era amante del embajador soviético, el parlamentario dijo: "Con la señorita Keeler no he tenido nada inapropiado". Tres horas después les escribió a sus colegas una carta admitiendo que con esta mentira, proveniente de una frase casi inocua, había traicionado a Gran Bretaña, y se autocondenó a pasar el resto de la vida prestando servicio comunitario en los barrios de Londres.
Hace un mes, a David Ashby, famoso parlamentario conservador, le comprobaron que pasó por lo menos dos noches en hoteles distintos, con hombres distintos, en cama doble. Lo que a renglón seguido ofendió a los británicos no fue que el hombre fuera gay, sino que, como disculpa, acudiera a la elaborada mentira de que lo de la cama doble era para ahorrarse la tarifa del hotel.
Esta aversión de los anglosajones por la mentira no tiene parangón en otras culturas del mundo, donde la mentira se tolera en mayor o menor grado. Edward Kennedy ahogò accidentalmente a su secretaria en el lago Chappaquidick y para hacerse a una coartada salió del lago a nado, se vistió de smoking, preguntó la hora en un coctel y, a pesar de que lo cogieron, todavía sigue libre. En cambio, Nixon se cayó por haber mentido sobre las grabaciones de Watergate.
El comunismo soviético se sostuvo durante muchos años a base de mentiras, comenzando por las más elementales, como las de las cifras económicas. A Trostsky lo desaparecían de las fotos, y noticias como la de la muerte de sus líderes, como Andropov, se demoraban varios días, alegando que el gobernante tenía una gripita, mientras se escogía sucesor. El día en que subió Gorbachov, y comenzó a decir la verdad, se cayó el comunismo.
Bueno. Para Hitler, la gran mentira era un instrumento de gobierno. Hizo lo que hizo inventando que la alemana era una raza superior, que los judíos conspiraban contra Europa entera, que el Parlamento alemán lo habían incendiado los enemigos y que un incidente fronterizo, provocado por él, era razón suficiente para declararle la guerra a Polonia.
Para Fidel Castro el problema es diferente: nunca, nunca se debe mentir, pero forma parte de las reglas de juego no decir necesariamente toda la verdad por razones estratégicas.
En Colombia es la hora en que no sé en qué estamos. Es obvio que los gobernantes mienten sistemáticamente, pero la pregunta es si al país le gusta que le mientan, o no. Para hablar de historia reciente, estando la corbeta Caldas en pie de guerra en el entonces "Golfo de Coquivacoa" con la armada venezolana, el gobierno Barco le metió al país el cuento de que estábamos en inofensivos ejercicios de soberanía. Hubo una guerra, no se disparó una bala, la perdió Colombia, y al país no se le movió un pelo. El entonces secretario de la Presidencia, Germán Montoya, estableció diálogos con los narcotraficantes, aseguró que no era cierto, se inició la guerra narcoterrorista contra el país, pero los colombianos nunca conectaron los cables. Y esas eran mentiras graaaandes.
En el gobierno Gaviria, sin embargo, ha habido mentiras pequeñas. El día en que se iba a sacar a Pablo Escobar de la cárcel, un comunicado oficial hablaba de "normales refacciones de la cárcel". Y pasó lo que paso. Con la presencia de soldados estadounidenses se habló de construir una escuelita. Y pasó lo que pasó. Pero quizá la meior lección sea la del avión presidencial, que trajo a los vallenatos para la fiesta de Ana Milena. Mandos medios de la oficina de la primera dama cometieron la indelicadeza. El Presidente no se enteró. Se produjo la fiesta. El Presidente se enteró. Se puso las manos en la cabeza. Pagó el avión, pero alteró la verdad, alegando que había mediado una cotización. Yo me pregunto: si en el caso de Escobar no hubiera habido comunicado de refacción, y si en el caso de las tropas gringas se hubiera hablado desde el principio de una pista militar, y si en el caso del avión de los vallenatos el Presidente hubiera confesado que el asunto lo tomó por sorpresa, y que desde luego no pagó los cuatro y pico de millones porque eso formara parte de sus planes de esparcimiento, sino para enmendar a posteriori una indelicadeza ajena a su voluntad, ¿estaríamos en las que estamos?