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MARTA RUIZ

El Tigre

En Colombia hay ya más de 50.000 desmovilizados y existen políticas, instituciones y buenos recursos para ellos.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
20 de julio de 2013

En el 2008, a los pocos días de que Elsa Neyis Mosquera, ‘Karina’ abandonara su vida en la guerrilla y se entregara al DAS, le hice una larga entrevista en la que me contó algunos pormenores de su vida. Lo que más me impresionó fue el relato de su niñez, en una remota vereda de Currulao, Turbo, en el norte de Antioquia.

‘Karina’ se sentía una privilegiada porque de sus 12 hermanos, ella fue la única que estudió la primaria. Los demás tuvieron que trabajar desde niños labrando la tierra, sin ir a la escuela. Ella no pudo, aunque lo deseaba de corazón, estudiar la secundaria, y mucho menos cumplir su sueño de ser enfermera, o, en últimas, aprender a manejar una máquina de coser. Todo eso, lo grande y lo pequeño, le estaba negado porque vivía en el campo y su familia era pobrísima. El único destino posible, y así se lo notificaron sus hermanos, era conseguirse un marido al cual cocinarle, para que él, a su vez, le diera de comer. Y en esas estaba cuando se fue a la guerra.

Como periodista me he encontrado decenas de veces con la misma historia: jóvenes campesinos que se enrolan en los grupos armados que rondan en sus veredas porque no tuvieron oportunidades tan básicas como ser bachiller, manicurista o mecánico de carros. Y muchos de ellos, paradójicamente, logran estos modestos sueños cuando se desmovilizan.

Algo así queda en el ambiente con la desmovilización de un grupo de 30 combatientes del ELN en El Tambo, Cauca, la semana pasada. Independientemente de las dudas que surgieron por las inconsistencias en el vestuario, la escenografía y el guion de la entrega, el comandante de este grupo, el ‘Tigre’, dio unas declaraciones muy dicientes en Blu Radio. Dice el ‘Tigre’ que dos de sus guerrilleros de confianza estaban desmoralizados y pidieron la salida hace cerca de un año, y que a él se le ocurrió una estrategia: en lugar de enviarlos a “echar machete y pala” a sus casas, buscaría una desmovilización para todos. “A ver si podían estudiar, ser bachilleres y luego profesionales”.

Yo no sé qué tanto de farsa hay en la deserción del ‘Tigre’ y sus guerrilleros, o cuántos de ellos sean colados. Lo que me llama la atención es que el ‘Tigre’ sabe bien que una cosa es presentarse ante el Estado con una pala en la mano (como lo están haciendo los campesinos del Catatumbo) y otra cosa es hacerlo con un fusil.

En Colombia hay ya más de 50.000 desmovilizados y existen políticas, instituciones y buenos recursos para ellos. Y eso está bien. Pero hay que cerrar la vena rota del reclutamiento y eso sólo se logra con oportunidades para los jóvenes campesinos, que son un segmento crítico en el sector rural, donde no se invierte prácticamente nada. Más que palas y machetes, lo que necesita la juventud campesina es un horizonte de educación de largo plazo. Como el que busca el ‘Tigre’ para sus guerrilleros. El que no tuvo ‘Karina’.

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