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El todo vale no sirve

Lo que garantiza la paz continental es el principio interamericano de no intervención, y no su ignorancia deliberada

Antonio Caballero
8 de marzo de 2008

El gobierno de Álvaro Uribe ha decidido usar contra las Farc "todas las formas de lucha", para decirlo con la frase de las propias Farc. La cooperación internacional (con las agencias de inteligencia de los Estados Unidos, el Reino Unido e Israel) y el enfrentamiento internacional, (con los gobiernos del Ecuador y Venezuela); los bombardeos desde lejos (?) y la recuperación de cadáveres "en caliente"; las verdades obvias (las Farc secuestran y asesinan) y las mentiras absurdas (una especialmente cómica: "las Farc tienen armas de destrucción masiva", afirmó el vicepresidente Francisco Santos en Ginebra); los recursos más crudos de la arbitrariedad ilegal (el ministro Juan Manuel Santos explicó por qué los guerrilleros muertos merecían la muerte, como si aquí existiera la pena de muerte) y los de la legalidad más rebuscada (uno especialmente cómico: el presidente Uribe amenazó con denunciar penalmente a su colega Hugo Chávez de Venezuela por incitación al genocidio); la ley (el principio interamericano de no intervención para protestar contra la de Venezuela en Colombia) y la violación de la ley (la intervención armada de Colombia en el territorio del Ecuador). Todas las formas de lucha. Para este gobierno, todo vale. Y todo sirve.

No es el primero, por supuesto. Todos sus predecesores han actuado de la misma manera. Antes de que las Farc acuñaran la expresión de la "combinación de todas las fuerzas de lucha" ya los gobiernos de Colombia las habían usado contra ellas. Baste con un ejemplo: cuando exterminaron a los militantes de la Unión Patriótica, que hacían política sin armas, le quitaron la personería jurídica a la Unión Patriótica con el pretexto legal de que no contaba con los suficientes militantes. Pero el gobierno actual lo hace con más crudeza todavía que sus predecesores porque cuenta con el aplauso ciego de la muchedumbre, alimentado por dos cosas: los repugnantes excesos de las propias Farc, que han conseguido que nazca en el corazón de muchos un pequeño paramilitar; y la irritante intervención "bolivariana" del gobierno venezolano de Hugo Chávez, que ha dado pábulo al patrioterismo de otros muchos (tanto aquí como allá). Pero la barbarie de la guerrilla no justifica la barbarie de sus adversarios. Y el intervencionismo venezolano en Colombia no justifica el intervencionismo colombiano en el Ecuador. La una y el otro son muestras de la misma filosofía del todo vale. Y el ciego aplauso de la muchedumbre no es garantía de que se tiene la razón, sino más bien de lo contrario: las muchedumbres rebajadas por sus jefes a sus más sucios instintos -la venganza, el patrioterismo- tienden a equivocarse.

Pero el todo vale es indefendible en la teoría, desde la ética. Muchas veces he citado la brillante frase del escritor R.H. Moreno Durán según la cual "el aforismo que dice que el fin justifica los medios no tiene principios". Inevitablemente, los medios corrompen el fin, como lo han corrompido en el caso de la propia guerrilla: no puede ser un "proyecto respetable", como lo llama el presidente Chávez, uno que para imponerse se sirve de la infamia del secuestro. Los medios innobles no pueden llevar un fin noble.

El todo vale es, además, contraproducente en términos prácticos. Así acaban de mostrarlo en la OEA las protestas contra la acción colombiana de los países vecinos, aunque no hayan llegado a la condena formal. Casi todos tienen sus propios problemas limítrofes, de modo que no pueden aceptar como recurso válido la violación de las fronteras, cualquiera que sea el pretexto invocado. Lo que sirve de garantía a la paz continental es el respeto del principio interamericano de no intervención, y no su ignorancia deliberada. La cual, de rebote, justificaría las ansias intervencionistas de Chávez, o, retrospectivamente, las de Cuba. Y, naturalmente, las de los Estados Unidos: las únicas que de verdad han tenido efectos.

Me preguntan: ¿qué hacer entonces hoy-hoy?

Por supuesto que el Estado tiene que, hoy-hoy, defenderse de las armas con las armas. Pero tiene que entender también que eso no resuelve el problema. Porque la guerrilla no es el problema, sino sólo un síntoma del problema, y una consecuencia del problema, como una llaga purulenta es el síntoma y la consecuencia de una infección, pero no es la infección. El problema, o la infección, es histórico: viene de ayer, y hay que resolverlo para mañana: no basta con cauterizarlo hoy, dejándolo vivo y exacerbado en el torrente interno de la sangre. "Darle la matada" a los guerrilleros que se pongan a tiro, como ha prometido con elocuencia de rufián de esquina el presidente Uribe, tal vez desfogue la pulsión primaria de venganza. Pero no resuelve el problema. Lo prolonga. (Ya lleva medio siglo en su faceta actual, la de la sintomatología guerrillera). Lo agrava. Lo justifica. Hace pocas semanas cité aquí una frase de un paramilitar preso, 'el Iguano', más realista desde su cárcel que Uribe desde su palacio presidencial: "Vi que la guerrilla iba a ser derrotada, pero no exterminada. Siempre habrá población, y siempre van a surgir de ella nuevos guerrilleros".

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