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EL ULTIMO ASTRONAUTA

Lo más probable es que entonces Serguei Krikaliov se dediqua a la política, porque esta es la única actividad humana que subsiste en lo que fue la URSS

Antonio Caballero
27 de abril de 1992

EN ESTOS DIAS VUELVE A LA TIERRA SERguei Krikaliov, que lleva ya 10 meses dando vueltas en el espacio. Cuando se fue, en mayo de 1991, era un astronauta soviético. Ya no. Ya no es soviético, porque eso que se llamó orgullosamente la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se ha desguazado en decenas de repúblicas independientes y regiones autonómicas rivales: el astronauta Krikaliov, herméticamente encerrado en su remota cápsula, ni siquiera pudo votar en los sucesivos referéndums por los que sus compatriotas iban desgajándose en patrias cada vez más pequeñas. Y ya tampoco es astronauta, porque el ambicioso programa soviético de conquista del espacio ha sido abandonado o sacado a subasta. Su primera sorpresa fue que el reemplazante que vino a tomar los controles de su nave espacial era un alemán. Ahora, cuando caiga por fín de vuelta a una tierra que tampoco es la suya, se encontrará con que su escafandra cósmica con la difunta sigla CCCP pintada en rojo en el casco ya no le pertenece: habrá sido vendida con un lote de bustos de Lenin y de bombas atómicas en el mercado negro.
Lo más probable es que entonces Serguei Krikaliov se dedique a la política.
Porque la política es la única actividad humana que subsiste en lo que fue la URSS. Ya no quedan astronautas, como Krikaliov; pero tampoco quedan ajedrecistas, ni científicos nucleares, ni bailarines de ballet, ni artistas realistas-socialistas, ni agentes del KGB, ni presos del Gulag, ni porteros de fútbol, ni boteros del Volga.
No queda industria pesada, ni marina de guerra, ni tiendas estatales, ni agricultura, y en consecuencia no hay industriales ni obreros, ni marinos, ni tenderos, ni clientes, ni agricultores, ni consumidores de productos agrícolas, que ya no existen. No hay sino políticos. Aunque eso sí: hay muchísimos. Hasta el punto de que algunos se han quedado desempleados, como Gorbachov, y otros han tenido que reciclarse en la política estrictamente parroquial, como Schevardnaze, que pasó de ser ministro de Relaciones Exteriores de una superpotencia planetaria a ser coordinador interino del gobierno provisional de una republica quieta. Al pobre ex astronauta Krikaliov le tocará empezar de concejal de Tiflis y es que Tiflis todavía se llama Tiflis. Y si no, peor.
Ahora bien: si ya no hay nada en lo que fue en otro tiempo la poderosa URSS, salvo políticos, es porque allá fracasó un gran proyecto político por culpa de los políticos. La URSS, en efecto, y antes que ella el imperio ruso de la cual fue la heredera y sucesora, nunca fue nada distinto de una colosal construcción política. Tuvo novelistas y poetas, sí: pero eso fue lo único que produjo la sociedad civil (si se exceptúa algún genio científico solitario y aislado, como aquel Mendeleyev, que se sacó de la manga la tabla periodica de los elementos). Lo demás fue siempre creación exclusivamente política: Iván el Terrible, Pedro el Grande, Catalina, Lenin, Stalin, Gorbachov. Uno tras otro, fracasaron por eso la historia de eso que, bajo nombres sucesivos, fue siempre un gran país aterrador, ha sido una historia de rectificaciones sucesivas y sangrientas. Cuando en un país sólo hay políticos, es porque los políticos han fracasado. Pero la consecuencia paradójica de su fracaso es que se multiplican.
El fracaso de los políticos conduce siempre a la guerra civil, que se hace más inevitable aún en la medida en que los políticos se multiplican. En lo que fue la Unión Soviética en Lituania y en Georgia, en Rusia y en Ucrania, en Tartaria, en Nagorno-Karabaj, en Crimea, en Azerbaiján-, ya estallan por todas partes conatos de guerras civiles locales, regionales, nacionales, interfederales. Con lo cual los políticos propiamente dichos ceden el campo a los militares, o se convierten en militares ellos mismos. Hacen la guerra, y la pierden: pues todas las guerras civiles se pierden, como es natural, pero las derrotas son siempre más terribles cuando los derrotados de ambos lados, o de los múltiples lados, son militares de profesión. Y luego, entre las ruinas, empiezan a aparecer de nuevo los políticos: faltan siglos para que surjan otra vez ajedretistas, bailarines de ballet, científicos, marineros, agricultores, filólogos, astronautas.
Tal vez Serguei Krikaliov, a su regreso a la tierra, recuerde que tiene el grado de coronel del Ejército Rojo.

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