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El último debate

Sin el favorito Serpa, los precandidatos liberales se enfrentaron en un debate que, por primera vez en muchos años, dejó la sensación de que el liberalismo tiene futuro.

Semana
10 de marzo de 2006

Otra silla vacía. Al lado de los senadores Andrés González, Rafael Pardo y Rodrigo Rivera, el asiento de Horacio Serpa se quedó esperando toda la noche del jueves, en el gran debate entre los precandidatos liberales. Un encuentro crucial a solo tres días antes de la consulta que definirá el aspirante liberal que se enfrentará a Uribe en la pelea de fondo, el 28 de mayo.

“La noticia no es el ausente sino los presentes”, dijo Rodrigo Rivera por fuera del aire en el último corte de comerciales. El mensaje, dirigido a los directores de los medios que organizaron el debate –Alejandro Santos, de SEMANA; Claudia Gurisatti, de La FM de RCN; Álvaro García, de RCN televisión y Antonio José Caballero, a nombre de RCN radio– buscaba concentrar la atención en las propuestas de estos tres precandidatos que, según las encuestas, no tienen cómo ganarle al ausente. Serpa es el gran favorito.

Por eso, seguramente, no asistió. Hace unos meses Antonio Navarro también rechazó una oferta de este grupo de medios que se aliaron para cubrir las elecciones. En esa época su ventaja sobre Carlos Gaviria, en la consulta interna del Polo Democrático Alternativo, era mucho mayor que ahora. A los que van ganando no les gusta debatir, porque tienen más para perder que para ganar. Ya hay indicios de que el presidente-candidato, Álvaro Uribe, no aceptará controversias en directo con sus rivales. ¿Para qué poner en juego su enorme ventaja?

La lógica estratégica de no competir en debates en directo no es válida. Un candidato que se acobarde frente a la confrontación, en una democracia desarrollada, pagaría un alto costo electoral. George W. Bush, en la última elección de Estados Unidos, perdió tres debates con John Ferry y puso en peligro una reelección que tenía asegurada. Habría perdido más si hubiera dejado la silla vacía. En Alemania, la apreciable ventaja de Angela Merkel se esfumó en dos debates contra el telegénico canciller Shroeder, quien logró empatar y obligar a un gobierno de coalición entre los dos. Un boicoteoa los debates habría dejado a su partido otros cuatro años por fuera del poder.

La decisión sobre la participación en estos eventos no debería estar en manos de los candidatos. Exponer sus ideas y contrapuntearlas con las de sus rivales en un medio, como la televisión en directo, que hace difícil esconder deficiencias y fingir habilidades, es un derecho de los votantes en la política moderna. Y el que se raje debe pagar un costo. Es parte de los cacareados cambios en las costumbres políticas colombianas que tanto se necesitan y del que todos hablan. (Entre otras: si Horacio Serpa gana la consulta, como está predicho, ¿estaría de acuerdo si mañana el presidente Uribe rechaza un debate con él, en la campaña presidencial?)

Ahora bien, como dijo Rodrigo Rivera, la noticia del debate de anoche no puede limitarse a la silla vacía. Los tres candidatos asistentes hicieron un trabajo interesante. Ya habían sido invitados hace cuatro meses, al comienzo de la campaña, por SEMANA, RCN radio, RCN televisión y La FM. Y vaya diferencia: han madurado sus ideas, pulidos sus discursos, aprendido a enfrentar las cámaras. En el estudio de RCN, con un público universitario invitado a participar activamente en el debate, se notaba la falta de una trayectoria como la de Serpa o de un líder como Uribe. Pero había materia prima para un liderazgo liberal, si es que después de sus previsibles derrotas del domingo, González, Pardo y Rivera no se contaminan de la epidemia del transfuguismo y no se dejan jalar por los ganadores.

González, Pardo y Rivera, tienen elementos en común que sacaron a flote en el debate: el discurso social, las críticas al proceso con las AUC, el sí pero no a la política de seguridad democrática, los discursos políticamente correctos sobre el fortalecimiento de la democracia, y hasta el compromiso incómodamente aceptado de extraditar a Salvatore Mancuso si incumple las condiciones de la desmovilización.

También tienen diferencias: la que el jueves se llevó más tiempo, fue la idea, compartida por Rivera y González, de crear policías locales. El ex ministro de Defensa Pardo la considera inviable, exabrupto e inconveniente por la influencia de los poderes regionales y la posibilidad de que la policía quede a merced de intereses particulares. Para sus rivales, esta es una muestra de desconfianza de Pardo en las regiones.

Hubo otros contrastes. Andrés González nunca pudo terminar sus intervenciones dentro de los tiempos previstos. Como si las ideas no estuvieran ordenadas o si los asesores le hubieran aconsejado ‘ganar más pantalla’. Miró a la cámara con una incomodidad que debió afectar negativamente su registro. Y se concentró en el gran tema de su campaña: la lucha contra la pobreza que promueve con el uniforme camuflado azul que dejó a las puertas del estudio para cambiarlo por la más clásica corbata roja. Con habilidad y hasta pirotecnia dialéctica, logró vincular todos los temas que los periodistas y estudiantes universitarios le plantearon, con su bandera de acabar la pobreza. Hasta salió bien librado del cuestionamiento que le hicieron sobre la viabilidad financiera de su proyecto, aunque para hacerlo tuvo que desempolvar el discurso conocido y poco práctico de reducir los costos de la guerra para invertirlos en la gente.

Rafael Pardo, para bien o para mal, deja la sensación de que no tiene estrategia. Sus actitudes, tonos, discursos y hasta su posición en la silla, reflejan una tranquilidad fría que se podría confundir entre sobradez y desgano.

Deja la sensación de que no tiene ningún punto que reiterar, sino algo serio que decir sobre cualquier pregunta que le hagan. Eso es bueno: está preparado. Y es malo: su mensaje carece de foco. En el debate de anoche, jueves 9 de marzo, quedó claro que no está equivocado el comentario que con tanta frecuencia le hacen los columnistas: en esta ha campaña demostrado su innegable capacidad de ser presidente, pero no ha mostrado las ganas que se necesitan para ganar. Tal vez porque su frialdad, en el fondo, lo conduce a la convicción de que esta, la del 2006, no es la suya.

Rodrigo Rivera ha hecho la tarea. No se aparta un milímetro de los libretos y todo lo hace en forma correcta: concreto, divide sus respuestas en puntos que enumera con los dedos de la mano. No se enfrenta a nadie. Se movió a la derecha para acercarse al popular presidente Uribe, pero en aras de la tolerancia liberal siente que puede coexistir con sus copartidarios que piensan distinto. Todo lo que mira, hace y dice, es coherente. Sus respuestas, en el debate, fueron idénticas en forma y en fondo a las cuñas de su elogiada propaganda publicitaria. Rivera ha crecido en estos meses, aunque con un libreto que frente a Uribe, por ejemplo, parece un poco anticuado. Una estrategia perfecta para los años 90, que se puede quedar caduca para los escenarios de los próximos años, en los que ya tiene tiquete asegurado.

La silla vacía, en fin, no fue lo único notable en este gran debate entre precandidatos liberales. Porque a pesar de que durante casi dos horas los tres precandidatos respondieron todo tipo de interrogantes de los cuatro periodistas y seis estudiantes universitarios, el evento suscitó nuevas preguntas: ¿qué harán estos aspirantes el próximo lunes? ¿Se unirán en torno a Serpa? ¿Habrá una sorpresa? ¿Está en este grupo el candidato a la vicepresidencia? Todo lo cual se resume en una sola: ¿tiene futuro el Partido Liberal, a pesar de su desprestigio? Por primera vez en muchos años, el debate del jueves en la noche dejó la sensación de contestar afirmativamente a esta pregunta.

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