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"El último refugio"

Muerto el coral, el mar perdería sus colores y los habitantes de Providencia quedarían sin historia, sin cultura. El impacto social sería devastador.

María Jimena Duzán
30 de julio de 2011

Hace más de una década que el escritor René Rebetez bautizó a Providencia con ese nombre. Desde entonces esta isla del Caribe, junto con su hermana pequeña, Santa Catalina, han cumplido al pie de la letra esa predicción: Providencia ha conseguido preservar su cultura raizal y su pesca artesanal, que se nutre de un mar custodiado por la pared de coral viva más grande del mundo.

Aquí hay pescadores que respiran mejor en las profundidades de este mar policromado que en la superficie de la tierra: son capaces de bajar a pulmón 140 pies, demostrando así que la fábula aquella según la cual hay seres en estas islas del Caribe que son mitad pez y mitad humanos no es del todo una invención literaria.

A sabiendas de que ese mar es la base y la fuente de su cultura ancestral, han diseñado un turismo que preserve sus riquezas y sus raíces. Tienen claro que no quieren convertirse en otro San Andrés, isla que hace años sucumbió a la llegada del "progreso": detrás de esa palabra maldita vinieron miles de personas provenientes del continente que se asentaron de manera atropellada y desordenada. Hoy San Andrés es una olla a presión que está por reventar. Es el territorio de Colombia con la más alta densidad por kilómetro cuadrado del país: tiene cerca de ochenta mil habitantes y al año le entran cerca de trescientos mil turistas.

El "progreso" no fue su único depredador. Llegaron al mismo tiempo el narcotráfico y su cultura traqueta. Los grandes carteles hicieron de San Andrés uno de sus cuarteles privilegiados, ante los ojos de la clase política que no hizo nada por denunciarlos. Hoy, el poder del narcotráfico está en manos de unas bandas criminales que se están enfrentando por el control del territorio y los políticos siguen sin considerar el problema del narcotráfico un tema prioritario. Pese a que los asesinatos selectivos se han vuelto un temor casi diario en San Andrés, el gobernador Gallardo, temeroso de que el turismo se asuste y deje de ir a la isla, insiste en minimizar la gravedad de la situación.

Providencia hasta ahora ha seguido otra ruta de supervivencia: tiene cinco mil habitantes y recibe al año diecisiete mil turistas. Sus habitantes han sabido mantener vivo su acervo. Toda la isla está llena de historias de corsarios, pendientes de ser contadas: el más encumbrado de ellos, don Luis Aury, el patriota colombiano y corsario francés que luchó con Bolívar. Él fue quien se empeñó en anexar estas islas a Colombia en el año de 1822, antes de que muriera en Providencia tras caerse de un caballo.

El saber quiénes son y de dónde vienen los ha hecho más resistentes a los embates del progreso. Han sabido ponerle a tiempo las talanqueras a la fiebre de la construcción, al otorgamiento de residencia a los continentales y aunque no han podido evitar la entrada del narcotráfico a la isla, hasta el momento la violencia que hoy se vive en San Andrés no ha llegado a Providencia…aún.

Me imagino que por todas estas pruebas de supervivencia fue por lo que René Rebetez llamó a esta isla "el último refugio". Sin embargo, toda esta batalla que han dado por mantener lo que tienen pueden perderla en un minuto, si se sigue adelante con el proyecto petrolero que está proyectado en las cercanías a los cayos de Roncador y Quitasueño, a escasa distancia de esa pared de coral, reserva de la biosfera, conocida como Seaflower.

Si se llegara a encontrar petróleo en esos cayos, los primeros afectados serían los pescadores -los filósofos de esta comunidad raizal-, quienes tendrían que dedicarse a otros menesteres porque el impacto sobre el coral sería devastador. Muerto el coral, el mar perdería sus colores y los habitantes de la isla quedarían sin historia, sin cultura. El impacto social sería devastador. Detrás de las petroleras vendrían los prostíbulos -no hay ni una casa de citas en Providencia- y la economía ficticia. Y si se produce un derrame como el del golfo de México, se aceleraría el daño ecológico y se expondría la vida de todos los habitantes de la isla de Providencia.

El gobierno de Juan Manuel Santos ha hecho caso omiso a los reparos de este proyecto que heredó de Uribe y lo ha dejado en manos de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, que ha seguido adelante con el tema, a pesar de las voces de protesta más representativas de Providencia. En una frontera tan caliente como esta, en la que se entrelazan problemas limítrofes y narcotráfico, no es sabio impulsar un proyecto en contravía de la comunidad, menos aun si se trata de una que ha luchado por preservar a esta isla como "el último refugio". Eso es meterle fuego a la hoguera. (Desde Providencia)

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