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El valor del disenso

La tendencia combinada al unanimismo y a la polarización en Colombia es riesgosa pues ahoga la posibilidad e disentir, que es esencial en una democracia.

Semana
7 de abril de 2008

En Colombia los espacios para el disenso están amenazados, pues existe una riesgosa tendencia combinada al unanimismo y a la polarización, que dificultan la discusión pública. Además, la reelección y la enorme popularidad del presidente Uribe, junto con el propio estilo gubernamental, han erosionado la separación de poderes, con lo cual la posibilidad de disenso institucional se ha debilitado profundamente.

Esta situación es grave pues una democracia vigorosa debe proteger el disenso, no sólo para salvaguardar la libertad individual sino también para evitar los extremismos violentos y los errores en las decisiones colectivas.

Esta es la tesis esencial planteada por Cass Sunstein, uno de los más importantes constitucionalistas actuales, en un libro escrito en 2003 (Por qué las sociedades requieren disenso), para mostrar los riesgos del unanimismo y conformismo que se estaban desarrollando en Estados Unidos, debido a los ataques a las torres gemelas de 2001. La relevancia de esa obra para Colombia resulta obvia.

Sunstein ilustra los riesgos del unanimismo recordando el conocido experimento del sicólogo social Solomon Asch, que buscaba determinar si una persona era capaz de negar lo que veía simplemente para adaptarse a la opinión generalizada unánime de los otros.

En este experimento se le decía a un grupo de personas que un investigador iba a analizar su visión, por lo cual debían señalar si unas líneas que les mostraban en una tarjeta eran o no iguales. El misterio del asunto consistía en que en realidad todos los miembros del grupo, salvo uno, eran “cómplices” del investigador y estaban de acuerdo en indicar, en un momento dado, que dos líneas de distinto tamaño eran iguales. Se trataba entonces de analizar qué opinión daría la otra persona, que no era “cómplice”, que era realmente la persona investigada.

Los resultados son perturbadores: con algunas variaciones nacionales, más o menos 40 % de las personas analizadas estaban dispuestas a equivocarse y negar lo que estaban viendo, con el fin de adaptarse a la opinión de los otros.

Este experimento de Asch, junto con otras evidencias históricas y experimentales que trae el libro y que resulta imposible resumir en este breve columna, muestran que existe una tendencia de muchas personas a aceptar lo que evidentemente es un error, únicamente para conformarse a la opinión unánime del grupo del cual hacen parte. Y eso tiene consecuencias sociales graves, pues esa propensión al conformismo puede provocar decisiones colectivas desastrosas, en aquellos casos, no tan inusuales, en que la visión del grupo es errada.

Estos riesgos del conformismo no sólo existen a nivel de toda la sociedad sino también en grupos particulares. Por eso la tendencia al conformismo, por paradójico que parezca, se combina con formas de polarización social, pues muchas personas tienden a hacer parte de grupos relativamente cerrados. Esas personas sólo se hablan y oyen entre sí, con lo cual sus opiniones se ven reforzadas, incluso contra toda evidencia empírica. De esa manera se desarrollan grupos rivales, con opiniones opuestas, pero con formas de unanimismo interno. La sociedad parece ser diversa y plural pero en realidad es una yuxtaposición de grupos conformistas a su interior, que rivalizan entre sí pero no dialogan, como las hinchadas de los equipos de fútbol. Los riesgos de extremismo violento son entonces claros.

Estas tendencias al conformismo y a la polarización violenta pueden llevar al pesimismo sobre la viabilidad de la democracia. Pero la reflexión de Sunstein muestra que existe un antídoto eficaz contra esos riesgos, y es la protección del disenso y de las visiones discrepantes, tanto a nivel global, como dentro de los distintos grupos.

Así, una leve variación del experimento de Asch tiene enormes consecuencias: basta introducir en el grupo de “cómplices” un solo disidente que suministre la respuesta correcta, y entonces se reduce muy sensiblemente entre las personas estudiadas la tendencia conformista al error.

La conclusión de Sunstein es entonces obvia: debido a la tendencia al conformismo, el disenso no suele ser fácil, pues quien se opone a los consensos puede ser objeto de exclusiones, burlas y persecuciones. El disenso requiere entonces un cierto valor individual; pero es además socialmente valioso, pues los inconformes pueden evitar errores generalizados y reducir las tendencias a las polarizaciones violentas.

Es pues necesario proteger socialmente no sólo espacios de disenso sino también formas de discusión pública vigorosa pero tolerante. La idea es no sólo reducir el costo que para una persona implica disentir sino además, en cierta medida, obligar a los otros a escuchar esas opiniones discrepantes. Muchos mecanismos de la democracia constitucional, como la separación de poderes, la libertad de prensa o la protección de la protesta pública en las calles, cumplen precisamente esa función, pues facilitan la expresión pública de posiciones discrepantes. De esa manera el disenso se vuelve rutinario, y no sólo el heroísmo de los valientes, y se evita que las personas queden atrapadas en los unanimismos parcializados, muchas veces erróneos.

Ahora bien, las anteriores consideraciones no pretenden idealizar cualquier tipo de disenso ni rechazar toda forma de asentimiento a la opinión colectiva. El disenso sin razones puede ser poco útil socialmente y la aceptación de las visiones de los otros, cuando no existen buenos motivos para oponerse, puede expresar formas de respeto por el otro, que fortalecen la cohesión social. La tesis de Sunstein es más modesta: simplemente afirma que el conformismo, sin el contrapeso del disenso, es muy riesgoso. Y por ello las sociedades que protegen el disenso y estimulan la discusión pública tienden entonces a ser más libres y prósperas

El reto para Colombia es claro: debemos superar las condiciones que actualmente en Colombia tienden a ahogar el disenso. Y eso requiere no sólo reformas, que fortalezcan los contrapesos institucionales al creciente poder presidencial, sino también cambios de actitud, a fin de evitar macartizar a quien opina de manera distinta.



(*) Director del Centro de Estudios de Derecho, Justicia y Sociedad (Dejusticia, www.dejusticia.org), que fue creado en 2003 por un grupo de profesores universitarios, con el fin de contribuir a debates sobre el derecho, las instituciones y las políticas públicas, con base en estudios rigurosos que promuevan la formación de una ciudadanía sin exclusiones y la vigencia de la democracia, el Estado social de derecho y los derechos humanos