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El velo en Eurabia

El problema está en que quienes usan prendas para ostentar su fe, afirman que en caso de ser mayoría electoral, impondrían esas prendas como obligatorias

Semana
21 de octubre de 2006

En casi todos los países de Europa occidental hay una presencia islámica que se percibe cada día con más fuerza. Su principal manifestación no es el velo de las mujeres, sino el trabajo de los hombres, pero en estos días se habla mucho del velo, que es quizás el símbolo islámico que más se ve. En Berlín, al lado de las muchachas con el pelo suelto, en la universidad, hay también estudiantes que van a clase con el recatado velo. Y así en Bruselas, Londres o Turín. Europa, que para la paranoia gringa es cada vez más Eurabia, se ha vuelto multicultural. El velo en sí no amenaza los postulados liberales de una sociedad abierta, pero la presencia de unos nacionales de otra cultura, que defienden otro tipo de valores vitales o religiosos, plantea algunos problemas.

Esta semana, en Inglaterra, ha habido una gran polémica porque Tony Blair salió a apoyar a Jack Straw, el líder de la Cámara de los Comunes, quien había afirmado que el velo islámico total (ese que cubre toda la cabeza y la cara y deja al descubierto sólo los ojos) era una prenda que las mujeres no deberían usar porque hace más difícil la comunicación con ellas. Blair, a su vez, dijo que este velo era una forma de segregarse, de no querer integrarse a la sociedad británica, aunque corrió a aclarar que nadie estaba pidiendo que su uso se prohibiera. En Francia, en cambio, el velo parcial ya está prohibido en las escuelas y en las oficinas públicas.

Hay algo que no me gusta en el velo perpetuo como símbolo de castidad. Nunca me gustaron las cachirulas que se ponían mis abuelas para ir a la iglesia; tampoco los disfraces que usan las novias cuando se casan de blanco, y menos los velos que se ponían y se ponen las monjas. El velo, básicamente, me da pesar (pesar de ellas y pesar de mí). Pero no veo por qué pedirles a las mujeres islámicas que se lo quiten, y no solicitarles lo mismo a las Hermanitas de la Caridad. Antes de completar el argumento, en todo caso, hay que entender el significado oculto del velo.

El pelo, según la sicología evolutiva, es un adorno natural. Un cabello como el que describen los frascos de champú, "largo, brillante, sedoso", sin canas ni caspa ni calvicie, es un signo de salud y de juventud. También una potente arma de seducción. Y las mujeres se lo dejan crecer, se lo cuidan, se lo lavan, se lo peinan, se lo pintan, porque intuyen que ahí hay un poder. Por algo hay muchas más peluquerías que bibliotecas. Cuando coquetean, las mujeres se acarician el pelo, aun sin darse cuenta, o si van más allá, lo agitan directamente frente a los ojos de los hombres, que aspiramos su encanto y sucumbimos felices a esta trampa biológica.

En muchas culturas, que las mujeres oculten el pelo es una señal de recato. Las monjas budistas se lo afeitan completamente; las monjas católicas se lo aprisionan con tocas impenetrables, las ortodoxas judías se lo tapan, y muchas mujeres islámicas también, porque les da la gana o porque sus maridos o padres así lo exigen. Igual que las monjas: porque quieren, o porque así lo ordena el obispo. Para algunos padres o maridos musulmanes, que su esposa o sus hijas se dejen ver el pelo es como para un padre o un marido colombiano que su esposa o sus hijas muestren en público los senos. Hacerlo, para ellos, es propiciar que algunos hombres, sin derecho a desearlas, las deseen. Detrás de todo está el terror masculino a la infidelidad.

Hace unos 30 años, cuando en Egipto hubo un intento de secularización, una gran cantante, la Edith Piaf egipcia (de cuyo nombre no consigo acordarme ni Google tampoco), popularizó una canción que se llamaba Quítate el velo; una especie de himno al movimiento de la liberación de la mujer islámica. El "quítate el velo" en sus palabras, era más dulce que en los labios de Blair. Porque el asunto es que en una sociedad abierta uno se puede poner o quitar lo que le dé la gana (velo hábito piercing zapatos minifalda encajes ombligueras) sin que los gobernantes intervengan. El problema está en que quienes usan algunas prendas como una ostentación de la propia fe, llegan a afirmar que en caso de ser ellos la mayoría electoral, impondrían esa prenda no como opcional, sino como obligatoria.

Y aquí viene, entonces, el gran dilema de todas las sociedades abiertas: ¿hasta qué punto tolerar a los intolerantes? Está bien que los beatos de cada religión usen las prendas recatadas que quieran para salvaguardar la castidad; pero no está bien que, en caso de que estos adalides de la fe lleguen al gobierno, impongan sus preferencias indumentarias a toda la población. La castidad no puede ser una prioridad estatal.

Además se está volviendo insoportable la hiperreacción de los musulmanes en el mundo cada vez que algún personaje público hace algún comentario sobre el Islam. Si en una ópera se burlan de Mahoma, o si el Papa se opone a la violencia para imponer la fe, o si un primer ministro critica el velo, hay manifestaciones, atentados, acusaciones de racismo, de xenofobia y odio a la religión. Si tenemos derecho de criticar a los curas, a las monjas, al Papa, a los rabinos y a Jesús, también tenemos derecho a criticar a Mahoma, al velo, a los jeques y a los ayatolas. En una sociedad abierta, todas las personas, opiniones y conductas se pueden someter a una crítica libre y racional.

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