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SILVIA PARRA

El voto electrónico, el ‘coco’ para Venezuela

En Venezuela, existe el temor de que el voto no sea secreto y que al poner su huella en la máquina quede reflejado su elección.

Silvia Parra, Silvia Parra
12 de abril de 2013

Lo mejor no siempre es lo más novedoso y un equipo tecnológico, por más innovador y eficiente que sea, mientras tenga la intervención humana siempre habrá la posibilidad de causar daño o fraude. Por eso hoy, a pocas horas de que millones de venezolanos se movilicen para emitir su voto, un voto crucial para un país agonizante, me salen letreros por todas partes para decir lo que NO se cuenta del voto electrónico, y por qué se ha convertido en el ‘coco’ para Venezuela.

Votar a través de computadores es abrir una puerta grande al fraude, dice Richard M. Stallman, uno de los especialistas más reconocidos en el ámbito de la seguridad informática y líder del movimiento del software libre en el mundo. Y sí, es una realidad, las computadoras fallan y son muy vulnerables, o ¿a quién no le ha dado más de un dolor de cabeza utilizando algunos de estos dispositivos, llámese tableta, teléfono inteligente o computador de cualquier marca, generación o sistema operativo? ¿A quién no le ha pasado que le han hackeado la cuenta de correo electrónico, lo han usurpado en las redes sociales o le han ‘metido’ un virus por ‘curioso’?

Y no estoy sola, justamente los mayores detractores de la digitalización del voto son, curiosamente, los especialistas en seguridad informática, los mismos ingenieros o geeks son los que alertan que no hay hasta el momento un mejor sistema que el sufragio tradicional, ya que cuando no hay votación física es casi imposible determinar si ha habido manipulación o algún otro tipo de irregularidad en una elección muy reñida como la que se aproxima.

Para el programador estadounidense Stallman, “el computador ejecuta un programa y el programa puede ser cambiado o reemplazado temporalmente durante la elección por otro diseñado para dar totales falsos. Por eso, hay que desconfiar de todas las partes involucradas”.

Y es que generalmente uno como votante no puede saber, luego de publicados los resultados, si su voto fue contado correctamente. Sabemos que se dio un voto (secreto),  que quedó guardado en una ‘caja negra’ en donde no sabemos qué ocurre. Esta “caja negra”, como llamó la urna electrónica, en vez aportar a la transparencia, obstaculiza la capacidad de la mayoría de los ciudadanos de fiscalizar la elección.

Así se vivió en las pasadas elecciones del 7 de octubre, cuando millones de venezolanos madrugaron a votar por el líder de la oposición, Henrique Capriles, y se daba prácticamente por sentada su victoria, o por lo menos eso reflejaban las encuestas de los últimos días realizadas por Consultores 21, Top Data consultores, Predicmática, Hercón Consultores, entre otras cuyos resultados favorecían al Líder de la oposición.

Para asombro y decepción de millones de muchos votantes, casi al final de la noche y tras un largo silencio en los medios de comunicación y constante  agonía, la presidente del Consejo Nacional Electoral, Tibisay Lucena Ramírez, se presentó y dijo que Chávez tenía cerca de 1,3 millones de votos de ventaja y que había ganado con el 55,07 % sobre Capriles, 44,31 %.

¿De dónde salieron esos votos? Por qué debemos asumir como ciertos estos resultados? ¿Quién lo garantiza? ¿Por qué debemos dar por sentado que quien fabricó el sistema es honesto, que doña Tibisay Lucena, presidente del Consejo Nacional Electoral, no dice mentiras y que los dos no están confabulados? 

En Estados Unidos salió a luz pública el escándalo de un senador republicano con obvios intereses en el resultado electoral que hacía parte de los principales accionistas de una de las empresas proveedoras de urnas electrónicas (ES&S). Recordando este episodio me pregunto: ¿Qué metodología utilizará Venezuela para auditar a Smartmatic, la empresa proveedora de este sistema? ¿Cómo saber si tiene alguna vinculación  política o  intereses privados en las elecciones del domingo?

En un país donde ya no hay reglas y donde no hay a quién quejarse cuando pasa algo, me resulta angustiante. Y lastimosamente, mientras la verificación de la confiabilidad de las urnas dependa únicamente de los gurús de tecnología que las manejan y de la supervisión del Consejo Nacional Electoral, a los venezolanos no nos queda más remedio que cerrar los ojos y cruzar los dedos para que ocurra un milagro.

Mientras llega el gran día, me propuse revisar, en detalle, el historial del voto electrónico en otros países para saber qué tan eficiente y seguro puede ser, y encontré una larga lista de países con escaso afecto hacia este sistema.

Por ejemplo, en Brasil, en el 2009, el investigador Sergio Freitas da Silva, uno de los 32 especialistas convocados por el Tribunal Superior Electoral de Brasil para probar la seguridad de las urnas electrónicas de ese país, logró violar el secreto del sufragio en 29 minutos con técnicas de lectura de radiofrecuencia y equipamiento muy económico. Así logró descubrir qué candidato estaba eligiendo cada votante a través de las denominadas interferencias de Van Eck.

En Estados Unidos muchos recordamos el desastroso caso del estado de Florida durante las elecciones presidenciales del año 2000. Se detectaron fallas en los sistemas de voto electrónico por las cuales algunos votos ‘desaparecían’ al trasladar los datos. Y es que en un solo estado ‘clave’, como es Florida, problemas a la hora de contar las papeletas puede ser crucial para el resultado final de los comicios en todo el país. Por eso la terrible disputa desencadenada entre seguidores del demócrata Al Gore que catalogaban como “fraude” y “mentira” la victoria de George W. Bush y los seguidores del republicano.

Según un reciente informe redactado por la Facultad de Derecho de la Universidad Rutgers y las organizaciones Common Cause y Verified Voting Foundation, se expone que durante más de 10 años los sistemas por computador en Estados Unidos han fallado. De los 50 estados de la Unión, únicamente seis han sido evaluados como “buenos” o “buenos en su conjunto”.

Países, como Holanda, Alemania e Irlanda, luego de varios años de su utilización, suprimieron el voto electrónico. En el 2009 Alemania declaró inconstitucional el “uso de aparatos electorales orientados por computador” por no permitir la fiscalización del proceso por personas sin conocimientos altamente especializados.

En el 2008, el gobierno holandés decidió que las elecciones se llevarían a cabo utilizando papel y lápiz solamente, luego de que un grupo de activistas autodenominado en español “No confiamos en equipos de votación”, logró mostrar en un programa de televisión la vulnerabilidad de los computadores encargados en registrar los votos, debido a falencias técnicas que permiten alterar el chip de registro en menos de 60 segundos.

Y en Irlanda, después de invertir millones de euros en máquinas de voto electrónico, descubrieron que podían ser vulneradas por hackers y no sólo suprimieron su uso, sino que intentaron vender los equipos para recuperar la millonaria inversión.

En Latinoamérica sólo Venezuela y Brasil cuentan con la mayor automatización electoral, y aunque algunos países de la región llevan años estudiando la viabilidad de implantarlo, como Chile y Paraguay, aún dudan en dar el “gran paso”.

Y es este ‘gran paso’ el que recientemente el Polo Democrático exige dar a Colombia. Tras un derecho de petición, la presidenta del partido, Clara López, pidió al Ministerio del Interior instrumentar el voto electrónico en Colombia como “garantía de transparencia”. Ante esta solicitud, y basados en la experiencia de otros países con el voto electrónico y que son catalogados como “menos corruptos”, deberíamos preguntarnos primero:

¿Realmente podemos confiar en una máquina? ¿Todos, sin importar el nivel académico y cultural, podremos utilizar el sistema sin problema? ¿De verdad se cuentan los votos?, ¿Cómo me van a garantizar que mi voto sea secreto? ¿Quién va a vigilar al vigilante?, ¿Y si graban lo que yo estoy escribiendo?

En Venezuela, hoy existe el temor, en muchas personas, de que el voto no sea secreto y que al poner su huella en la máquina quede reflejado su elección. 

Todavía se recuerda la llamada ‘lista Tascón’: Cuando en el 2004 la oposición se dio a la tarea de reunir un gran número de firmas para convocar un referendo contra Chávez, el diputado Luis Tascón consiguió la lista de quienes firmaron, la publicó en internet y se basó en ella para el despido de empleados públicos y para impedir el acceso a beneficios de programas sociales a miles de ciudadanos.

De manera que la realidad se conecta perfectamente con la tesis que exponen la Fundación alemana Heinrich Boll y la Fundación Vía Libre de Argentina luego de una amplia investigación, en su libro Voto electrónico: Los riesgos de una ilusión, donde exponen que: “Cuando la urna imprime los resultados, los obtiene de operar sobre sus registros internos, almacenados en medios magnéticos que los fiscales no pueden leer por sus propios medios. La única ‘comprobación’ posible de que la urna está efectivamente vacía, o de que los totales son correctos, es repetir la operación, la que previsiblemente dará siempre el mismo resultado. Aún si confiáramos en que el programa de la urna es correcto, el fiscal promedio carece de los conocimientos y las herramientas necesarias para comprobar si el programa que está instalado en la urna ha sido adulterado o no”.

Para decepción de muchos, y con ninguna intención de que los venezolanos no salgan a votar, pero sí haciendo conciencia de la realidad, durante las elecciones de este domingo, el gobierno venezolano prescindió de observadores internacionales, como las misiones electorales de la Unión Europea o de la Organización de Estados Americanos. Sólo será el grupo regional suramericano Unasur; que Chávez ayudó a crear, quien hará presencia durante toda la jornada como acompañantes electorales.

Cabe recordar que el Gobierno no quiere observadores electorales puesto que un “observador” electoral decide a cuáles centros ir, qué observar, participar en auditorías y emite un informe independiente y no filtrado por el CNE después de las elecciones.

Por su parte, un ‘acompañante’ electoral no decide a cuáles centros ir, no decide qué observar y no participa en auditorías. El Consejo Nacional Electoral decide a dónde va y qué puede ver. No se le permite emitir opinión ni informe después de las elecciones.

Volviendo al tema, finalmente, ¿Se pueden hacer sistemas de voto electrónico seguro? Probablemente sí. ¿Se puede verificar que lo son? No. Esa incertidumbre hace que se pierda completamente el control por parte del votante, por parte de los auditores y por parte de los técnicos. 

Entonces, ¿de qué sirve ufanarnos en Venezuela de contar con la más evolucionada automatización electoral de Latinoamérica si a final de cuentas todos terminamos siendo simples espectadores del proceso y únicamente quienes crearon el sistema de voto electrónico y quienes lo han manipulado tienen control sobre la elección y sobre los resultados?

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