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Casi nunca gana el que diga Uribe

El triunfo de Juan Manuel Santos en 2010 fue la excepción y no la regla.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
1 de diciembre de 2017

Álvaro Uribe es el único candidato en ganar la presidencia en la primera vuelta. Lo hizo dos veces: con el 53 por ciento en 2002 y 62 por ciento en 2006, con casi 7.400.000 de votos. Sin embargo, ninguno de sus sucesores que contaban con su bendición replicaron ese éxito. Juan Manuel Santos, el ministro de Defensa estrella de un mandatario cuya popularidad oscilaba en el 70 por ciento, apenas logró el 46.5 por ciento y 600.000 votos menos en la primera vuelta de 2010. La amplia favorabilidad de Uribe en las encuestas de 2014 no fue suficiente para que Óscar Iván Zuluaga obtuviera más del 29 por ciento y apenas la mitad de los votos de su jefe político en 2006.

El apoyo tácito del presidente Uribe a Juan Lozano en 2003 y a Enrique Peñalosa en 2007 para la Alcaldía de Bogotá, no dio frutos. Quedaron al mando del Palacio de Liévano Lucho Garzón y Samuel Moreno, cuyos programas de gobierno chocaban de frente con el de la Casa de Nariño. No fue suficiente el respaldo abierto y determinado de Uribe por Enrique Peñalosa en 2011 frente a Gustavo Petro, quien simbolizaba, más que cualquier otro candidato, el anti-uribismo.

Tampoco se pudo trasladar ese magnetismo a su tierra. En Medellín, Sergio Fajardo, Alonso Salazar y Aníbal Gaviria se atravesaron a los preferidos del mandatario. Lo mismo ocurrió con la Gobernación de Antioquia en 2011, nuevamente con Fajardo. Y en 2015, también le tocó ver como sus pupilos perdían las elecciones para alcalde y gobernador.

Desde la consolidación del uribismo como filosofía y movimiento político, muchos han querido ser ungidos como el sucesor natural del prócer. Incluso algunos han llegado al extremo de imitar los gestos y la voz de Álvaro Uribe. Pero sólo uno se ganó el apodo de “Uribito”. Andrés Felipe Arias era el discípulo predilecto, el niño de los ojos de Uribe. Pero ni esa bendición fue suficiente para derrotar a Noemí Sanín en la consulta conservadora del 14 de marzo de 2010. Por él votaron un millón de personas. Mucho para un político joven, mas bien poco para quien representaba en imagen y semejanza al presidente más popular de la historia de Colombia.

El mensaje es contundente: los uribistas quieren al auténtico; no una copia. Si bien el apoyo de Uribe es crítico para llegar a la final, por sí sólo no alcanza para cruzar la meta de primero. Hay otro dato recurrente en las elecciones nacionales cuando Uribe no está en el tarjetón: sus candidatos e incluso sus causas parecen tener un techo menor de siete millones de votos. Ocurrió con Santos en 2010 en la primera vuelta (6.8), Óscar Iván Zuluaga en 2014 (6.9) en la segunda y recientemente en el plebiscito de octubre 2016 (6.4). No es una cifra cualquiera; para ser elegido presidente de Colombia en 2018 se necesitarán por lo menos 7.5 a ocho millones de votos.

Tanto con Zuluaga como con el plebiscito salió a relucir una vulnerabilidad recurrente de Uribe: su relativo débil respaldo en la Costa Caribe. Incluso en el 2002, apenas ganó en Magdalena (un resultado que ha sido cuestionado por un presunto fraude). Cuando el presidente Santos explicó recientemente la derrota del Sí, mencionó el mal clima como un factor determinante. Los números lo sustentan: en la segunda vuelta de 2014 en Atlántico, La Guajira y Magdalena votaron 1.238.000 de personas. En esos mismos tres departamentos, que fueron los más afectados por el coletazo del huracán Matthew de octubre 2016, solo acudieron a las urnas 758.000, con una ventaja 60-40 por el Sí. Dado que la diferencia por el No fue de menos de 60.000, estadísticamente la abstención sí fue definitiva para el resultado final.

Si bien de labios para fuera el uribismo sigue denunciando el “robo” de las elecciones de Zuluaga y burlándose de la explicación meteorológica, las decisiones de su líder reflejan otra cosa. Uribe es ante todo un político pragmático; sabe que solo con él no hay paraíso. Que de no ampliarse su base electoral, serán cuatro años más en el desierto. Por eso optó por las encuestas y no el dedazo. Por eso aceptó una coalición con el ex presidente Andrés Pastrana y la posibilidad de que el candidato sea Marta Lucia Ramírez y no un miembro pleno del Centro Democrático.

En fin, el expresidente y senador reconoce que casi nunca gana el que diga Uribe.

En Twitter Fonzi65

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