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Votar por el que el jefe diga es destejer el hilo democrático

Qué tan madura es la democracia colombiana si nuestras acciones nos remiten al momento más oscuro del medioevo, donde el señor feudal imponía las leyes que incluían su derecho de pernada.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
16 de agosto de 2017

Seamos serios. Santos ha sido mejor que Uribe desde cualquier ángulo que se mire. No solo porque tuvo las pelotas de sentar en una mesa a la guerrilla más vieja del continente, sino porque la convenció de dejar las armas y echar discursos desde las tarimas. Que ha cometido errores, sí. Que su popularidad es baja, sí. Que los interesados en que Colombia siga sumergida en un océano de mierda para poder sacar dividendos políticos se la han puesto difícil, sí. Que sacó adelante el proyecto de darle un poco de tranquilidad al país (ejercicio en el que sus antecesores fracasaron estruendosamente), sí.

Decir que Juan Manuel Santos es un imbécil es, por sí mismo, una imbecilidad. Decir que es un tipo brillante es una exageración. Es un hombre pragmático. Diplomático por su naturaleza social y formación, pero que no está exento de embarrarla.

Los seres humanos aprendemos de las embarradas. Cada embarrada es un ejercicio de superación personal. Claro que hay quienes no pierden la oportunidad de repetir los errores cada vez que pueden. Colombia sigue siendo un país políticamente inmaduro porque no ha aprendido de sus errores. Cada embarrada es un lunar en la historia personal, y la historia del país está llena de lunares y fosas sin nombres. La muerte sigue siendo el lugar común y la forma más fácil de acabar con los enemigos políticos. A Jorge E. Gaitán le echaron plomo porque su pensamiento liberal era como una piedra en el zapato de la derecha colombiana, dispuesta a dejar en el piso hasta la última gota de sangre con tal de que todo siguiera igual: los pobres por un lado y los ricos por otro, algo así como el agua y el aceite.

Quizá muy pocos nacionales han entendido que la democracia tiene sus bases en la alternatividad del poder político, que la guerra, como una manera de solucionar los problemas que nos afectan, no es una vía sensata porque los únicos beneficiados serán los que la financian. Está demostrado hasta la saciedad que un país con un conflicto bélico interno jamás podrá alcanzar su desarrollo pleno. Colombia es quizá la muestra fáctica de esto, aunque no falten los psicópatas políticos que griten a voz en cuello que Venezuela está peor.

Es cierto que la dejación de las armas de las Farc es apenas el pelo de un gato. Es cierto que es el inicio de un proceso largo, pero no olvidemos que para caminar hay que ponerse en pie, apoyarse y luego dar el primer paso. Sin ese primer paso no hubiéramos tenido ojos para mirar más allá del conflictivo teatro de operaciones militares, más allá de la plomacera que los noticieros registraban en cada una de sus emisiones. El bosque de la corruptela nacional, ese panorama enrarecido por la compra-venta de favores solo es posible verlo gracias a que la guerrilla dejó de ser el foco de todos los males del país del Sagrado Corazón.

Gracias a ese hecho histórico del que muchos colombianos dudaban, pues todas las negociaciones anteriores habían fracasado rotundamente, es posible que la Fiscalía y la Corte Suprema empiecen a mostrar las ollas podridas de un sistema político donde la justicia ha sido parte del descalabro, ya que muchos de sus altos funcionarios se han visto involucrados en ese carrusel de podredumbre que ha saltado las fronteras nacionales y nos ha mostrado ante el mundo como una democracia de “puerta giratoria”, donde, además, el colombiano promedió continúa obedeciendo las pautas del cacique electoral de votar por el que este diga.

Lo anterior nos lleva a la pregunta qué tan madura es la democracia colombiana si nuestras acciones nos remiten al momento más oscuro del medioevo, donde el señor feudal imponía las leyes que incluían su derecho de pernada. Hoy, esa práctica dejó de ser un privilegio sexual, pero ha ido transformándose en otro tipo de abusos donde el ejercicio del poder cruza la frontera de la juridicidad y se convierte en algo sutil pero tan efectivo como una amenaza: las directrices políticas del empleador sobre el empleado que pone en práctica la gran mayoría del empresariado colombiano.

Juan Manuel Santos no es santo de mi devoción, lo reconozco, pero si hay algo que valorarle es haber triunfado donde sus antecesores fracasaron: en dar los primeros pasos de pacificar el país a través del diálogo. Por eso, desandar lo andado en la búsqueda de ese bien común que es la paz de todos los colombianos, es un sin sentido, una aberración motivada por los sentimientos más bajos y egoístas de un ser humano. Eso de votar por el que el jefe diga, o el pastor diga, no es solo destejer el frágil tejido democrático que nos cobija, sino también una muestra de que muchos de nuestros líderes ven aún a los ciudadanos como simples campesinos de abarcas tres puntá y machete al cinto. El problema de las mentes cerradas, escribió el gran Quino, es que siempre tienen la boca abierta. O, en este caso, el Twitter disparando.

En Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com

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